Cuando Hades se vio desnuda, pareció que se había olvidado de todo lo aprendido en karate. Ella podía defenderse, pero sin su ropa o sin su quimono, no se sentía segura. Héctor la llevó hasta la misma ducha donde la joven se había estado duchando, cerrando la puerta tras él en cuanto Hades estuvo dentro.
Héctor le daba miedo y lo había intentado sobrellevar mientras luchaban, pero esa situación era diferente y lo peor de todo es que no había nadie que la escuchara.
-Déjame ir...
Él le cogió de la barbilla y se pegó contra su cuerpo, aprisionándola contra la pared de la ducha. Las manos de Hades intentaron apartarlo, pero consiguió capturar las dos y ponerlas por encima de su cabeza con tanta fuerza, que Hades se imaginó los moratones que le saldrían después.
-Wow, pero si eres una chica- comentó divertido mientras miraba con hambre los pechos descubiertos de Hades.
-Y tú un gilipollas.
Por un momento, Héctor la separó de la pared y justo después, usando su fuerza bruta, la estampó sin cuidado otra vez contra ella. La columna de Hades se quejó y ella notó sus piernas con menos fuerza por mantenerla de pie. La joven, como era normal gritó, asustada y él le tapó la boca con su mano libre, pegándola más a él.
-Antes me has ganado, ¿sabes cómo me ha hecho sentir? Tú, insignificante mujer, me has vencido y le has hecho daño a mi ego. Nunca me habían tumbado- Hades escuchaba con atención lo que le decía el muchacho. ¿Por eso estaba así? ¿Se lo había tomado demasiado a pecho? Oh, Dios mio, pensó Hades. Estaba loco, Héctor estaba loco-, y tuviste que llegar tú, Hades, para hacerlo. ¡Una mujer!- rió sin creerse lo que decía-. ¿Pero sabes otra cosa?- dos lágrimas cayeron de los ojos irritados de la chica y notó como su estómago se iba revolviendo cada vez más. Sabía que él no la soportaba, pero no hasta ese punto. Estaba asustada y de verdad-. Haces que me ponga cachondo, así que vivo en un dilema moral por tu culpa, ya que no sé si follarte en medio de todos o aquí en privado por respeto a ti.
Eso era lo último que Hades esperaba oír.
No podía ser. ¿Qué le acababa de decir? ¿Había oído bien o el miedo le estaba haciendo pasar una mala jugada? Pero Héctor era así, y ella lo sabía, le había llamado puta y ahora quería follársela. Hades lo notaba, ahí, bajo su vientre. No podía creérselo.
De forma inmediata le dio media vuelta y se cernió sobre el cuerpo estirado de Hades, aún con su mano en la boca. Ella no paraba de llorar y esperaba que tuviera un poco de compasión, pero después de la bomba que le acababa de soltar, estando además ella desnuda y con la erección de Héctor ahí en su culo, no sabía que pensar.
Escuchó la cremallera de los pantalones de Héctor y luego caer los mismos al suelo. Le soltó la boca y le puso el culo en pompa.
-Como se te ocurra gritar, te mato aquí mismo- y lo creía, lo peor era que le creía. Sus palabras eran siempre dolorosas pero a la vez sinceras, por lo que era imposible que existiera una doble interpretación.
Hades calló y sollozó mientras notaba como su miembro se hacía paso entre sus partes íntimas. Le dolió. Mucho. Lo suficiente para que se le escapara un grito de pánico.
-¡Para! ¡Para, por favor!
Pero él no escuchaba nada más allá de sus oídos. Empujó y empotró aún más a Hades contra la pared, haciéndole daño en los pechos. La estaba violando, Dios mío. Quería que parara o no, no lo sabía. ¿Pero por qué pensaba eso ahora?
De lo que sí estaba Héctor seguro de que estaba sofocado, excitado con la idea de estar follándosela. Tenía un cuerpo esbelto, delicado y a la vez insufrible que no dejaba de pasar desapercibido cada vez que pasaba por su lado y se cruzaba con sus ojos. Y eso era otra, los ojos negros de Hades eran un infierno, era la misma reencarnación del dios del Inframundo, como bien decía su propio nombre. Desde la primera vez que la vio, la había odiado por asumir que esa mujer le había dado directo en el corazón... y en la entrepierna. Y justo hoy, le había vencido. Hades le había tumbado delante de todo el mundo, excitándolo. Estaba enfermo. Era demasiado delicada para lo que le estaba haciendo. Ella no se merecía eso, pero estar dentro de su... de su... oh, cuántas veces se había imaginado esa situación y cuántas veces se la había follado en su mente.
Siguió follándosela como un conejo, sin ningún miramiento por ella. Le había hecho daño en la columna sin querer, pero no era eso lo que realmente quería ni tampoco asustarla con amenazas que no llevaban a nada bueno. Pero no soportaba lo que ella le hacía sentir cada vez que entraba a clase de karate con el quimono puesto, sabiendo que debajo solo llevaba ropa interior.
De repente, Héctor la soltó y ella se deslizó hasta caer en el suelo. Se subió los pantalones y se alejó de ella, dejándola sola y respirando fuerte. Hades notaba como su cuerpo no podía aguantar nada más que le echaran. Lloraba y temblaba, notando sus músculos y su parte más íntima resentida. La columna le dolía y hasta que no se recuperase no pensaba moverse de ahí. ¿Qué le había hecho ella? Él la había desechado como una muñeca de trapo y ni siquiera la había besado. ¿Qué acababa de pensar? Héctor le había atraído siempre, pero por razones que ella no lograba entender, él la odiaba y no la soportaba. Ella no quería eso, pero parecía algo natural entre ellos. Y ahora se daba cuenta de que había sido gilipollas e ingenua, porque Hades sabía perfectamente que podría haberse resistido más si hubiese querido y no lo había hecho. Le tenía miedo, pero porque se quedaba siempre bloqueada cuando lo tenía delante. Sí, se había imaginado esa situación muchas veces, pero de otra manera. Y ahora se había ido.
-Ten.
Héctor se agachó hasta Hades y rodeó su cuerpo con la toalla que le había arrebatado. Hades se quedó quieta, reacia a su contacto y él, por desgracia, se dio cuenta. Se sintió fatal consigo mismo y por todo lo que le había causado. A pesar de ello, no se esperaba ese gesto de él.
Ella no lo miró en ningún momento, dolida.
-Lo siento. No tengo perdón de Dios.
-No, no lo tienes- corroboró ella a regañadientes. La había tomado sin ningún tipo de consentimiento.
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Un rechazo no le sienta bien a nadie III
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