Paula estuvo frente a un espejo durante más de una hora, soportando cómo le tocaban el pelo, cómo la maquillaban y escuchando cómo los demás le decían cómo debía comportarse. Se mantuvo impasible, sin mostrar ni una emoción. Odiaba aquello y verse así misma aún más. Odiaba ese momento del día en el que tenía que sentarse en una silla incómoda y mirarse en ese enorme espejo que le mostraba la "belleza" estereotipada que la sociedad quería ver.
Desde ese mismo espejo se podía observar una mesa alargada llena de comida, cuyo olor podía llegar hasta la nariz de Paula. Ella se rió de sí misma, dándose pena. A Paula no se le estaba permitido comer de esa mesa, puesto que solo y exclusivamente podía comer de ella el personal. Ni Paula ni sus compañeras que se veían en la misma tesitura podían alargar la mano y coger un bollo para rellenar sus estómagos vacíos. Porque así de vacíos debían de estar para ser "perfectas". A pesar de los constantes ruidos que emitía su barriga, Paula decidió hacer oídos sordos. Al menos, hasta que llegara a su casa.
Al lado suya, dos chicas iguales en cuanto a cuerpo, parecían contentas y encantadas con su profesión. Les gustaba estar así de delgadas, así de parecidas, así de cadavéricas. Ellas no se veían, pero Paula podía notar cuán pálidas se habían vuelto desde la primera vez que las vio.
La joven en cambio, sabía que cada día iba a peor.
Por desgracia, necesitaba aquello. Necesitaba el dinero para poder estudiar ya que sus padres no apoyaban su decisión de irse de casa para estudiar. Paula tenía que pagarse todo. Por ello aguantaba ese mundo horrible. Pensó que aprovechando lo delgada y alta que era, además de guapa, podía entrar en el mundo de las pasarelas. Y así fue. Pero ahora se arrepentía por no haber buscado otra alternativa. Al principio le pareció genial, podía sacar partido de su encanto y ganar dinero a la vez, pero luego descubrió la otra cara de ese mundo. Sus asesores comenzaron a decirle que estaba demasiado "gorda" y que debía adelgazar sino quería verse en la calle. Ella asintió y lo aceptó.
Al día de hoy, Paula se limitaba a hincharse de comer en su casa para luego vomitarlo. Pero no lo hacía por propia voluntad, sino al contrario, su cuerpo se había acostumbrado al rechazo de la comida y expulsaba todo lo que había dentro automáticamente.
Paula se odió así misma por haber permitido ese horror que no podía abandonar si quería seguir estudiando.
La joven, una vez lista, salió y junto a sus compañeras, empezó a desfilar.
Dos minutos después, Paula cayó al suelo desmayada.
-Diana, baja a comer.
Su madre pegó dos veces en la puerta de la habitación de su hija y como siempre hacía, bajó para esperarla ya sentada en la mesa puesto que sabía cuánto tardaba en bajar.
Diana, por otro lado, estaba tirada en la cama mientras veía desfilar por la tele a las modelos de la pasarela Cibeles. Le encantaba verlas desfilar con sus cuerpos de infarto, tan delgadas, tan hermosas...
A la chica se le escapó una lágrima, la misma que se limpió para que su madre no se diera cuenta de que había estado llorando.
Deseó ser tan hermosa como ellas, porque en ellas la gente se fijaba, no en la gorda de Diana. Eran bellas, bellas de verdad, como tantas jóvenes que salían también en los anuncios de colonia. Diana les tenía mucha envidia. Demasiada.
Ella no podía hacer otra cosa que no fuera comer y vomitar, sin dejar que su madre se percatara de ello, por lo que debía tragarse rápido las tres comidas que le ponía al día.
Su objetivo era ser tan delgada como una de sus modelos favoritos, la cual se llamaba Paula Hernández. Paula era alta, esbelta y pálida. Tenía unos enormes ojos marrones y de pelo pelirrojo ondulado que le llegaba hasta los hombros. Era preciosa y cada vez que la veía desfilar, se quedaba embobada.
Por ahora había logrado perder dos kilos, pero para nada, porque se seguía notando lo rellenita que era.
Diana se levantó de su cama, pasando por delante de su espejo y parándose en él. Diana era morena y de ojos tremendamente oscuros, con grandes caderas y poco pecho además de piernas anchas. Se lamentó por ser así y por haber comido tanto durante años. Ella no quería ser así y conseguiría dejar de serlo.
La joven bajó a la cocina donde le esperaba su madre para comer. Ella vio su plato preparado y pensó lo bien que olía. Sonrió a su madre y comenzó a comer en silencio, concentrada en decirse así misma mientras, que la comida era su enemiga y que debía de odiarla.
Una vez hubo terminado a los diez minutos, se levantó y se fue disimulando al cuarto de baño. Allí se metió los dedos en la boca y empezó a echar todo lo que acababa de comer con el fin de ser igual que Paula.
"En un lugar de la UMA (Universidad de Málaga, Spain) de cuya Facultad no quiero acordarme, estudiaba una loca escritora, de reputación dudosa según los antiguos y épica según las nuevas habladurías. Yo, Mireya, os presento la peor de las desgracias a manos de protagonistas desdichados, marionetas del destino, los cuales se suben a escenarios con telones rotos. Y más allá de ellos, existo yo. Ahora, que comience el espectáculo"
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