lunes, 4 de mayo de 2015

Bellas Artes - Parte 3/Annabel - 1

-¿A dónde vas?
Charlotte se paró en seco cuando escuchó a su madre desde la cocina.
-A la biblioteca- le respondió con prisa.
Su madre la observaba desde la cocina. Dejó de fregar los platos y se secó las manos, apoyándose en la encimera, desde dónde podía ver a su hija poniéndose los zapatos un tanto deprisa. ¿Desde cuándo tenía Charlotte tantas ganas por irse a estudiar?
-¿De verdad?- se cruzó de brazos.
-Sí.


-Por un momento pensé que no me iba a dejar salir.
Lotte se sentó, con el permiso de Will, en su cama y abrió la mochila para sacar el cuaderno.
-Pasa- le dijo Will, alargando el brazo para que su amiga le diera la libreta. Se hizo con el cuaderno y revisó la tapa. Curioso, muy curioso, pensó abriéndolo y mirando a Charlotte por encima de sus gafas. Sí, Will llevaba gafas, pero solo en casa-. ¿Quieres que lo lea yo?
Ella asintió.
Will se enderezó y puso la espalda recta en la silla.
-Bien.

PRIMERA MUERTE - ANNABEL

Solo quedaban dos minutos. Los más largos de toda mi vida, y eso que los segundos no se podían alargar. Me había dicho que iba a venir, no podía fallar, era puntual y dejar de serlo sería como un atentado para su persona. Así que esperé con ansias. Como un vampiro con sed de sangre.
¿Cuántas veces me lo había imaginado? Muchas, esa era mi respuesta para esa pregunta. Cada vez que me imaginaba la situación que estaba a punto de vivir, modificaba algo nuevo para que fuera aún más maravillosa que la anterior.
Me mordí las uñas, impaciente. Mi cabeza no dejaba de decirme que me calmara, que todo llegaría a su momento, pero yo ya no tenía más paciencia para "esos momentos". Yo lo quería YA. Y eso haría, eso haría.
La maldita zorra arrogante aún no llegaba. Me había dicho sobre las ocho y eran las y dos. ¿Dónde estaba? ¿Dónde mierda se había metido? Cuanto más tiempo vivía esa gilipollas, más ansias me tenía a mí misma por no poner solución a su existencia. Mi madre, mi madre me había enseñado a ser como era porque ella también era así. Y aunque era mi primera vez, desde el mismo instante en el que escuché el sonido del timbre de mi casa, supe que habría muchas más veces como aquella. 
-¿He tardado mucho?- era Annabel, a la cual le sacaba una cabeza y media de estatura. Era pequeña y delgada, con la tez pálida y el pelo oscuro por el tinte que se echaba para ocultar las pocas canas que le empezaban a salir a pesar de lo joven que era.
-No- Sí, sí que había tardado para mí.
Annabel sonrió y le señalé que entrara en casa. Zorra.
Ella no sonreía ni yo tampoco. 
Hacía dos días me había llamado inesperadamente para pedir que habláramos de nuestro distanciamiento, pero yo solo tenía ganas de colgar y vomitar. Tenía una voz irritante, cosa que descubrí cuando comencé a escucharla de verdad. Era una hipócrita. Las dos lo éramos. ¿Por qué me había llamado? Se había quedado sin amigas a las que manipular.
-Siéntate en el sillón- para que te pueda ahorcar con la cuerda de púas que me ha dejado mi madre en el armario para que lo usara.
Annabel me obedeció, sumisa. Ella sabía que venía aquí en vano, pero yo la ilusioné para que pensara que yo volvería a ser su amiga. ¿Amiga? Qué estúpida. Qué gilipollas.
-¿Quieres beber algo?
-Por favor.
Fui a la cocina, a por su vaso de agua. Sí, iría a por él y a por mi cuerda de púas y la ahogaría en medio del salón. ¿A mi madre no le importaba, no? ¿NO? No, ella siempre me decía que el mejor de los trabajos se hacía en casa de uno propio y esa era mi casa. MI PUTA CASA Y LA IBA A MATAR PORQUE NO HABÍA VALORADO LO POCO QUE TENÍA QUE OFRECERLE MIENTRAS SEGUÍA EXIGIÉNDOME ALGO QUE NO PODÍA DARLE COMO AMIGA. ELLA QUERÍA UN PUTO EXPEDIENTE DE TODO, COMO UNA CÍNICA. No, calma, ella lloraría, me dije. Oh, por favor, era una puta niñata de frente ancha y fina como un palo. Podía darle una patada y volaría gratis a Japón. Ella se convertiría entonces en una cínica muerta. Porque muerto el perro, se acabó la rabia y ella era una perra. ANNABEL ERA UNA PERRA.



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