Will miró a su amiga, levantando la vista del cuaderno. Giró la hoja para comprobar cuánto de relato quedaba, pues no querían que se acabara. Pintaba bastante bien. A Will le encantaba esa agresividad, pero tuvo que echarse a reír.
-Annabel era una perra- volvió a leer, con más dramatismo.
Amaba esa faceta de Will tan teatral.
-¿Enserio viene eso ahí puesto? Debía de odiarla mucho.
Will, que estaba sentado en la silla de su escritorio, se levantó y se puso al lado de Lotte, mostrándole el cuaderno. Charlotte se fijó bien por primera vez en todo lo que había escrito y se percató de la mierda de caligrafía que se había empleado. Era horrible, parecía la letra de un niño de cinco años. Era eso o quién fuese esa persona lo había escrito con mucho odio y prisa.
-Madre mía.
-Y tanto.
[...] Annabel era una perra, joder. Y no podía quitarme esa idea de la cabeza hasta que la viera muerta.
Abrí la nevera con ímpetu y saqué la botella de agua para la señora que tenía esperando en el sofá de mi casa. Luego, me encargaría de limpiarlo todo. Una cosa era que mi madre me permitiera aquello y otra muy distinta que lo dejara todo hecho mierda.
-Ten- le dije dándole el vaso y sentándome en el sillón de mi padre. Bueno, en realidad ahora era mío, pero ese entre muchos otros son detalles sin importancia-. Cuéntame- le pedí sin mucho interés. Aunque mostrara un semblante sereno, por dentro deseaba que se ahogara. Pero no, eso sería demasiado aburrido y yo no quería eso.
Annabel empezó a contarme mil y una escusas de por qué estábamos separadas. Obviamente, no presté atención a ninguna. La verdad era que había perdido el interés por su amistad y por eso, entre muchas otras cosas QUE NO QUIERO MENCIONAR PORQUE TENDRÍA QUE ESCRIBIR ENTONCES LA BIBLIA, no quería saber nada de ella. Lo típico "Hola" y "Adiós" por educación, pero ni eso quería de ella.
En medio de una de esas grandes escusas, decidí levantarme del sillón para no vomitar encima suya. Acababa de decirme que quería volver a ser mi amiga... ¿yo quería eso? Habrase visto insolencia de la mierda de niñata.
Fui a la cocina y cerré la puerta sin ninguna sutileza. Se acabó, no quería escuchar nada más y así sería, le callaría la boca. ¿Dónde estaba? Ah, sí, el cajón que nunca abría mi madre. Nunca lo había hecho delante mía y hasta ese día no sabía por qué. Ahora sí, era porque mi madre jamás mataría delante mía y por eso tenía todo bajo llave, la misma llave que me había regalado al cumplir dieciocho años. De debajo de mi camiseta, saqué la cadena donde tenía la llave colgada y me la quité del cuello para abrir el armario de mi madre.
Dentro, había todo tipo de cosas.
Seguramente habría más armarios cerrados repartidos por toda la casa. Cogí un cuchillo de sierra, distinto al que se suele poner sobre la mesa a la hora de comer. Lo dejé en la encimera y del mismo cajón, me hice con unos alambres bastante largos con púas.Antes de cogerlo, justo al lado había unos guantes gruesos que supuse que era para coger el alambra, así que me los puse y salí de la cocina con el cuchillo.
Annabel miraba su móvil, escribiendo algo a alguien a toda velocidad. Ella estaba de espaldas a mí, ya que el sofá miraba hacia la cristalera que daba a la terraza. Dejé el cuchillo en la mesa del comedor sin hacer ningún ruido y deslié el alambre. Me acerqué sigilosamente hacia Annabel por detrás y estiré lo suficiente el cable para que las púas se pusieran rígidas.
Con un movimiento rápido con el fin de que no le diera tiempo de reaccionar, lié el alambre alrededor de la garganta de Annabel y lo apreté para que las púas se le hincaran en la carne. Ella empezó a sangrar y con las manos, intentó desliarse el alambre del cuello, pero era inútil, ya que consiguió clavarse las púas también en las manos. Las apartó a toda prisa, pero otra vez se las llevó al cuello.
Annabel no dejaba de gritar y se movía por propia inercia. Intentaba levantarse, pero yo le apretaba tanto el cuello con el alambre que la pude mantener sentada. Su cuello se fue desgarrando poco a poco gracias a las púas que iba moviendo de una lado a otro para conseguir sujeción. Las lágrimas caían de los ojos marrones de Annabel, al igual que la sangre por su cuello. Era como tantas veces había imaginado en mi mente.
-¿Estás bien, Annabel? Te veo nerviosa- le dije sonriendo.
Amarré con fuerza el alambre al sofá y me volví hacia mi amiga para mirarla directamente a los ojos.
-¿Qué pasa?
Annabel tenía los ojos rojos de llorar. Le costaba respirar y lo noté en cómo se le agitaba el pecho. El alambre estaba bien sujeto a su cuello y con cualquier pequeño movimiento las púas se hincaban en la piel. Sus manos cayeron y se las llevó a la altura del corazón.
-¿No me respondes? Está bien.
Recuperé el cuchillo de la mesa del comedor y regresé en frente de Annabel. Le volví a sonreír y le cogí una de las manos para poderla colocar sobre una de sus piernas. Fue un gesto casi delicado y cariñoso, por lo que me asqueé un poco. Giré varias veces el cuchillo delante de ella y gritó aún más alto, con la esperanza de que alguien la escuchara. Pero se calló enseguida, comprobando el dolor que le causaba eso.
-Vamos a hacer una cosa, ¿vale? Mientras yo te esté cortando los dedos- justo en ese momento, mientras yo sujetaba su mano apoyada en su pierna, ella hizo el amago de retirarse de mí, pero eso provocó varias punzadas en su cuello ensangrentado y tuvo que detenerse-. Annabel, por favor, tranquila. Escucha lo que te voy a decir y...
-Es.. estás... lo...lo...ca..
-¿Loca? Puede ser, no te lo voy a negar. Pero ese no es el tema, el tema es que quiero que me cuentes por qué decidiste llamarme, ¿vale?
Ella no dijo nada y yo me reí mientras empuñaba el cuchillo y lo dejaba en el aire a escasos centímetros de sus dedos.
-Tomaré tu silencio como un no, pero de todas formas, iba a hacer esto igualmente.
El filo del cuchillo se deslizó a la altura de donde creía las uñas de sus dedos. Estaban pintadas de verde, verde esperanza, aunque no hubiera ninguna para ella. Annabel, al notar el cuchillo, empezó a gritar, sin importarle el dolor del cuello. Eso era lo que yo quería, que gritase, para que el dolor se repartiera tanto en esa zona, como en su mano.
La otra que tenía libre la llevó hasta mi cara. dándome un guantazo con la poca fuerza que le quedaba. Dejé de cortar y me llevé el cuchillo hasta su otra mano. La cogí con fuerza y se lo hinqué justo en la palma, atravesándole toda la mano y girando la hoja para que se quedara quieta. De esa mano manaba sangre, mucha sangre. El olor a metálico llegó hasta mi nariz y sonreí contenta de mí misma. Esa mano dejó de resistirse y cayó de inmediato. Annabel continuaba gritando, pero llegó un momento en el que ni me percataba de ello, por lo que decidí continuar.
-Hay que ser gilipollas.
El cuchillo volvió a su misión original y cortó por donde el bajo de las uñas. El sofá se estaba llenando de sangre y me pregunté si a mi madre le importaba el desastre que estaba haciendo con el salón. Si se enfadaría. Pero miré a Annabel, con los párpados casi cerrados, intentando mantenerlos abiertos sin ningún éxito, y se me pasó esa preocupación. Claro que no, ella estaría orgullosa de mi.
Cuando la carne estuvo cortada, mostrando un poco de los huesos de los dedos, solté el cuchillo en el suelo y luego, le cogí cada uno de los dedos.
-Este dedo, por manipuladora- le expliqué partiéndole el pulgar. El hueso se fragmentó en dos, haciéndose escuchar el crujido del hueso haciéndose añicos-. Este por suavona-. otro dedo roto, del que no dejaba de salir sangre. A pesar de que se me estaban pringado las manos de esa sangre, sujeté fuerte los dedos para que no se me resbalaran. Con cada dedo que rompía, Annabel abría los ojos y se le escapaban largos suspiros de desesperación. El alambre tampoco era que le permitiera mucho más-. Este por cínica-. crack-. Este por guarra-. otro más.- Y este-. le dije levantándolo y enseñándoselo bien de cerca, mientras que los demás colgaban rotos y lacios-, por falsa.
Una vez los dedos rotos, los solté de cualquier manera sobre ella y me fui a la cocina por mi batidora. El cable era largo, así que llegaba desde el enchufe que tenía en el salón donde estaba la lámpara de pie hasta donde Annabel se convulsionaba de manera imperceptible. De la boca salia sangre, seguramente a causa de lo que le había hecho en el cuello.
Me puse justo detrás de ella y le cogí con fuerza de el pelo con la mano que tenía libre. Se lo alcé y lo enrollé a las dos aspas de la batidora. Seguidamente, la encendí y las aspas empezaron a girar enrollándose con el pelo de Annabel. Fue cogiendo pelo, acercándose poco a poco a la raíz. Cuando no hubo más pelo que enredar, pegué la batidora al cráneo, haciendo que la sangre me salpicara en la cara. El cuello de Annabel cayó hacia delante. Muerta. Aunque sabía que aquel cuerpo no tenía vida, yo seguí y seguí presionando la batidora contra su cabeza, abriéndole el cuero cabelludo.
No quería parar, pero tuve que hacerlo.
Retiré de ella la batidora y luego me quité los guantes. Observé la escena y sonreí para mí misma.
Annabel estaba muerta, sentada en mi sofá con la cabeza echada hacia delante. Su espalda seguía recta y pegada al respaldo, ya que el alambre de púas la sujetaba desde el cuello desgarrado. Las manos estaban en cada lado de su cuerpo; una con un agujero en toda la palma y la otra sin llemas y con los dedos partidos. Y por supuesto, sin pelo y con el cráneo abierto.
Era una imagen preciosa.
FIN DE LA PRIMERA MUERTE
CONTINUACIÓN >>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>> Bellas Artes - Parte 4/ Dante y Milles - 1
ANTERIOR >>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>> Bellas Artes - Parte - 3/ Annabel - 1
Seguramente habría más armarios cerrados repartidos por toda la casa. Cogí un cuchillo de sierra, distinto al que se suele poner sobre la mesa a la hora de comer. Lo dejé en la encimera y del mismo cajón, me hice con unos alambres bastante largos con púas.Antes de cogerlo, justo al lado había unos guantes gruesos que supuse que era para coger el alambra, así que me los puse y salí de la cocina con el cuchillo.
Annabel miraba su móvil, escribiendo algo a alguien a toda velocidad. Ella estaba de espaldas a mí, ya que el sofá miraba hacia la cristalera que daba a la terraza. Dejé el cuchillo en la mesa del comedor sin hacer ningún ruido y deslié el alambre. Me acerqué sigilosamente hacia Annabel por detrás y estiré lo suficiente el cable para que las púas se pusieran rígidas.
Con un movimiento rápido con el fin de que no le diera tiempo de reaccionar, lié el alambre alrededor de la garganta de Annabel y lo apreté para que las púas se le hincaran en la carne. Ella empezó a sangrar y con las manos, intentó desliarse el alambre del cuello, pero era inútil, ya que consiguió clavarse las púas también en las manos. Las apartó a toda prisa, pero otra vez se las llevó al cuello.
Annabel no dejaba de gritar y se movía por propia inercia. Intentaba levantarse, pero yo le apretaba tanto el cuello con el alambre que la pude mantener sentada. Su cuello se fue desgarrando poco a poco gracias a las púas que iba moviendo de una lado a otro para conseguir sujeción. Las lágrimas caían de los ojos marrones de Annabel, al igual que la sangre por su cuello. Era como tantas veces había imaginado en mi mente.
-¿Estás bien, Annabel? Te veo nerviosa- le dije sonriendo.
Amarré con fuerza el alambre al sofá y me volví hacia mi amiga para mirarla directamente a los ojos.
-¿Qué pasa?
Annabel tenía los ojos rojos de llorar. Le costaba respirar y lo noté en cómo se le agitaba el pecho. El alambre estaba bien sujeto a su cuello y con cualquier pequeño movimiento las púas se hincaban en la piel. Sus manos cayeron y se las llevó a la altura del corazón.
-¿No me respondes? Está bien.
Recuperé el cuchillo de la mesa del comedor y regresé en frente de Annabel. Le volví a sonreír y le cogí una de las manos para poderla colocar sobre una de sus piernas. Fue un gesto casi delicado y cariñoso, por lo que me asqueé un poco. Giré varias veces el cuchillo delante de ella y gritó aún más alto, con la esperanza de que alguien la escuchara. Pero se calló enseguida, comprobando el dolor que le causaba eso.
-Vamos a hacer una cosa, ¿vale? Mientras yo te esté cortando los dedos- justo en ese momento, mientras yo sujetaba su mano apoyada en su pierna, ella hizo el amago de retirarse de mí, pero eso provocó varias punzadas en su cuello ensangrentado y tuvo que detenerse-. Annabel, por favor, tranquila. Escucha lo que te voy a decir y...
-Es.. estás... lo...lo...ca..
-¿Loca? Puede ser, no te lo voy a negar. Pero ese no es el tema, el tema es que quiero que me cuentes por qué decidiste llamarme, ¿vale?
Ella no dijo nada y yo me reí mientras empuñaba el cuchillo y lo dejaba en el aire a escasos centímetros de sus dedos.
-Tomaré tu silencio como un no, pero de todas formas, iba a hacer esto igualmente.
El filo del cuchillo se deslizó a la altura de donde creía las uñas de sus dedos. Estaban pintadas de verde, verde esperanza, aunque no hubiera ninguna para ella. Annabel, al notar el cuchillo, empezó a gritar, sin importarle el dolor del cuello. Eso era lo que yo quería, que gritase, para que el dolor se repartiera tanto en esa zona, como en su mano.
La otra que tenía libre la llevó hasta mi cara. dándome un guantazo con la poca fuerza que le quedaba. Dejé de cortar y me llevé el cuchillo hasta su otra mano. La cogí con fuerza y se lo hinqué justo en la palma, atravesándole toda la mano y girando la hoja para que se quedara quieta. De esa mano manaba sangre, mucha sangre. El olor a metálico llegó hasta mi nariz y sonreí contenta de mí misma. Esa mano dejó de resistirse y cayó de inmediato. Annabel continuaba gritando, pero llegó un momento en el que ni me percataba de ello, por lo que decidí continuar.
-Hay que ser gilipollas.
El cuchillo volvió a su misión original y cortó por donde el bajo de las uñas. El sofá se estaba llenando de sangre y me pregunté si a mi madre le importaba el desastre que estaba haciendo con el salón. Si se enfadaría. Pero miré a Annabel, con los párpados casi cerrados, intentando mantenerlos abiertos sin ningún éxito, y se me pasó esa preocupación. Claro que no, ella estaría orgullosa de mi.
Cuando la carne estuvo cortada, mostrando un poco de los huesos de los dedos, solté el cuchillo en el suelo y luego, le cogí cada uno de los dedos.
-Este dedo, por manipuladora- le expliqué partiéndole el pulgar. El hueso se fragmentó en dos, haciéndose escuchar el crujido del hueso haciéndose añicos-. Este por suavona-. otro dedo roto, del que no dejaba de salir sangre. A pesar de que se me estaban pringado las manos de esa sangre, sujeté fuerte los dedos para que no se me resbalaran. Con cada dedo que rompía, Annabel abría los ojos y se le escapaban largos suspiros de desesperación. El alambre tampoco era que le permitiera mucho más-. Este por cínica-. crack-. Este por guarra-. otro más.- Y este-. le dije levantándolo y enseñándoselo bien de cerca, mientras que los demás colgaban rotos y lacios-, por falsa.
Una vez los dedos rotos, los solté de cualquier manera sobre ella y me fui a la cocina por mi batidora. El cable era largo, así que llegaba desde el enchufe que tenía en el salón donde estaba la lámpara de pie hasta donde Annabel se convulsionaba de manera imperceptible. De la boca salia sangre, seguramente a causa de lo que le había hecho en el cuello.
Me puse justo detrás de ella y le cogí con fuerza de el pelo con la mano que tenía libre. Se lo alcé y lo enrollé a las dos aspas de la batidora. Seguidamente, la encendí y las aspas empezaron a girar enrollándose con el pelo de Annabel. Fue cogiendo pelo, acercándose poco a poco a la raíz. Cuando no hubo más pelo que enredar, pegué la batidora al cráneo, haciendo que la sangre me salpicara en la cara. El cuello de Annabel cayó hacia delante. Muerta. Aunque sabía que aquel cuerpo no tenía vida, yo seguí y seguí presionando la batidora contra su cabeza, abriéndole el cuero cabelludo.
No quería parar, pero tuve que hacerlo.
Retiré de ella la batidora y luego me quité los guantes. Observé la escena y sonreí para mí misma.
Annabel estaba muerta, sentada en mi sofá con la cabeza echada hacia delante. Su espalda seguía recta y pegada al respaldo, ya que el alambre de púas la sujetaba desde el cuello desgarrado. Las manos estaban en cada lado de su cuerpo; una con un agujero en toda la palma y la otra sin llemas y con los dedos partidos. Y por supuesto, sin pelo y con el cráneo abierto.
Era una imagen preciosa.
FIN DE LA PRIMERA MUERTE
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