-Es bonito - dijo Beatriz sin pensar.
-¿Lo es? -
preguntó desconcertado por la respuesta de Beatriz. ¿Había oído bien o era su
imaginación enfermiza que lo estaba engañando? Se llevó una mano al puente de
su nariz y se apartó de ella, seguramente la estaba intimidando.
Ella vio la
reacción de Dante ante sus palabras y se llevó una decepción, no estaba a gusto
con lo que acababa de oír y aquello llenó de desconcierto el corazón desbocado
de Beatriz. Bajó la cabeza y se llevó detrás de la oreja un mechón de pelo que
se le había escapado del recogido.
-¡Señorita
Beatriz! ¡Señorita Beatriz!
Se trataba de
Ella, la criada de Beatriz. Por la desesperación de su voz, la joven supuso que
llevaba buscándola durante horas. Se le había ido el tiempo volando leyendo y
hablando con Dante. Beatriz empezó a retirarse, al ver que Dante no le decía
nada más. Le gustaba oír su voz, pero supuso que ahí se acababa la aventura.
Nunca la habían perseguido por la calle de esa manera, nunca se habían fijado
en su persona ni tampoco habían mostrado un interés tan puro y limpio como el
de Dante. Sus padres le habían presentado a otros jóvenes con el fin de casarse
con ella, pero Dante era distinto y lo supo desde el momento en el que se lo
encontró observándola. Él no quería su dinero y lo podía comprobar a partir de
sus ojos. Seguramente él sabía que tenía dinero por su vestido o por el tono
pálido de su piel, pero Beatriz tenía el presentimiento de no ser así. Lo que
llevó a darse cuenta que acababa de prestar su corazón a un completo
desconocido dejándose atrapar de esa forma. No era una niña, pero aquello había
conseguido sacarla de la rutina de su casa. Le había brindado su confianza sin más.
Dante alzó de
nuevo la vista hacia Beatriz al oír la voz de la otra mujer que la llamaba con
preocupación. Se encontró con la joven un poco más alejada de él.
-Debería irme.
Un... un placer...
¿Estaba
desilusionada por irse o era su impresión? Dante acortó la distancia que los
separaba y le agarró la cara, haciendo que Beatriz se mostrara más sorprendida
de lo que estaba ya. Dejó de sentirse mal y abrió mucho los ojos, a pocos
centímetros del rostro de Dante. Se fijó en las pequeñas pecas que perfilaban
sus mejillas y más abajo, en sus labios entreabiertos.
-Aún no. No puede
irse.
-¿Qué.... qué...
hace?
Beatriz estaba
impresionada por su cercanía tan repentina. Mientras su cara estaba tan cerca,
sus cuerpos se encontraban de igual manera, separados por los brazos cruzados
de Beatriz que sujetaban con fuerza el cuaderno con los poemas de su padre. Si
no tuviera nada, temblaría el doble de lo que ya lo hacía. Ningún hombre la
había tratado así, ni la había mirado como Dante. Era extraño, pero aquello era
algo que esperaba desde hacía demasiado tiempo.
-Yo... llevo
días... observándote... - empezó a decir, intentando calmarse -. Queriendo
hablarte...- había dejado a un lado las formalidades, había perdido el control
incluso de su educación, pero a ella no pareció importarle. Mientras ella se
mostrara así de desconcertada, en el buen sentido, tenía más que suficiente-.
No... puedo respirar...
-Dante...
Su nombre sonaba
tan bien entre sus labios. Quería volver a escuchárselo decir, pero sabía que
eso solo dependía de ella. Dante creía que la joven le diría que era un
acosador, que la violaría en cualquier momento, pero Florencia era una ciudad
demasiado bonita, con una Beatriz demasiado hermosa como para mancharla de esa
manera. Beatriz, su Beatriz...
-No... no me
importa... - le respondió ella, llevando una mano hasta el rostro de Dante. Sus
mejillas eran tan cálidas como las manos que la sujetaban. No sabía quién era
Dante, de dónde venía ni a qué se dedicaba cada día, pero lo que sí sabía era
que Beatriz quería que la mirara así todo lo que se le estuviera permitido.
Pero la realidad estaba más allá de Dante, golpeándole de nuevo, pues a escasos
metros de ellos, estaba su criada llamándola y buscándola junto a su amiga Monna-.
Dante... me tengo que ir...
Él asintió,
molesto por tener que dejarla ir. Estaba sorprendido con la respuesta de la
joven. No se mostraba incómoda por haberle confesado lo que llevaba día
haciendo. Pero entonces dejó caer sus brazos a ambos lados de su cuerpo, sin
apenas fuerzas. Siguió mirándola, pues ella no apartaba aún su mano de la cara
de él. Beatriz estaba casi de puntillas, ya que Dante era más alto que ella.
Beatriz no quería
retirarse de él, pero sabía que si aguardaban más tiempo, Monna y Ella la
verían en esa situación. Y si aquello pasaba, no quería imaginar lo que vendría
después al llegar a casa. Quitó la mano que acariciaba la mejilla del muchacho
y se arrepintió solo de hacerlo, pues quería seguir sintiendo esa calidez tan
agradable de la que ella carecía.
-Beatriz...
Repentinamente, no
pudo aguantarlo más y decidió besarla sin pedir antes permiso. Arrastró sus
labios hasta los de Beatriz y los presionó con el fin de que ella también
reaccionara. El caso era, que Beatriz estaba en estado de no retorno, con sus
ojos castaños ampliamente abiertos mirando como los de Dante estaban cerrados
disfrutando o intentando disfrutar del beso. Beatriz abrió sus labios con
vergüenza, obligándose a responder. Soltó el cuaderno de su padre y abrazó el
cuello de Dante. Nunca había besado a nadie, pero el sentimiento le pareció tan
conocido como los labios de su desconocido y amado Dante. No sabía cómo debía besar,
simplemente se dejó llevar, como tantas veces leía en sus libros. Su pecho se
agitó aún más cuando Dante la cogió de las caderas y la elevó para ponerla a su
altura. Ahora no había que separara sus cuerpos y Beatriz sintió el calor que
transmitía Dante a través de sus telas.
-No... puedo...
respirar... - comentó ella separándose de él levemente. Utilizó las mismas palabras que
Dante había empleado con ella, algo que provocó que el joven sonriera. La
soltó, dándole un casto beso en los labios. Eran tan dulces...-. Lo siento...
Cuando la dejó en
el suelo, Beatriz se apresuró en recoger el cuaderno de su padre del suelo y
recomponerse el vestido, todo arrugado. El pelo con el que había salido de
casa, no parecía ser el mismo, pero no le importó en absoluto.
-Beatriz, lo
siento. No debí...
Ella se encogió de
hombros. Tenía las mejillas encendidas y los labios aún entreabiertos del beso,
un poco hinchados. Sonrió, con el corazón golpeando su pecho con la suficiente
fuerza como para salirse de su cuerpo. El amor ciego, el amor que inundaba cada
parte de él, abrumándolo y cegándolo. Era su cara, su voz, su mirada y su vida
entera lo que él más amaba en ese mundo. Le daba miedo dedicarse a alguien que
acababa de conocer y besar. Eran unos inconscientes, desarmados e irracionales.
-¡Señorita
Beatriz!
Beatriz
se alejó de él, diciéndole adiós con una sutil inclinación de cabeza. Florencia
pareció resguardar el sol tras las nubes, sumiendo a la ciudad en sombras. La
vio marcharse, con su vestido jugando entre sus piernas, su cabello luchando
por no caerse del recogido. No podía ver su cara, pero sabía que estaba
encendida. Dante se apoyó contra la pared, buscando una calma de la que
carecía. Lo que sentía por Beatriz le oprimía el pecho. Sus versos no mentían,
ni tampoco lo que sus labios le habían transmitidos. Ella también había sentido
esa conexión.Continuación >>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>>> Divina Comedia - cuatro
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