viernes, 25 de marzo de 2016

Divina Comedia - dos

               -Espera - no, otra vez no, pensó asustado. El corazón le iba mil por hora y no podía respirar bien. La tenía muy cerca y ahora volvía alejarse de él.
                La cogió del brazo, impidiendo que se fuera de su alcance. La chica era de piel fría, pero al mismo tiempo suave, cosa que le indicó que seguramente venía de una buena familia, al igual que su tez pálida. Ella lo miró confusa, frunciendo el ceño sin comprender a qué venía todo eso.
                -¿Qué lee?
                Beatriz se vio de nuevo contra la pared, envuelta casi por completo por el cuerpo de ese hombre. Olía bien, olía a hierba y a flores silvestres. Inconscientemente cerró los ojos y disfrutó del aroma. Los abrió enseguida, disimulando lo que acababa de hacer. La mano de él la seguía sujetando y la notó áspera bajo su piel. Era más moreno que ella y cálido, muy cálido.
                -Mi padre escribe poesía. Le gusta escribirlas aquí - alzó el libro entre ellos, otorgándole un poco de espacio para así recuperarse. El joven se obligó a soltarla y a apartar la vista de los ojos castaños de ella para desviarlos hasta su libro. Se trataba de un cuaderno con una portada algo descuidada donde venía escrito A mi hija Beatriz-. Me lo deja ver siempre que quiero así que...
                -Beatriz - dijo distraído, sin prestar atención a lo que seguía diciendo la joven. Estaba tan impresionado que no podía decir otra cosa que no fuera su nombre-. Se llama usted Beatriz.
                Beatriz sonrió y giró la cara para que no la viera sonrojarse. ¿Se estaba sonrojando al oír de la boca de ese hombre su nombre? Estaba avergonzada de su propia reacción, cuando hacía menos de cinco minutos acababa de huir de él. Se escurrió hacia la derecha e intercambió sus posiciones. Ella era más baja que él, pero desde su estatura podía ver las distintas sombras que se dibujaban por su rostro. Tenía el pelo ligeramente largo, con algún que otro rizo gracioso que se escapaba por su frente. Era de rasgos finos y bien definidos, con una nariz poco pronunciada y de labios bien esculpidos.
                -Sí.
                Ella observó cuán sorprendido estaba el joven, algo que la desconcertó. ¿No le gustaba su nombre?
                -Qué hermoso... - susurró sin que Beatriz pudiera escucharle, no quería que supiera cuánto más estaba enamorado de ella y de su nombre. En sus labios sonaba dulce y delicado, como los tantos versos que le había dedicado. Estaba lleno de dicha porque el sino le había permitido saber su nombre.
                -¿Quién es usted?
                Volvió a mirarla como lo hizo la primera vez que la vio, en el mismo árbol donde él mismo había pasado muchas tardes allí. Se la encontró dormida, con la cabeza apoyada contra el tronco del árbol. La miró como si no hubiera visto joven más hermosa que ella. Se la volvió a imaginar, con el libro sobre su regazo y con la boca entreabierta. Nunca imaginó aquel momento, después de tantos días haciéndose a la idea de que Beatriz era imposible de alcanzar. Ese momento en el que ella se interesaría por su nombre. Le temblaron las manos y las escondió en los bolsillos de su pantalón.
                 -Me llamo Dante.




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