sábado, 26 de marzo de 2016

Divina Comedia - tres

                 -Es bonito - dijo Beatriz sin pensar.
                -¿Lo es? - preguntó desconcertado por la respuesta de Beatriz. ¿Había oído bien o era su imaginación enfermiza que lo estaba engañando? Se llevó una mano al puente de su nariz y se apartó de ella, seguramente la estaba intimidando.
                Ella vio la reacción de Dante ante sus palabras y se llevó una decepción, no estaba a gusto con lo que acababa de oír y aquello llenó de desconcierto el corazón desbocado de Beatriz. Bajó la cabeza y se llevó detrás de la oreja un mechón de pelo que se le había escapado del recogido.
                -¡Señorita Beatriz! ¡Señorita Beatriz!
                Se trataba de Ella, la criada de Beatriz. Por la desesperación de su voz, la joven supuso que llevaba buscándola durante horas. Se le había ido el tiempo volando leyendo y hablando con Dante. Beatriz empezó a retirarse, al ver que Dante no le decía nada más. Le gustaba oír su voz, pero supuso que ahí se acababa la aventura. Nunca la habían perseguido por la calle de esa manera, nunca se habían fijado en su persona ni tampoco habían mostrado un interés tan puro y limpio como el de Dante. Sus padres le habían presentado a otros jóvenes con el fin de casarse con ella, pero Dante era distinto y lo supo desde el momento en el que se lo encontró observándola. Él no quería su dinero y lo podía comprobar a partir de sus ojos. Seguramente él sabía que tenía dinero por su vestido o por el tono pálido de su piel, pero Beatriz tenía el presentimiento de no ser así. Lo que llevó a darse cuenta que acababa de prestar su corazón a un completo desconocido dejándose atrapar de esa forma. No era una niña, pero aquello había conseguido sacarla de la rutina de su casa. Le había brindado su confianza sin más.
                Dante alzó de nuevo la vista hacia Beatriz al oír la voz de la otra mujer que la llamaba con preocupación. Se encontró con la joven un poco más alejada de él.
                -Debería irme. Un... un placer...
                ¿Estaba desilusionada por irse o era su impresión? Dante acortó la distancia que los separaba y le agarró la cara, haciendo que Beatriz se mostrara más sorprendida de lo que estaba ya. Dejó de sentirse mal y abrió mucho los ojos, a pocos centímetros del rostro de Dante. Se fijó en las pequeñas pecas que perfilaban sus mejillas y más abajo, en sus labios entreabiertos.
                -Aún no. No puede irse.
                -¿Qué.... qué... hace?
                Beatriz estaba impresionada por su cercanía tan repentina. Mientras su cara estaba tan cerca, sus cuerpos se encontraban de igual manera, separados por los brazos cruzados de Beatriz que sujetaban con fuerza el cuaderno con los poemas de su padre. Si no tuviera nada, temblaría el doble de lo que ya lo hacía. Ningún hombre la había tratado así, ni la había mirado como Dante. Era extraño, pero aquello era algo que esperaba desde hacía demasiado tiempo.
                -Yo... llevo días... observándote... - empezó a decir, intentando calmarse -. Queriendo hablarte...- había dejado a un lado las formalidades, había perdido el control incluso de su educación, pero a ella no pareció importarle. Mientras ella se mostrara así de desconcertada, en el buen sentido, tenía más que suficiente-. No... puedo respirar...
                -Dante...
                Su nombre sonaba tan bien entre sus labios. Quería volver a escuchárselo decir, pero sabía que eso solo dependía de ella. Dante creía que la joven le diría que era un acosador, que la violaría en cualquier momento, pero Florencia era una ciudad demasiado bonita, con una Beatriz demasiado hermosa como para mancharla de esa manera. Beatriz, su Beatriz...
                -No... no me importa... - le respondió ella, llevando una mano hasta el rostro de Dante. Sus mejillas eran tan cálidas como las manos que la sujetaban. No sabía quién era Dante, de dónde venía ni a qué se dedicaba cada día, pero lo que sí sabía era que Beatriz quería que la mirara así todo lo que se le estuviera permitido. Pero la realidad estaba más allá de Dante, golpeándole de nuevo, pues a escasos metros de ellos, estaba su criada llamándola y buscándola junto a su amiga Monna-. Dante... me tengo que ir...
                Él asintió, molesto por tener que dejarla ir. Estaba sorprendido con la respuesta de la joven. No se mostraba incómoda por haberle confesado lo que llevaba día haciendo. Pero entonces dejó caer sus brazos a ambos lados de su cuerpo, sin apenas fuerzas. Siguió mirándola, pues ella no apartaba aún su mano de la cara de él. Beatriz estaba casi de puntillas, ya que Dante era más alto que ella.
                Beatriz no quería retirarse de él, pero sabía que si aguardaban más tiempo, Monna y Ella la verían en esa situación. Y si aquello pasaba, no quería imaginar lo que vendría después al llegar a casa. Quitó la mano que acariciaba la mejilla del muchacho y se arrepintió solo de hacerlo, pues quería seguir sintiendo esa calidez tan agradable de la que ella carecía.
                -Beatriz...
                Repentinamente, no pudo aguantarlo más y decidió besarla sin pedir antes permiso. Arrastró sus labios hasta los de Beatriz y los presionó con el fin de que ella también reaccionara. El caso era, que Beatriz estaba en estado de no retorno, con sus ojos castaños ampliamente abiertos mirando como los de Dante estaban cerrados disfrutando o intentando disfrutar del beso. Beatriz abrió sus labios con vergüenza, obligándose a responder. Soltó el cuaderno de su padre y abrazó el cuello de Dante. Nunca había besado a nadie, pero el sentimiento le pareció tan conocido como los labios de su desconocido y amado Dante. No sabía cómo debía besar, simplemente se dejó llevar, como tantas veces leía en sus libros. Su pecho se agitó aún más cuando Dante la cogió de las caderas y la elevó para ponerla a su altura. Ahora no había que separara sus cuerpos y Beatriz sintió el calor que transmitía Dante a través de sus telas.
                -No... puedo... respirar... - comentó ella separándose de él  levemente. Utilizó las mismas palabras que Dante había empleado con ella, algo que provocó que el joven sonriera. La soltó, dándole un casto beso en los labios. Eran tan dulces...-. Lo siento...
                Cuando la dejó en el suelo, Beatriz se apresuró en recoger el cuaderno de su padre del suelo y recomponerse el vestido, todo arrugado. El pelo con el que había salido de casa, no parecía ser el mismo, pero no le importó en absoluto.
                -Beatriz, lo siento. No debí...
                Ella se encogió de hombros. Tenía las mejillas encendidas y los labios aún entreabiertos del beso, un poco hinchados. Sonrió, con el corazón golpeando su pecho con la suficiente fuerza como para salirse de su cuerpo. El amor ciego, el amor que inundaba cada parte de él, abrumándolo y cegándolo. Era su cara, su voz, su mirada y su vida entera lo que él más amaba en ese mundo. Le daba miedo dedicarse a alguien que acababa de conocer y besar. Eran unos inconscientes, desarmados e irracionales.
              -¡Señorita Beatriz!
                Beatriz se alejó de él, diciéndole adiós con una sutil inclinación de cabeza. Florencia pareció resguardar el sol tras las nubes, sumiendo a la ciudad en sombras. La vio marcharse, con su vestido jugando entre sus piernas, su cabello luchando por no caerse del recogido. No podía ver su cara, pero sabía que estaba encendida. Dante se apoyó contra la pared, buscando una calma de la que carecía. Lo que sentía por Beatriz le oprimía el pecho. Sus versos no mentían, ni tampoco lo que sus labios le habían transmitidos. Ella también había sentido esa conexión.



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viernes, 25 de marzo de 2016

Divina Comedia - dos

               -Espera - no, otra vez no, pensó asustado. El corazón le iba mil por hora y no podía respirar bien. La tenía muy cerca y ahora volvía alejarse de él.
                La cogió del brazo, impidiendo que se fuera de su alcance. La chica era de piel fría, pero al mismo tiempo suave, cosa que le indicó que seguramente venía de una buena familia, al igual que su tez pálida. Ella lo miró confusa, frunciendo el ceño sin comprender a qué venía todo eso.
                -¿Qué lee?
                Beatriz se vio de nuevo contra la pared, envuelta casi por completo por el cuerpo de ese hombre. Olía bien, olía a hierba y a flores silvestres. Inconscientemente cerró los ojos y disfrutó del aroma. Los abrió enseguida, disimulando lo que acababa de hacer. La mano de él la seguía sujetando y la notó áspera bajo su piel. Era más moreno que ella y cálido, muy cálido.
                -Mi padre escribe poesía. Le gusta escribirlas aquí - alzó el libro entre ellos, otorgándole un poco de espacio para así recuperarse. El joven se obligó a soltarla y a apartar la vista de los ojos castaños de ella para desviarlos hasta su libro. Se trataba de un cuaderno con una portada algo descuidada donde venía escrito A mi hija Beatriz-. Me lo deja ver siempre que quiero así que...
                -Beatriz - dijo distraído, sin prestar atención a lo que seguía diciendo la joven. Estaba tan impresionado que no podía decir otra cosa que no fuera su nombre-. Se llama usted Beatriz.
                Beatriz sonrió y giró la cara para que no la viera sonrojarse. ¿Se estaba sonrojando al oír de la boca de ese hombre su nombre? Estaba avergonzada de su propia reacción, cuando hacía menos de cinco minutos acababa de huir de él. Se escurrió hacia la derecha e intercambió sus posiciones. Ella era más baja que él, pero desde su estatura podía ver las distintas sombras que se dibujaban por su rostro. Tenía el pelo ligeramente largo, con algún que otro rizo gracioso que se escapaba por su frente. Era de rasgos finos y bien definidos, con una nariz poco pronunciada y de labios bien esculpidos.
                -Sí.
                Ella observó cuán sorprendido estaba el joven, algo que la desconcertó. ¿No le gustaba su nombre?
                -Qué hermoso... - susurró sin que Beatriz pudiera escucharle, no quería que supiera cuánto más estaba enamorado de ella y de su nombre. En sus labios sonaba dulce y delicado, como los tantos versos que le había dedicado. Estaba lleno de dicha porque el sino le había permitido saber su nombre.
                -¿Quién es usted?
                Volvió a mirarla como lo hizo la primera vez que la vio, en el mismo árbol donde él mismo había pasado muchas tardes allí. Se la encontró dormida, con la cabeza apoyada contra el tronco del árbol. La miró como si no hubiera visto joven más hermosa que ella. Se la volvió a imaginar, con el libro sobre su regazo y con la boca entreabierta. Nunca imaginó aquel momento, después de tantos días haciéndose a la idea de que Beatriz era imposible de alcanzar. Ese momento en el que ella se interesaría por su nombre. Le temblaron las manos y las escondió en los bolsillos de su pantalón.
                 -Me llamo Dante.




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jueves, 24 de marzo de 2016

Cinco minutos.

Te dedico mis cinco minutos románticos del día. 

Te dedico lo que podría ser pero no es.Te dedico la cantidad de kilómetros que están entre tú y yo. Te dedico esa conjunción "y". Te dedico esto, ya que sé que no lo vas a leer. Sé que no te apasiona la lectura tanto como a mí, por eso me siento libre de escribir aquí y ahora, cuando sé que dentro de cinco minutos me arrepentiré de hacer. Te pido que no me leas, que no pienses en esto que te dedico, porque quizás deje de ser lo más bonito de la ciudad. Si te digo que te echo de menos, no me hagas mucho caso, porque son esos cinco minutos (o en otras ocasiones, segundos) románticos los que hablan por mí. Me limito un tiempo, porque sé que podría querer más de lo que debo. Porque me tomo la confianza de imaginar. De vivir lo que podría ser pero no es. Pero no porque no quiera, sino porque no puedo. No puedo por miedo a que me destroces un corazón que no pediste, pero que igualmente yo te di. Y te dedico un corazón con cinco minutos románticos cada día. 

Te dedico mis cinco minutos románticos del día. Y quizás, de mi vida.



miércoles, 23 de marzo de 2016

Un rechazo no le sienta bien a nadie III

Los golpes de su hermana despertaron a la joven de un susto.
Artemisa se levantó cómo pudo de la cama, estaba físicamente agotada de las pruebas que había hecho el día anterior, por lo que tener que despertarse a esa hora no es que le hiciera mucha gracia. Intentó no hacer caso a los constantes golpes que llegaban hasta su habitación, pero fue misión imposible. 
Miró la hora en el móvil y comprobó que eran las tres de la mañana.
Encendió la luz de la mesa de noche y se arropó con una pequeña manta que siempre tenía a los pies de la cama. Salió de la habitación y se fue derecha a la habitación de su hermana. Con suerte era ella la que se había despertado y no sus padres. Por desgracia eran sus habitaciones las que estaban una al lado de la otra.
-¿Hades? ¿Qué coño estás haciendo? - preguntó con una mano puesta en el pomo y la oreja pegada en la puerta. Desde fuera no se escuchaba nada, salvo los repetitivos golpes contra algo. 
Hades no respondió, por lo que Artemisa se tomó la libertad de abrir la puerta, encendiendo la luz al entrar.
En cuanto Artemisa vio a su hermana golpear de forma insistente la pared de su habitación, se abalanzó sobre ella con el fin de que dejara de hacerse daño así misma. Ella no era tan alta como Hades, ni tenía la misma fuerza, por lo que le costó bastante separarla de la pared a la que golpeaba. A Artemisa se le daba bien correr, tenía mucha agilidad para eso y más, pero en cuanto a fuerza se refería, era nula. 
-¡Hades, ya vale! ¡Basta! - le gritó Artemisa asustada por la actitud de su hermana.
Hades no la miró, estaba demasiado concentrada en golpear la pared hasta que esta cayera, hasta que se rompiera. Aunque a decir verdad, la única que se estaba rompiendo era ella. 
Al fin, Artemisa logró separarla, llamando la atención de su hermana como pudo. 
-Hades... Hades, por favor reacciona - le pidió aprovechando que poco a poco disminuía su afán de autodestrucción
Artemisa la llevó hasta la cama, donde Hades se quedó sentada, con la cara agachada sin poder mirar a su hermana. Le cogió de las manos, observando lo que se había hecho en los puños. Estaban encendidos, en carne viva por haber estado golpeado con insistencia la pared, la cual no tenía culpa alguna de su enfado. La chica se volvió y comprobó que había dejado pequeñas manchas de sangre - Hades, ¿pero qué coño haces? - inquirió, alzando el rostro de Hades -. Mírame.
Las lágrimas comenzaron a caer de los ojos de su hermana en cuanto esta la miró. Tenía las mejillas enrojecidas del esfuerzo y los ojos hinchados de haber estado llorando también antes. Los rasgos de la cara se le habían suavizado, pero seguía con una expresión fría y distante. Artemisa la estuvo observando durante un rato, y se fijó en los moratones que tenía alrededor del cuello y de las muñecas. Carecía de emociones, a pesar de estar llorando. Su cara permanecía impasible.
-¿Qué te han hecho?
-Nada - dijo Hades de repente, despertando de su conmoción y retirándose de Artemisa. Se subió del todo a la cama y se pegó a la pared - Vete a tu cuarto.
-No.
-Artemisa - dijo solemne Hades, dejando claro que no la quería invadiendo su espacio.
-Hades - le respondió, contrariando a su hermana. Conocía a Hades, pero no podía mentir y decir que sabía cómo calmarla en esa situación. Nunca la había visto tan helada por dentro, y mucho menos con ella, que siempre estaban muy unidas.
Ambas hermanas se desafiaron con la mirada. Artemisa estaba seriamente preocupada por ella, y Hades parecía no comprender la seriedad del asunto. Se había despertado en mitad de la noche por su culpa, porque Hades se estaba autolesionando así misma. Quería saber el motivo de aquello, quería conocer el origen de esos moratones. Su hermana practicaba karate, y sabía que era excepcional, pero también era consciente de que lo que tenía Hades, tanto en el cuello como alrededor de las muñecas, no era a causa de sus clases de artes marciales.
-¿No entiendes que no es normal estar a las tres de la mañana golpeando una pared?
-Lárgate, joder - le espetó con suma frialdad. Una frialdad que no había visto nunca en Hades. Le acababa de golpear, pero con palabras que era mucho peor que cualquier otra cosa.
Entonces Artemisa desapareció de su habitación, haciendo caso a su hermana. La dejó sola, como ella quería. 
Se metió en su cama, se arropó y lloró en silencio, manchando con la sangre de sus nudillos las sábanas. Ella no quería ser así con Artemisa, pero no le quedaba de otra. 
Estaba rota, completamente rota por dentro. El dolor de sus manos no era ni similar al que sentía en el corazón. Héctor la había destruido, había acabado con ella. Y se sentía tan frustrada consigo misma, que por eso se había levantado a esa hora y había comenzado a golpear la pared, imaginando que era Héctor. Quería destruirlo como había hecho con ella. No quería ni pensar en cómo iba a reaccionar al día siguiente cuando se lo encontrara. La había tocado, la había violado. Había inmortalizado un momento que Hades se había imaginado de mil maneras diferentes, nada que ver con lo que Héctor le había hecho ese día en el vestuario. 


-Lo siento. No tengo perdón de Dios.
-No, no lo tienes- corroboró ella a regañadientes. La había tomado sin ningún tipo de consentimiento, un consentimiento que si las cosas hubieran fluido de otra manera, se lo hubiera dado. Pero no había sido así.
Se apartó de Héctor, asqueada con él y consigo misma. La expresión de la cara le había cambiado, al igual que la manera de comportarse. Se levantó sin intención de cubrirse, se movió por el vestuario como un fantasma, buscando su ropa. Ella se vistió delante suya, sin pudor, y mirándole a los ojos sin emoción alguna. 
-Hades, espera.
Él intentó levantarse, pero los ojos de Hades cayeron con un peso mayor sobre él, viendo a través de ellos el infierno al que la había arrastrado y condenado. Hades se acababa de convertir en una persona sin ánima, fría y distante. Frustrada y contrariada. Pero sobre todo, helada por dentro, como el mismo Infierno que Dante había descrito en su Divina Comedia.
Una vez recogidas sus cosas, Hades desapareció del vestuario y dejó a Héctor dentro.



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domingo, 20 de marzo de 2016

Bellas Artes - Parte 4 / Dante y Milles - 3

-Dime que no falta mucho, por favor.
Will echó un vistazo al resto de la historia. No faltaba mucho, pero vio que su amiga toleraba bastante poco lo que había escrito en el cuaderno. Aunque a él le encantaran ese tipo de historias, no podía negar tampoco que no se le revolviera aunque sea un poco el estómago. Estaba todo escrito con mucha crueldad y odio, se notaba en la letra y en la presión que habían ejercido con el lápiz.
-No, solo un poco más.
-Menos mal.
-¿No quieres saber cómo acaba? - le preguntó a Lotte. En sus ojos pudo ver atisbo de duda, ella tenía curiosidad, era su estómago el que le decía que dejara de escuchar lo que venía en ese cuaderno. Charlotte tenía una imaginación muy amplia, así que no le era difícil imaginarse la situación.
Lotte asintió, echando tripas.
-Déjame leer ahora a mí, Will.
Le tendió la libreta a su amiga, quien se aclaró la voz para retomar la historia.


Al escuchar mi voz alzada, mis ojos, que indudablemente estaban inyectados en odio y repulsión hacia su persona, y la seguridad con la que sujetaba el fragmento de cristal mientras me acercaba hacia él, provocaron que se echara para atrás, hasta chocar contra la pared de la clase. 
Se había encerrado así mismo.
Dante era esbelto y grande TODA UNA BOLA DE GRASA CON PATAS SIN ÁNIMA. Me daba asco solo de mirarle, pero como sabía que después de eso no tendría que sufrir más por sus abusos, por sus comentarios, por sus agresiones, por su falta de moral, todo lo demás eran matices que podía dejar a un lado por un par de minutos. 
Era curioso, porque por primera vez, teniéndole tan cerca, pude ver su miedo. ME TEMÍA, OH SÍ QUE ME TEMÍA. Ahora sabía porqué mi madre mataba, ahora sabía porqué me gustaba (Y ME GUSTA) matar. El miedo y el horror de la víctima era de lo que tanto mi madre como yo nos alimentábamos. 
Le cogí de la mano derecha, la de las pajas seguramente cuando no tenía a mano a la marioneta de su novia Sky, y le puse la palma mirando hacia el techo. No opuso resistencia, algo que en parte me sorprendió y por otra no. Yo le sonreí y al segundo siguiente, sin apartar mi mirada de la suya, le clavé el cristal en la mano. Dante ahogó un tremendo grito que tuvo que desgarrase la garganta. Quiso retirarse inmediatamente, pero solo con moverse, yo le clavaba más aún el fragmento de cristal, de tal manera que incluso atravesó su mano por completo. Un charco de sangre se formó a nuestros pies, como si un lago se tratara, Torcí el cristal y lo partí por la mitad. Me dolía aún mi propia mano, ¿pero dónde quedaba mi dolor cuando no podía parar de disfrutar del momento?
-Ahora te voy a bajar los pantalones, que sé que eso te fascina.
Dante continuó gritando, pero poco a poco fue perdiendo la esperanza. Cuando le bajé los pantalones, alcé la vista hacia mi compañero, quien tenía la vista clavada simultáneamente en mí y en su amigo Milles, a quien yo le daba la espalda. 
-¿Enserio, Dante?
Su pene no era gran cosa, era más, me la esperaba de un tamaño considerable, ya que siempre vacilaba de ella. Pero claro, vacilaba de lo que carecía. ¿Cómo era posible que Sky follara con él? A mí me deprimiría. La escena de ellos dos copulando me produjo ansia, y tuve que apartarla de mi mente.
-Vamos a ver... Ahora vas a hacer lo que yo TE DIGA. ¿Vale? - se me notaba en la voz que estaba ansiosa por que muriera ya. Estaba impaciente.
Le cogí la mano herida, la que tenía el cristal incrustado. Él gritó e intentó que no se la cogiera, pero no pudo hacer nada. Solo obedecer. No tenía otra opción Y ME ENCANTABA. 
-Vamos, Dante. Date amor a ti mismo.
Pero no me hizo caso, así que le hice yo el favor al muchacho. ¡Qué gran persona fui! ¡Tan amable...! Le cubrí su mano con la mía y como una marioneta, se la moví hacia arriba y hacia abajo mientras el cristal se le iba clavando por todo el miembro. Volvió a gritar, muerto por el dolor en su genitales. ME DABA UN ASCO INCREÍBLE, PERO mi fuerza de voluntad fue tal, que no logro comprender aún cómo fui capaz de soportar las ganas de vomitar.
La clase se había impregnado del olor a sangre, a metálico y a muerte. Era fantástico.
Dante finalmente se derrumbó por el dolor que sentía. No volvería a mear en condiciones en su vida. PORQUE COMO YA NO TENÍA UNA, PUES...  Dejé que se cayera solo al suelo, con la mano en su pene, aguantando el dolor entre lágrimas. Lo observé desde arriba, entre la risa y la histeria. Me agaché, complacida por estar acabando mi trabajo, le cogí el miembro con una mano y con el otro trozo de cristal que me quedó, le extirpé desde la base. La sangre me estaba dejando completamente empringada, pero me gustaba esa sensación. Con Annabel me había pasado igual, pero a Dante le tenía aún más inquina. Los huevos (llenos de pelos) se quedaron sin tronco. Tristes y solos. Seguidamente se la metí en la boca, obligándolo a que la abriera. Cuando la tuvo dentro, quiso vomitar, pero se lo impedí e hice que masticara su propio pene.
-¡¿NO TE GUSTA QUE TE LA COMAN? PUES TOMA UN POCO DE TU PROPIA MEDICINA.
Me levanté y rápidamente, antes de que le diera tiempo a hacer cualquier cosa, cogí un nuevo trozo de cristal, el cual le clavé en la barbilla. Más sangre salió despedida hacia mí. El cristal salió por donde tenía la lengua. Dejé el cristal ahí clavado y me levanté, subiéndome en sus costillas como había hecho con Milles. Estas cedieron y yo paré de ejercer mi peso sobre él en cuanto vomitó su polla y sangre procedente de todas partes.
Se ahogó con todo lo que tenía en la boca. Se ahogó con la sangre que tenía en sus pulmones.
Milles había muerto. Ahora Dante.
-Nadie OS ECHARÁ DE MENOS. NADIE.


                                       FIN DE LA SEGUNDA Y TERCERA MUERTE


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Bellas Artes - Parte 4/ Dante y Milles - 2

Que se olvidaran ambos de volver a sus respectivas casas.
Siendo música para mis oídos, el timbre sonó y mientras recogía a cámara lenta mis cosas, esperé a que todos salieran. Conocía a Milles y a Dante, por lo que sabía que siempre eran los últimos en salir ya que solían ponerse a hablar de a saber qué cosas. Tratándose de ellos, no debían de ser cosas ni inteligentes ni interesantes.
La clase se quedó vacía en menos de dos minutos y antes de que pudieran salir ambos, me dediqué a cerrar tanto la puerta principal como la trasera. Estábamos solos, los tres, y de verdad, aquellos silenciosos y lentos segundos fueron los mejores de mi vida. Annabel había sido el plato entrante, pero Dante y Milles se estaban convirtiendo en el principal. Me giré hacia ellos y ambos se estaban mirando preguntándose qué era lo que estaba pasando.
-¿Qué coño haces? - me dijo Milles con cara de asco. 
Cuando Milles me dijo aquello, se me encaró e intentó abrir la puerta de la clase. Su problema fue que en cuanto puso su mano en el pomo de la puerta, yo se la cogí y mirando a su amigo, la giré hacia mí, de manera que se escuchó un largo crujido procedente de su muñeca. 
-¿!Pero qué haces, puta loca?! - gritó Dante dirigiéndose hacia mí, mientras miraba a su amigo retorcerse de dolor en el suelo. Al romperle la muñeca, Milles se había quedó flácido y cayó al suelo.
-Qué curioso.  Annabel me dijo exactamente lo mismo antes de que la matara.
En ese mismo momento Dante fue a ayudar a su amigo,  pero yo lo intercepté y le di un puñetazo rápido en el estómago, le cogí del brazo derecho poniéndome justo detrás de él y se lo retorcí hasta que se quedó postrado de rodillas en el suelo junto a Milles.
-¡SUÉLTAME, PUTA LOCA! ¡SUÉLTAME! ¡SOCORRO! 
-¡ESTÁS COMO UNA CABRA! - chilló Milles como pudo.
Yo empecé a reírme, y les estampé a ambos dos fuertes patadas para que se quedaran tumbados el tiempo suficiente como para dirigirme hacia una de las ventanas de la clase. Abrí el cristal y haciendo uso de fuerza, quité una de las persianas rotas, la que peor estaba y la que más fácil me resultaba de sacar. (A ver, no eran las típicas persianas de toda la vida. Eran verticales y una independiente de la otra, además, al ser un instituto antiguo, todo estaba hecho mierda, incluidas esas persianas. NO FUE TAMPOCO FÁCIL, A VER PERO ESTABA DESEANDO...)
-Tú mataste a Annabel... - soltó Dante de repente, mientras intentaba incorporarse después de mi patada. 
-Oh, dios mío...
Al sacar la persiana, me rajé la palma de la mano, pues estaba oxidada. A mí no me importó, porque mi dolor se vería recompensado con el de Milles y Dante. Se iban a poner a vomitar solo de ver cómo me lamía la sangre que empezaba a chorrear de mi mano. 
A decir verdad, Milles no era mi objetivo principal, así que antes de que se levantara, le di otra patada en el estómago, de manera que se puso boca arriba, ahogándose en dolor. Le dolía la mano inutilizada y ahora el estómago, así que no podría moverse mucho más. Le puse un pie en el estómago, sujetando con firmeza aún la persiana y me incliné hacia él.
-Siempre he querido matarte, que lo sepas. Deberías sentirte importante por ello, no con todo el mundo malgasto mi tiempo, Milles. 
Y dicho lo cual, hizo un intento por escupirme en la cara, pero su propia saliva le dio, quedando su cara manchada de su baba. Era asqueroso, aunque TODO ÉL ERA ASQUEROSO. Merecía la muerte desde el mismo momento en el que lo vi explotándose los granos del cuello y comiéndose el pus. POR DIOS, ES QUE, SI NO LO MATABA EN ESE MOMENTO, IBA A SER EN OTRO. ERA LO MÁS PUTO ASQUEROSO QUE HABÍA VISTO EN MI VIDA.
Cuando vi en sus ojos el miedo, me sentí demasiado bien, era maravilloso escuchar cómo Milles empezaba a sollozar por su propia vida, y ver a Dante llorar horrorizado. Nunca los había visto así, pero fue como si hubiera sacado matrícula en alguna asignatura. El pie que tenía sobre su pecho, lo puse justo encima de sus costillas e impulsándome, puse el otro justo al lado de este. De manera que todo mi peso cayó sobre sus costillas. Noté cómo estas fueron cediendo poco a poco y él se iba ahogando. Intentó apartar mis pies, pero yo era más fuerte. El extremo de la persiana que sujetaba lo puse justo donde la nuez se asomaba, así que estiró el cuello para que no le rajara.
-Me das asco. MUCHO ASCO.
Entonces, salté una, dos y tres veces hasta que escuché cómo sus costillas se habían partido y clavado en los pulmones de Milles, quien expulsó seguidamente sangre por la boca. Aproveché la oportunidad y le clavé la persiana en el cuello. Una fuente de sangre manó del cuello y de la boca y segundos después cerró los ojos mientras se convulsionaba.
-¡MILLES! !MILLES! - Dante gritó de horror, y sin esperármelo, se levantó y me tiró a un lado apartándome de su amigo muerto - NO PUEDES ESTAR MUERTO, MILLES. MILLES. SOCORRO. MILLES, NO. POR DIOS. ERES UNA HIJA DE LA GRAN PUTA. ¡MILLES!
Yo caí al suelo y solté la persiana. ¿Me había empujado? OH, SÍ, ME HABÍA TOCADO, ESE SACO DE GRASA SE HABÍA ATREVIDO A EMPUJARME. 
-Me acaba de tocar... me acaba de...
-¡VOY A LLAMAR A LA POLICÍA, LOCA! ¡HAS MATADO A ANNABEL Y AHORA A MILLES! ¡ESTÁS LOCA! ¡ASESINA!
Dante se separó de Milles y corrió hasta su mochila para coger su móvil. 
Yo estaba en estado de shock. Esa cosa me acababa de empujar, estaba tan asqueada conmigo misma por permitirlo que ni siquiera me di cuenta de lo que me había dicho Dante. En ese momento solo podía pensar en las veces que me lavaría para que no quedara ni rastro de Dante sobre mi cuerpo. Pensaba en cómo ese ser, esa bolsa de carne con patas podía tener novia y cómo su novia permitía que la tocara y que follaran... ERA TAN ASQUEROSO QUE ESE MISMO PENSAMIENTO FUE EL QUE HIZO QUE ME DESPERTARA DE MI ENSIMISMAMIENTO. 
Me levanté y corrí hasta Dante. Sacando fuerzas de mí misma, le devolví el empujón. Puesto que era más corpulento que yo, me costó más apartarlo del móvil que acababa de coger. Logré quitárselo de las manos y se lo estrellé contra el suelo. Lo cogí del cuello y le apreté la yugular para que se ahogara un poco. 
-¡PÚDRETE! ¡TE VOY A MATAR! ¡TE ODIO TANTO QUE HASTA ME REPULSA SABER QUE COMPARTIMOS EL MISMO AIRE, ¿ME ENTIENDES?!
Dante hizo amago por apartar mis manos, pero le propicié una patada en sus genitales y cayó otra vez al suelo. Yo lo solté y me giré hacia la misma ventana de la que había cogido la persiana. Agarré una silla y la estampé contra el cristal, el cual se fragmentó. 
Me volví hacia Dante.
-SE TE VAN A QUITAR LAS GANAS DE TOCARME, DANTE. NI UNA VEZ MÁS. POR ESTE Y POR TODOS LOS AÑOS ANTERIORES. ¡¿ME HAS ENTENDIDO?!




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sábado, 19 de marzo de 2016

Feliz día del padre.

-Mi padre es médico y salva a personas que no se encuentran muy bien. Lo veo muy poco, pero cuando vuelve a casa siempre me trae tiritas de dibujos chulos. Y eso me gusta mucho. Mi madre está muy orgullosa de él, pero ella no es médica, sino profesora para gente mayor. Está estudiando siempre y me enseña muchos libros antiguos escritos en una lengua anterior a la nuestra. Es muy interesante.
Todos los compañeros aplaudieron a la niña de ocho años y ella sonrió, sonrojada por los halagos que escuchaba por parte de sus amigos. Estaba orgullosa de tener unos padres como los que ella tenía, ya que veía el respeto en los ojos de los demás cuando hablaba de ellos. 
Se sentó de nuevo en su pupitre.
-Janet Jilyt, es tu turno. Ven aquí y cuéntanos.
Janet estaba al final, donde para sus compañeros era el lugar de los marginados, pero donde ella se sentía mejor. Estaba ensimismada mirando uno de los múltiples arañazos que tenía su mesa cuando escuchó su nombre. La niña alzó la vista, miró al frente y se encontró con varios pares de ojos observándola de manera curiosa.
-Vamos, ven - le insistió la profesora.
-Sí - dijo, obediente.
Se levantó y se dirigió hasta donde estaba su profesora. Atravesó la clase, con las manos una sujetando a la otra. Escuchaba de qué manera sus compañeros murmuraban cosas sobre ella. No lograba entender exactamente lo que decían, pero tampoco quería saberlo. Tragó saliva. Cuando estuvo al lado de la profesora, esta le puso una mano en su pequeño hombro, y con la otra, señaló al resto para que comenzara hablar.
Todos estaban deseando escucharla, y ella todo lo contrario. 


-Mamá... 
-Dime, preciosa.
La mujer se sentó a un lado de la cama, le acarició el pelo rubio a su hija y se aseguró de que estuviera bien arropada. Tenía el rostro apagado, con los ojos caídos llenos de cansancio. La luz de la mesa de noche le daba a su piel un tono demasiado pálido.
-Mañana en el cole me preguntarán por el trabajo de papá y tuyo.
La cara de su madre se ensombreció al escuchar a su hija. Janet pudo comprobar que se había equivocado al decírselo. Podría haberse callado, como hacía siempre.
-¿Qué digo?
-Janet, ya sabes que no debes decir...
-¿Tan malo es vuestro trabajo? Ayudáis a otras personas, ¿no?
Sonrió con un atisbo de esperanza. Solo tenía ocho años, era una niña que podría estar orgullosa del trabajo de sus padres, como el resto, pero no sabía ni cuál era. Sus padres siempre le decían que su trabajo era complicado y que algún día se lo explicarían. Pero, ¿cuándo?
-Di que es un trabajo poco importante y que solo nos dedicamos a quitarle los problemas a personas que lo necesitan.


Cuando Janet repitió aquellas mismas palabras en clase, algunos empezaron a hacer preguntas en voz alta para que la niña las respondiera, pero no podía porque no sabía nada sobre el trabajo de sus padres. La profesora los fue callando poco a poco, pero Janet se sentía expuesta y con muchas ganas de llorar. Al final, tocó el timbre y salió corriendo de la clase, habiendo cogido antes su mochila de Hora de aventuras y su libro de Conocimiento del Medio
-¿Por qué no dices nunca qué hacen tus papás? Mi padre barre todas las calles y no es un trabajo tan chulo como el de los padres de Luciana, pero...
Janet se separó de su amigo Luis, el cual le había cogido de la mochila para que se parara. Luis vio los ojos vidriosos de su amiga y se sintió mal, ya que sabía que iba a ponerse a llorar en cualquier momento. Pero él siguió hablándole.
-Además, tu ropa es muy guay y siempre te recogen en un coche como los que salen en las películas. El trabajo de tus padres debe de ser...
-Mañana nos vemos.
La pequeña niña demostró gran frialdad al dejar tirado a su amigo.
Janet llegó a la puerta del colegio a toda prisa, ya que sabía que alguna que otra persona se iba a parar a mirar cómo se subía en el BMW de su padre. Un hombre vestido de traje salió del asiento del copiloto y alcanzó a Janet para quitarle la mochila de encima.
-Hola, señorita.
-Hola - le respondió subiendo apresurada al coche. Dentro, su padre tecleaba con apremio su móvil mientras revisaba un montón de papeles esparcidos donde se suponía que se tenía que sentar Janet - ¿Papi?
Su padre la miró y le sonrió quitando de en medio los papeles para que su hija no tuviera que ver nada, pero ella ya los había visto. Eran fichas con fotos de personas, personas muertas de distintas maneras. ¿Su padre...?
-Janet, ¿qué tal en el cole? - él quiso alargar el brazo para abrazarla, pero ella se retiró asustada. 
Sus ojos reflejaban el claro ejemplo del mal asombro, del miedo y el desconcierto infantil. No daba crédito a las imágenes que había visto. Se echó a llorar y abrió la puerta del coche antes de que se pusiera en marcha. 
-¡Janet!
Su padre no ayudaba a otras personas.
Su padre no le quitaba los problemas a los demás.
Su madre mentía.
Su madre no tenía razón
Su padre mataba a otras personas.
Era un... sicario.