viernes, 23 de septiembre de 2016

Un rechazo no le sienta bien a nadie V

Héctor la vio abalanzarse sobre él, con unos ojos negros tan profundamente llenos de ira que incluso, podría prometer el joven, que sintió miedo hacia ella. Él era más alto, más grande que Hades, y aún así ella lo cogió de la muñeca sin previo aviso y se la retorció hacia atrás, colocándole el brazo de forma forzada en la espalda.
-¿Pero qué coño haces. mujer estúpida?
Eso enervó aún más a Hades. Quería decirle tantas cosas que ninguna salió de su boca, por lo que Héctor se defendió y pasó por debajo del brazo de la chica para que esta cayera al suelo y le cogiera de ambos brazos para aprisionarla por la espalda.
-Eres una estúpida si crees que me puedes partir la cara.
-Y tú un ingenuo si piensas que no lo haré.
Hades, que se encontraba boca abajo, notó cada vez más sobre ella todo el cuerpo aplastante de Héctor, que la había atrapado con una facilidad de la que no se sentía orgullosa. Héctor pegó su boca contra el oído derecho de Hades, haciéndola estremecer al notar su aliento.
-¿Y así? ¿Hubieras preferido así, cariño?
Ella negó con la cabeza, tan enfadada que la giró con fuerza contra la de él, dándole un fuerte golpe que lo dejó un poco aturdido. Y así fue, Héctor dio un pequeño alarido y se apartó de ella, para poder sentarse y estabilizar su cabeza. Hades se levantó rápidamente y le cogió la cabeza con las manos, para luego con su rodilla izquierda golpear la barbilla de Héctor. Los dientes inferiores chocaron con los superiores, ocasionando que un pequeño hilo de sangre saliera de los labios del chico.
-Hubiera preferido que no hubiera pasado, hijo de la gran puta.
Héctor, que luchaba contra el dolor de su boca y el de la cabeza, la miró desde arriba. Hades estaba a la defensiva y la minó con recelo. No podía negarlo, pero con la cara totalmente encendida y respirando fuerte, con esa actitud, Héctor pensó en lo hermosa que era Hades.
No era karate lo que estaban haciendo, sino que estaban luchando sin más, a ver quién arreaba el golpe más fuerte.
Sin previo aviso, Héctor pegó un pequeño grito y se lanzó contra Hades, para así cogerla de las piernas y hacer que cayera al suelo con él. 
No, pensó Hades alterada por lo que estaba pasando, no iba a dejar que él se quedara encima y la encarcelara con su cuerpo, por lo que luchó por liberar una pierna de sus brazos y así alejarlo con ella. Pero Héctor era fuerte, tenía un cuerpo bien definido y musculoso, fuerte sobre todo, y la agarraba como si nunca la fuera a soltar. Escaló por su cuerpo y ella, mientras, para no dejarse hacer esta vez, intentó rodar. Sí, a lo mejor era patético porque rodaba como una auténtica croqueta, pero tenía que liberarse como fuera. 
-Vamos, Hades, ¿qué te pasa? ¿Tan rápido te quieres librar de mí?
Héctor reída neurótico con la boca ensangrentada. 
El muchacho resentido, avergonzado y culpable había desaparecido. Otra vez. El Héctor que había dejado el día anterior en el vestuario de las chicas, con cara de auténtica culpa, con la mirada puesta en el suelo, subordinado y fatídico por la expresión fría que le había dejado Hades, realmente había desaparecido para convertirse de nuevo en aquel monstruo. 
¿Había pensado en perdonarle? No, porque lo de la ducha le había dolido tanto, tantísimo, que no pensaba perdonarlo. Pero al ver la expresión de cordero culpable, había ocasionado que ella dudara. Lo de la ducha había sido para echarse a llorar, porque la había aplastado contra la pared y le había hecho daño. Eso no era sexo duro, ni mucho menos. Era resentimiento, frustración por haber obtenido una victoria que le correspondía a él. Nunca antes le habían vencido, y menos una mujer a la que había infravalorado tanto. No porque fuera mujer, sino porque había sido ella. Precisamente Hades, a la que no le había quitado nunca el ojo de encima.
Después de lo que le había hecho, lo único que pudo sentir Hades fue impotencia, porque consideraba aquello una violación, que así era, pero no podía recriminarle el escozor que luego se le había quedado entre las piernas. Pero claro, pensó Hades, luego estaban los moratones y la idea de haberse siquiera excitado cosa que, rápidamente, desechó. Al igual que aquel corto pensamiento que se le había cruzado sobre que no la había besado mientras se la follaba. Hades estaba loca si no podía reconocer la importancia del asunto. Pero ella lo sabía, sabía quién era Héctor y el odio que desprendía hacia ella.
La mirada de Hades era envolvente, fría y casi aterradora, llena de reproche. Pero no solo hacia él, sino hacia ella misma, y eso Héctor lo sabía más que de sobra. Por eso la había apuñalado con sus palabras al decirle que después de todo, había disfrutado con él en la ducha, por mi violento que hubiera sido. Ella podría haberse librado fácilmente de él si hubiera querido. ¿Gritar? Claro que había gritado pidiendo ayuda, pero parecía mentira si no sabía que nadie le ayudaría. La había hecho sentir como un trapo, anulándola y se sentía nada orgulloso de ello. Había querido ser amable con Hades, dando incluso por hecho que lo último que ella quería era respirar su mismo aire, pero entonces se la encontró ahí, parada en seco, espiando a través de la puerta.
¿A qué jugaba? A volverle loco, pensó. No tenía suficiente, Hades nunca tenía  suficiente para él.
-Vamos, Hades, ¿qué te pasa?
-¡Te voy a partir la boca, cuerpo escombro de mierda!
Héctor, que consiguió colocarse otra vez encima de Hades, se rió, soltando pequeñas gotas de sangre que venían de su boca. La miró con sorna, disfrutando de su incomodidad.
-¿Cuerpo escombro? ¿Qué clase de insulto es ese, preciosa?
Hades colocó sus manos en su pecho, con el fin de que este se apartara de ella y guardara las distancias. Todo su cuerpo tembló. Estaba perdiendo la fuerza de voluntad decidida con la que había comenzado. Miró la boca ensangrentada de Héctor y por un momento, se sintió culpable. Él no había hecho que derramara ni una gota de sangre. Le dio otro golpe fuerte en la cabeza, esta vez mareándose hasta ella. Él se resintió y perdiendo el equilibrio, Hades lo cogió de los hombros y se puso encima de él.
Le había hecho una pequeña brecha en la ceja derecha. Sin ningún miramiento, con la sonrisa de Héctor aún en los labios, comenzó a arrearle un puñetazo, dos, tres y más que fueron después mientras soltaba gritos e insultos.
Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que, de esa forma, estaba haciendo lo mismo que él había hecho el día anterior con ella, solo que de otra forma. Él la había cogido y la había tomado en la ducha, pero ella le estaba pegando sin compasión alguna.
Paró en ese mismo instante y se llevó las manos a la boca. Héctor se merecía todo el mal del mundo, pero así no. Se odió y sin esperarlo, alargó sus manos hasta la cara del chico, que aún tenía la comisura de los labios alzadas. Él, que tenía la cara hinchada, al verla, hizo el amago por intentar esquivar su agresión, pero se encontró con una Hades rota, pero rota de verdad. Le acarició donde le había arreado los puñetazos. Tenía la barbilla áspera, ya que le estaba saliendo la típica barba de tres días. Él se quejó y se la quedó mirando, dejando de sonreír. Comprendió cómo debía sentirse Hades. Todo su cuerpo se relajó al comprobar que la chica se levantaba.
-Lo siento - dijo mientras se apartaba y dejaba caer dos lágrimas. Estaba realmente desbordada.
Le había partido la cara, literalmente, pero para nada esperaba encontrarse así de mal.
-Te aseguro que nunca más vas a tener que verme - prosiguió dirigiéndose hacia la puerta.
Héctor fue más rápido, aún dolorido, y la alcanzó cogiéndola de un brazo.
La volvió hacia él y, sujetando su cara, la besó en los labios, compartiendo la sangre que Hades le había provocado y bebiendo, a su vez, las lágrimas desbordadas de ambos.
Héctor se sentía responsable y culpable por lo que le había dicho y hecho a Hades, y ella, por otro lado, igual, por haber agredido de esa manera a Héctor.





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Divina Comedia - Final

                El hecho de que Dante recuperara las formalidades con Beatriz hizo que se le partiera el alma a la joven. Monna y Ella la miraron y la muchacha supo que no podía hacer otra cosa que girarse y enfrentarse a Dante.
                Solo por cómo la miraba, pudo sentir su dolor. La había escuchado y seguramente la habría creído, de ahí que tuviera aquella mirada tan triste y llena de odio. Se lamentaba demasiado, pero se obligó a mantenerse firme. Monna no debía enterarse, ni mucho menos su criada para luego decírselo a sus padres.
                -Beatriz, ¿quién es? - quiso saber Monna.
                -Beatriz, no me importa - le dijo Dante, utilizando las mismas palabras que ella había empleado.
                Ella le miró, intentando que viera que aquello no era lo que Beatriz esperaba. Quería hacerle ver que aunque dijera todas esas cosas, no era así, que ella había conseguido sentir algo por él, que le correspondía. Pero debía ser fría si quería volver a verle.
                -No lo sé, Monna. Si me disculpa, le pido que me deje en paz. Siento vergüenza.
                Dante asintió y se dio la vuelta sin más.
                Beatriz le había robado todo lo que un hombre podía tener a mano. Ella se lo había robado todo, sin intención de devolvérselo. Se alejó, cruzando de nuevo el Puente Santa Trinidad. El cielo se había vuelto oscuro para Dante y Beatriz. Se había acabado lo poco que había empezado entre ellos.
                Beatriz lo observó marcharse y Monna sonrió, impresionada con la capacidad de desdeñar de su amiga. En cambio, ella no se sentía orgullosa de lo que acababa de hacer. Para nada.
               Comenzó a dolerle la cabeza y seguidamente, esta empezó a darle vueltas. Quería que Dante estuviera a su lado. Tenía frío, quería su calidez. Lo necesitaba. La imagen de Dante se volvió borrosa y lejana. Beatriz alargó inconscientemente el brazo, con la esperanza de alcanzarlo, pero soltó repentinamente el cuaderno de su padre. 
              Cayó al suelo quedándose inconsciente, rompiendo el hilo de su vida, el hilo eterno que la mantenía viva gracias a Dante.
              Se merecía ir al infierno, pensó Beatriz.
              

              -¿Es ella?
             La joven mantenía los ojos aún cerrados cuando escuchó la voz de un hombre. Quería abrirlos y saber quién era, tenía mucha curiosidad. El cuerpo lo tenía helado, gélido y deseó que aquella sensación desapareciera.
             -Beatriz.
             Y ella despertó, encontrándose con los ojos de Dante a un palmo de ella. 
             -¡Qué hace aquí, Dante?
             -Su alma debió caer. ¿Pero por qué?
             -Dan...te.... Dante.... - empezó a balbucear, como las niñas pequeñas, sin poder controlarse, ya que tenía a Dante, delante de ella. La miraba como si no hubiera visto nada más hermoso.- Dante... perdóname...
             Dante, con cuidado pasó un brazo por su espalda e incorporó a la joven del frío suelo. Comprendió por qué le pedía perdón, el por qué de haber caído al Infierno. Se sentía culpable por haberle apartado.
             Fue entonces cuando Beatriz vio más allá de la bella cara de Dante. No estaba en Florencia. No estaba en casa. Aquel lugar era hostil y escalofriantemente gélido. Entonces cayó en la cuenta, sabía donde estaba porque era lo que había deseado antes... antes de...
             -Dante, tenemos que llevárnosla ya.
             Pero él no escuchó a su amigo y poeta Virgilio.
             -¿Cómo has llegado hasta aquí, mi Beatriz?
             -No quería vivir si no era contigo. Lo siento, Dante - no podía moverse, porque su cuerpo no quería responder a sus ruegos por extender los brazos para poder abrazarle. Quería tocarle, pero se veía frustrada-. Ti amo...
             Había deseado ir al mismo Infierno si no podía estar con Dante, había dejado que su cuerpo la dejara, muriendo. Había roto un pequeño hilo que la unía a Dante, el cual él desconocía hasta el momento pero que ella había visto nada más fallecer.
             El infierno era un lugar adecuado para ella, porque no se merecía otro por el dolor que le había ocasionado a aquel joven que la miraba con adoración. Dante le había robado el alma, el corazón. No sentía ni siquiera cómo iba a latir el suyo si él no la perdonaba.
             Los ojos de Dante se llenaron de lágrimas. Su musa, su señora, la responsable de sus pesadillas, de sus sueños... La mujer que se había llevado su corazón, estaba con él.
             -No pasa nada, mi bella Beatriz. No hay nada que perdonar porque ya estás conmigo. He venido por ti, por nuestro amor. Ti amo....
             -Oye, Dante... - comenzó a decir Virgilio.
              Virgilio prefería irse de allí, demasiado era que había entrado a aquel gélido lugar. Miró a su alrededor, sintiendo cómo los pelos se le ponían cada vez más de punta y luego, regresó la mirada sobre su amigo y la joven causa de su dolor. Dante abrazaba con fuerza a la mujer que, sin vida, se aferraba a la de su amigo con la mirada. Beatriz lloraba y él también, uniendo sus lágrimas para pedirse perdón el uno al otro. Dante por haber tardado tanto en encontrarla y Beatriz, por haberlo tratado de aquella espantosa manera cuando, realmente, su corazón había reconocido la única razón por la que vivir. Y por eso ella estaba ahí, porque su más amada y pura razón, había desaparecido cuando ella lo había rechazado.
             Ella había abandonado su vida misma para acabar en el Infirno.
             Dante la cogió en brazos. Beatriz era ligera, delicada y suave. No pesaba apenas, por lo que no le costó nada llevarla a cuestas y traerla a la vida.
         

             Salieron del Inframundo, del infierno al que había caído Beatriz por culpa de su insensatez. Pagando y purgando por ello. Pero cuando salieron de aquel lugar hostil y lleno de maldad, de almas en penas, se encontraron en el mismo puente en el que la había conocido.
            -Ya estamos aquí, mi Beat... - Dante bajó la mirada hasta su musa, descubriendo la imagen de una joven pálida y aún fría con los ojos cerrados -. ¿Beatriz? Estamos aquí, Beatriz.
           Virgilio estaba al lado de Dante, sin decir una palabra. Tenía el corazón encogido, ya que por alguna razón, sentía lo mismo que estaba golpeando fuertemente contra el pecho de Dante. Beatriz no estaba despierta y su cuerpo no mostraba ningún atisbo de vida. El joven la dejó en el suelo y él, con lágrimas en los ojos, la tomó de la cara y la pegó a la suya. Estaba tan fría, que hasta le dolían los dedos al tocarla.
           -Beatriz, no nos hagas esto. No, por favor.
           -Dante, Beatriz est...
           Él sí sabía qué le había pasado a Beatriz.
           -¡Ni se te ocurra decirlo, Virgilio! - gritó en medio del puente, apartando la mano que su amigo le había puesto en el hombro para consolarlo.
           No se ofendió por el desplante de Dante porque entendía en qué clase de tesitura se encontraba. No se lo iba a recriminar, él no era nadie para decirle a Dante nada. Se limitó a mirar como su amigo lloraba desconsolado sobre el pecho de su amada. Había conocido el amor a través de la joven mientras la veía leer, mientras lo miraba y luchaba contra su impulso, mientras la había besado, reconociéndose. Y ahora, cuando ella se había dejado morir por la ausencia de su amado Dante, había caído al Infierno.
          -Beatriz, abre tus preciosos ojos, por favor. No me dejes... no... Perdóname... Perdóname. Yo te quiero, Beatriz. Tú eres mi rayo de calidez que hace que quiera vivir. No me abandones...
          Esperó a que su cuerpo se moviera, que sus párpados se levantaran, que su pecho comenzara otra vez a respirar, pero no obtuvo ningún tipo de respuesta por su parte. Beatriz continuaba tendida en el suelo, sin vida.
          El llanto de Dante estaba desgarrando su corazón y el de Virgilio, el cual tuvo que darse la vuelta y apoyarse contra el semimuro del puente, contemplando detenidamente cómo caía la noche sobre ellos. No había nada que pudiera calmar sus almas porque Virgilio, ya la había perdido hacía algún tiempo y Dante la acababa de perder cuando se dejó caer del todo encima de su amada.
           Virgilio sabía lo que Beatriz había hecho con ella y Dante.
            Había cortado el hilo que los unía, lo único que la había mantenido convida incluso mucho antes de conocer a Dante. El problema era que, una vez cortado ese hilo, nada podría devolverle su alma, el cual se había quedado en el Infierno, castigándose así misma.
           Dante cerró los ojos hinchados por las lágrimas, abrazado al cuerpo sin vida de Beatriz, y Virgilio, que era un mero espectador que sufría por la gran empatía que tenía con Dante, tuvo que separarlo de ella.
          Hizo que no mantuviera ningún contacto físico con Beatriz, sorprendido al ver que esta vez no lo hubiese apartado de mala manera. Se agachó hasta su misma altura y agarró a su amigo por los hombros, zarandeándolo para que abriera los ojos y lo mirara. Cuando lo hizo, vio cómo los ojos de Dante carecían de ánima alguna.
          -Los versos y suspiros que le dediqué... se lo ha llevado todo... Me ha matado, Virgilio.
          Él asintió. Su amigo estaba muerto en vida.
          -Virgilio, Beatriz... me ha abandonado. De verdad.
          -Se ha castigado, Dante. No te ha abandonado. Ella está allí, en el Infierno.
          -Pero si la hemos traído hasta aquí, estaba en mis brazos. Tan ligera... tan delicada...
          Virgilio suspiró.
          -No, Dante. No nos la hemos podido traer. Mira.
          Y Dante miró hacia donde Virgilio lo hacía.
           La noche cayó del todo, con la luna bien alta en el cielo, reflejándose elegantemente en el río. Beatriz se desvanecía, su cuerpo se volvía cada vez más traslúcido hasta que no quedó ni rastro de la joven.
         

           -Perdón, Dante. Pero yo no me puedo perdonar - dijo Beatriz.


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Debo de mencionar lo siguiente.
Esto es un pequeño relato hecho por mí, basándome en la real Divina Comedia de Dante Alighieri pero que nada tiene que ver con ella. Yo lo único que he hecho ha sido tomar pequeñas pinceladas y crear esta historia.
Espero que os haya gustado.
          

domingo, 18 de septiembre de 2016

Un rechazo no le sienta bien a nadie IV

Hades llegó media hora antes, algo que ocurría rara vez. Normalmente llegaba con la clase ya empezada, incorporándose a los quince minutos. Sabía que la clase anterior a la suya ya habría terminado, así que estaba segura de que no habría nadie para cuando ella entrara.
Consiguió encontrar aparcamiento en una calle paralela a su gimnasio, cogió su mochila del asiento del copiloto y salió del coche, mientras se la colgaba a la espalda. Hades se quejó un poco cuando cerró la puerta, mirándose las manos que ella misma se había vendado. Le seguían doliendo, cosa que era normal después de haber golpeado la noche anterior la pared de su habitación.
Se acordó de su hermana y cómo se había preocupado por ella, de cómo Hades le había dado la patada y la echaba. Se sentía mal por Artemisa, pero no iba a dejar que se metiera en sus asuntos. Aquella mañana ni siquiera la había visto marcharse a la universidad, pues se había ido sola cuando lo normal era que fueran las dos juntas. Pero no se había molestado en decirle nada a su hermana. Había escuchado cómo se movía de un lado para otro, sin llegar a abrir su puerta hasta que no se hubo marchado.
Al final, se había ido también por su cuenta a la universidad.
Caminó en dirección al gimnasio a paso lento, como si no quisiera llegar del todo. El problema no eran las heridas que tenía en los puños, ni las pronunciadas ojeras que no podía disimular. No era nada de eso, sino Héctor.
Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, de pies a cabeza. No sabía cómo reaccionaría cuando se lo fuera a encontrar, pero lo que sí sabía era que cada vez que pensaba en él, no podía evitar sentir odio. Estaba destrozada, rota. Aún le dolía la vagina de lo que había hecho con ella, con esa brutalidad. Héctor había provocado que se sintiera impotente consigo misma, porque lo que había ocurrido, tal y como le había dicho, no tenía perdón de Dios y aún así, se había dejado hacer por mucho que hubiera intentado librarse de su ataque. Se mancillaba así misma, por todo y por más.
Una vez que entró al gimnasio, pasó por la recepción y saludó a Vicent, el hombre que se encargaba de la parte administrativa y de atender a la gente. Era mayor, pero ni su pelo levemente canoso y sus arrugas podían negar lo muy en forma que se mantenía aún para su edad.
-Hola, Vicent, ¿cómo lleva el día?
Vicent le sonrió, enseñándole una dentadura un poco gastada.
-Como siempre. Hoy has venido más pronto que de costumbre.
-Sí - le respondió mientras recibía la llave de su taquilla-. Le quería preguntar si podría entrar antes de que empezara la clase a la sala.
-Hades, por favor, no me tutees, ya tengo suficiente con saber los años que tengo y llevo a las espaldas.
-Es la costumbre, perdona - dijo con una medio sonrisa, sincera y un poco desganada.
-En cuanto a la sala, está ya abierta. Puedes entrar. ¿Estás bien?
Asintió y dejó que Vicent continuara atendiendo a un par de personas que se colocaban justo detrás de ella.
Se fue directa a los vestuarios y otro escalofrío la azoró. Depositó su bolsa en una banca y empezó a quitarse la ropa dejándola a un lado. Un par de chicas entraron e hicieron lo mismo que ella. Normalmente era muy pudorosa, ya que no le gustaba que la vieran en ropa interior, pero no estaba pendiente ni siquiera de eso. Estaba de frente a las duchas mientras, una vez en bragas y sujetador, abría su bolsa y sacaba su indumentaria de karate. Solo podía verse desnuda y con Héctor pegada a ella, tomándola de forma inesperada. Notó sus mejillas encendidas y una punzada en los puños hizo que se quejara.
Con la llave que Vicent le había dado, abrió su taquilla personal y metió su mochila con la ropa dentro. El día anterior había cometido el error de fiarse, pero esta vez no le iba a pasar, no lo iba a permitir. Se echó agua en la cara, refrescándose. Tenía los ojos caídos y las ojeras que había intentado tapar con maquillaje, seguían viéndose. Se miró el cuello, una vez que las dos chicas desaparecieron, y vio que esas marcas sí que se mantenían ocultas bajo el pegote de base que se había echado.
Aunque claro, Artemisa sabía de ellas, cosa que le preocupaba.
Salió del vestuario y se fue hacia la sala. Aún quedaban veinte minutos, así que los aprovecharía para pegarle al saco. Su profesor prefería evitar que pasaran por él, ya que no correspondía con su disciplina, pero cuando todo el mundo se iba, había días en los que se quedaba diez minutos más y se desfogaba con él.
Atravesó un pequeño pasillo con varias puertas que daban a distintas salas y cuando llegó hasta la suya, se encontró con la puerta entreabierta, dejando un pequeño espacio para poder ver su interior. Hades iba a entrar sin mirar, pero se paró en seco cuando escuchó cómo alguien daba golpes constantes y rítmicos sin cesar. La joven se asomó como una espía por aquel hueco, quedándose de piedra al ver quién era.
Héctor.
Estaba de espaldas a la puerta, así que no podía verla. Hades se quedó quieta, ensimismada por la imagen que tenía ante sus ojos.
Héctor estaba golpeando con fuerza el saco con movimientos aparentemente controlados, pero ella vio la fuerza que estaba empleando y sus técnicas, por lo que sabía que, realmente, estaba haciendo lo que ella iba a hacer, desfogarse. Conocía demasiado bien cómo peleaba.
Él llevaba más tiempo en karate, así que ya estaba ahí cuando ella entró. A primera vista parecía un buen chico, pero entonces empezó a hablar. De su boca no se oía nada que fuera agradable, por lo menos en cuanto a ella se refería, ya que cuando tenían que enfrentarse, él lo hacía de manera confiada y dejada, riéndose de Hades, porque claro, pensaba que era menos ágil que él. Pero lo había ganado el día anterior después de muchas victorias por parte de Héctor. Eso a él no le gustó nada. Por otra parta, Hades no esperaba que fuera capaz de vencerle, ya que él era uno de los mejores de la clase, de cinturón marrón, mientras que ella era azul.
Y tampoco iba a mentirse, Hades se había fijado en él por muy desagradable que fuera. Tenía algo que le llamaba la atención y no podía negarlo, pero ella sabía que la odiaba solo viendo la forma en que la mirada, con esa frialdad que Hades quería mantener lejos de ella.
Lo odiaba, realmente lo hacía con toda su alma, pero Héctor la había tocado y ella se había dejado cuando sabía que podría haberse librado de él con facilidad. También sentía algo por él y eso la enfadaba.
Se volvió fría, muy fría.
Héctor escuchó un pequeño ruido y se dio la vuelta.
Hades.
Repentinamente, dejó de golpear el saco y lo agarró para que se quedara estático. El joven se limpió el sudor de la frente y se echó hacia un lado el corto flequillo que tenía.
Hades, al ver que la había pillado, se retiró de la puerta. Tenía los ojos enrojecidos, llenos de una frialdad que se merecía. Hades no lo quería cerca.
Héctor se acercó hasta la puerta y la abrió del todo. A su derecha, estaba Hades sentada en un banco, la cual permanecía con la vista puesta al frente. Dejó que la viera, porque ocultarse ya era tontería. Sí, se dijo, lo que más sentía por ese chico era odio y lo comprobó cuando cruzaron las miradas. En su rostro se reflejaba demasiado bien un dolor que él mismo había provocado. Le miró las manos, las cuales tenía vendadas, preguntándose qué había pasado para eso. La estuvo observando durante un rato hasta que decidió hablar.
-¿Qué hacías espiándome?
-¿Te sientes importante por ello?- le soltó hostil.
Héctor no quería ser desagradable con ella, pero aquello le molestó, como si pensara que Hades no le importaba nada. Era verdad que no se tragaban el uno al otro, y que se había comportado con ella siempre como un capullo egoísta y egocéntrico. Pero teniendo en cuenta lo que había pasado ayer, se sentía responsable y había estado cavilando al respecto, culpándose como para que ahora le viniera con esas.
Se enfadó con ella por no ser capaz de ver que él también estaba afectado, y que por eso mismo había decidido desfogarse con el saco. La había tomado con frialdad, a Hades, es cierto, que era lo que menos se merecía, pero ahora bien, no podía negar que el hecho de que le venciera lo enfureciese, porque la verdad era que, a pesar de ello, lo había puesto muy cachondo. Y en cuanto a lo del vestuario, sabía que se había equivocado, pero había reconocido su cuerpo, sus movimientos. Hades podría haberse librado de él, sin problema alguno y sin embargo, no lo hizo.
-Lo cierto es que - dijo dubitativo y un poco molesto al mismo tiempo al ver su reacción-, crees que te estoy avergonzando.
Ella sonrió, pero no era una sonrisa sincera, ni amable como las que Héctor había visto dedicarle a otros compañeros.
-¿Qué hacías mirando, Hades?
Su tono había cambiado.
-No esperaba que llegaras antes. Simplemente. No te creas el centro del universo, ya tuve suficiente ayer.
-¿Te estás riendo de mí, Hades? ¿Quieres que me sienta aún más culpable por lo que te hice?
Ella se levantó y lo encaró dedicándole una mirada de reproche.
Tenía razón, con esa actitud lo que de verdad buscaba era que se sintiera peor. Quería que se rompiera por dentro, que acabara de rodillas, que se arrepintiera. Quería hundirlo como había hecho con ella.
-Quieres verme en la mierda, ¿a qué sí? No me mires así.
Con las piernas temblorosas, pasó por su lado y entró en la sala cerrando la puerta, quedándose a solas con él.
-¿Cómo te miro, Héctor?
Héctor observó cómo se movía, qué movimientos hacía y hacia dónde miraba.
Hades notaba cómo la seguía con los ojos.
-¿No te suena? Es la misma mirada que tú me echas.
En todo momento, Hades le daba la espalda.
-No juegues conmigo, Hades,
El silencio llenaba toda la sala, creando entre ellos una gran barrera. Hades sabía que aquel muchacho estaba enfadado, muy enfadado por esa situación que se había creado entre ambos. Pero era culpa de Héctor, él era el responsable de que le escupiera con la misma actitud que había recibido ella durante todo este tiempo. Y sentía pena por ella misma, que era lo peor, porque no sabía cómo había llegado a interesarse en alguien como él, en una persona tan estoica y fría, egoísta y prepotente, sin pararse a pensar en sus propios sentimientos.
Después de unos largos segundos, Héctor dijo:
-Sé en qué estás pensando,
Héctor decidió provocarla, dando varios pasos para acercarse a la joven, despacio, precavido. Estaba jugando en un terreno pantanoso, Quería pedirle disculpas, de verdad, pero esa chica lo aturdía y eso lo enfurecía tanto, que cada vez que la miraba solo podía sentir una tremenda impotencia.
-¿Quieres que te lo diga?
El ambiente estaba tan tenso, que cualquiera que entrara podría saltar por los aires.
Hades escuchó aquello y se volvió hacia su voz. Lo tenía más cerca de lo que esperaba. Volvió a sonreír con falsedad, pero sus labios empezaron a temblar.
-Te voy a decir en qué estás pensando - dio un paso más, estaba a un palmo de su cara-. Piensas en lo mucho que te gustaría hundirme el pecho, pero no puedes. En lo mucho que te gustaría partirme la cara y no puedes. Quieres hundirme, y aún así... no puedes.
-Claro que puedo.
La estaba cuestionando, poniéndola al límite. ¿Es que no sabía cuándo debía parar? ¿Es que no tenía suficiente con avergonzarla el día anterior, follándola contra una pared, en una puta ducha de vestuario? ¿Tanto la odiaba?
-No, Hades, no puedes porque, aunque tu pequeña cabeza de listilla quiera hacerse la fuerte conmigo, sé que después de todo, no puedes evitar que eso de ahí - dijo señalando su corazón -, y todo tu cuerpo, reaccione cuando estoy así de cerca - y tal y como lo dijo, se acercó aún más a Hades. Estaban casi rozándose.
Se quedó de piedra.
-¿Por qué me humillas de esta forma?
Hades no se dio cuenta, pero empezó a llorar. Acababa de decir algo que ella ya sabía, algo que Hades no quería terminar por reconocer. Y con esa frialdad, se lo había estampado en la cara. La mirada que Hades había querido mantener todo el rato, se había esfumando, como una torre que acababa de derrumbarse.
-Porque no tengo perdón de Dios, Hades. Porque ya me siento lo bastante culpable como para que vengas y me sienta peor. Eres una niñata a la que después de todo, le gustó cómo me la follé, así que déjate de tonterías conmigo.
Y de repente, Hades estalló y se abalanzó sobre él.
Le iba a partir la cara.
Literalmente.


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miércoles, 10 de agosto de 2016

Divina Comedia - cuatro

               -Soy idiota - se dijo, pegando un pequeño puñetazo a la pared.
                Se apartó de la pared y tomó el mismo camino por el que Beatriz había ido, no podía irse. Estaba loco, podría traerle consecuencias lo que estaba a punto de hacer, pero lo haría si su corazón seguía latiendo de esa manera. El sino le había llevado hasta sus brazos y él lo había disfrutado, pero de nuevo ella se volvía a alejar.
                El Puente Santa Trinidad se elevaba por encima del río Arno. Lo atravesaba completamente y las farolas que se distribuían por todo el puente se encendieron al avistar el anochecer. Beatriz sujetaba el cuaderno de su padre, temblorosa. No podía apartar de su mente todo lo que Dante le había dicho y transmitido. Además, le había besado cuando era incluso impensable eso para ella. Sus padres no lo tolerarían.
                -Beatriz, estás muy callada.
                Monna era su amiga desde que tenía uso de razón. Vivía en la casa de al lado y siempre estaban juntas. Beatriz no tenía otra amiga, ni tampoco necesitaba a más, pues le era suficiente tenerla a ella y a sus libros. Quería a sus padres, por supuesto, pero era ese sentimiento de cárcel lo que le echaba para atrás. Por eso lograba escaparse cada día y buscarse un lugar alejado de casa con el fin de evadirse. Pero como solía ocurrir, Ella y Monna iban a por ella.
                -Me duele la cabeza - le respondió sin mucho interés.
                Monna se fijó en su aspecto. Beatriz solía ser una chica cuidadosa y delicada, risueña y alegre, pero su amiga vio como los ojos castaños de Beatriz habían perdido brillo. Tenía el pelo descuidado, con varios mechones sueltos y el vestido estaba completamente arrugado. Los labios estaban hinchados y además, las mejillas encendidas.
                -Pues tienes mal aspecto como para que solo sea un dolor de cabeza.
                Beatriz se miró su vestido. Se encontró con la copa arrugada, dejada de cualquier manera. Debió haberlo arreglado antes de separarse de Dante, pero había salido a toda prisa sin prestar atención a cosas como un simple vestido. Se imaginó su cabello, todo revuelto, con mechones sueltos y desaliñada.
                -Una pena.
                Monna suspiró. Conocía a Beatriz cuando se ponía de esa manera, con esa intransigencia innata. Sabía que debía dejarla en paz o cambiar de tema, por lo que optó por la segunda opción ya que no quería que el camino de vuelta a casa se les hiciera incómodo.
                -Por cierto, he oído algún que otro rumor por ahí.
                -¿Por ahí?
                Monna la miró de soslayo y le sonrió con malicia.
                -Tienes un nuevo pretendiente.
                Beatriz se paró en seco, haciendo que Ella y Monna se pararan también. Beatriz sujetó con fuerza su cuaderno, con pesar. No, ella no quería otro pretendiente, ella solo quería... quería... a Dante. Estaba loca, sí, pero no podía dejar que otra persona llenara su corazón. Ella no quería falsos protocolos, ni hipocresía barata.
                El río Arno era hermoso, brillaba con fuerza bajo los focos de las farolas del puente. Como todo en Florencia. Menos ella, en ese momento, Beatriz había dejado de ser Beatriz, para dejar paso a una persona confusa.
                -No.
                -Beatriz - Monna se acercó hasta ella y la agarró del brazo para poder retomar el camino. Ella se alegró de que la señorita Beatriz tuviera una amiga como Monna. A pesar de ser su criada, la joven no tenía confianza con su persona, no tanta como con Monna-, esta vez no es cosa de tus padres.
                Beatriz frunció el ceño.
                -¿Entonces?
                -Raffaella me ha dicho que por tus alrededores lleva  rondando un joven durante unas semanas. No sé si sabes algo o has notado cualquier cosa.
                -No - dijo inmediatamente. Quería creer que era Dante al que se refería, pero no podía decirle a Monna y menos con su criada delante, que lo había conocido. Acabaría enclaustrada, así que dejaría que creyera en rumores, no podía permitirse ese lujo-. Quiero decir, quién podría ser tan acosar como para estar observando a una persona como yo. Soy aburrida y nada hermosa.
                Monna rió con fuerza.
                -No eres aburrida y sí que eres hermosa. Si no fuera así, no tendrías tantos pretendientes.
                -El dinero hace mucho mal, Monna.
                -Puede ser, pero no es el caso. De todas formas, es ridículo, ¿no crees? ¿Quién está tan chalado?
                Beatriz se obligó a reír, siguiéndole la corriente a su amiga, pero fue una risa débil y sin entusiasmo. Confiaba en Monna, pero no tanto como para decirle lo que había pasado ese día. Si se enteraban sus padres de lo ocurrido, Beatriz no volvería ver la luz del sol.
                Dante llegó hasta el Puente Santa Trinidad. Beatriz se veía al fondo, como un pequeño lunar que embellecía aún más el paisaje. Corrió tanto como pudo, guardando las distancias, por supuesto. No quería incomodarla, pero debía reclamarla, era su Beatriz. Recitaría su nombre las veces que hiciera falta para saciar su deseo de ella. Cuando logró alcanzarla, se quedó varios pasos atrás sin que se diera cuenta, le gustaba observarla, natural en su día a día, algo que no tenía el placer de conocer. Por ahora.
                -Es patético que alguien vaya detrás de otra persona de esa forma - dijo Beatriz, indiferente-. Si le intereso a alguien, no debería ridiculizarse espiándome. Es humillante y me hace sentir gastada.
                ¿Qué era eso que acababa de escuchar?¿Así tan pronto? Dante se llevó una mano al pecho. Acababa de escuchar su corazón romperse en mil trozos, preguntándose cómo era posible que aún siguiera de pie.
                -Humillante y degradante - sentenció la joven.
                Dante no quería oír nada más, había oído lo suficiente como para sentirse tocado y hundido. No podía ser, su Beatriz acababa de cortarle la cabeza cuando hacía escasos minutos la había tenido en brazos, notando cuán gélida era su piel y cuán acelerado sentía su corazón. Él había creído en las pocas palabras que habían intercambiado en aquella calle, en el beso que se habían dado, en las caricias. Él seguiría escribiéndole versos a pesar de lo que acababa de escuchar, estaba seguro. Confiaba ciegamente.
                -Señorita Beatriz.
                Beatriz escuchó la voz de Dante. Sabía que era él e inmediatamente se temió lo próximo en venir. Ella continuó andando, como si no hubiera escuchado nada. Ella le quería, lo sabía desde que había visto sus ojos, pero no podía hacerle eso, ahora no. Debía confiar en que no la creería.
                -Sé que me está ignorando.


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martes, 9 de agosto de 2016

Bellas Artes - Parte 5

-Un descanso.
Charlotte se levantó de repente y desapareció de la habitación sin que a Will le hubiera dado tiempo de reaccionar. La chica había soltado el cuaderno en el suelo, dejándolo entre abierto, lo que continuó despertando la curiosidad del amigo. Estaba fascinado, pero realmente fascinado con todo lo que estaba ahí. Quién fuera que lo hubiera escrito, pensó, o tenía una imaginación asombrosa para la literatura y el gore, o estaba ido de verdad de la cabeza. Porque claro, se dijo mientras cogía la libreta y se volvía a sentar, todo lo que estaba escrito no era verídico, no podía serlo.
Mientras Will continuaba echándole un vistazo al cuaderno, Charlotte había salido disparada hacia el cuarto de baño. Podría estar exagerando un poco, pero su cuerpo y su estómago, para ser precisos, no estaban acostumbrados a tanto odio concentrado para leer como alguien, aunque fuera ficticio, mataba a otra persona. Abrió la taza del váter y de rodillas, empezó a vomitar. El primer relato lo había aguantado como una campeona, sin problemas, pero este la había superado y con creces. No tenía tanto aguante como Will, que al contrario que ella, le apasionaba todo lo escrito en esas páginas. No sabía si tenía miedo, porque en su mente solo se le cruzaba la idea de dejar de leer, olvidar el cuaderno y no volver del tema. Seguramente Will la tomaría por loca, pero cuando leía, de verdad pensaba que era real. Solo por cómo estaba escrito, de verdad creía que era cierto. Y que en vez de un simple cuaderno donde alguien escribía unas simples historias, era el cuaderno de alguien con historias que había protagonizado durante su vida.
Fue entonces, cuando Lotte, que luchaba por contenerse, comenzó a llorar.
-¿Quién hay en el baño? ¿Eres tú, Will?
La voz de la madre de Will resonó al otro lado de la puerta. La muchacha se levantó como pudo, limpiándose las lágrimas de los ojos rápidamente para que nadie pensara que había estado llorando. Se limpió también la boca y seguidamente se miró al espejo.
Llegó a la pequeña conclusión de que aquello era demasiado para ella. Tenía que irse.
-Perdone, tuve que entrar...
-Charlotte, ¿estás bien?
-Sí.
No quiso alzar la vista, por lo que se dio media vuelta con la cabeza gacha y regresó al cuarto de Will. Se lo encontró leyendo el cuaderno, pendiente de él, como si de verdad lo estuviera disfrutando, lo que le hizo pensar que su amigo realmente disfrutaba de esas cosas que estaban escritas.
-¿Dónde has ido? - le preguntó, volviendo a la página en que lo habían dejado.
-Al baño.
-¿A vomitar? - dijo entre risas, como una broma-. Eres una exagerada, de verdad. No es para tanto.
Pero hasta que no se fijó bien en ella no se percató de que realmente Lotte tenía mala cara. Tenía los ojos enrojecidos y la boca igual del esfuerzo. Le temblaban las manos que llevaba unidas para disimular su malestar. Estaba más pálida de lo normal, se dijo Will para sí.
-¿Lotte?
-Oye, Will... Me voy a casa, ¿vale?
Necesitaba descansar, dormir y despertar con otra sensación que no fuera la de vomitar.
Will se quedó perplejo, seriamente no sabía que se lo llegaría a tomar tan mal, pero así era, Lotte era muy sensible para algunas cosas, y lo sabía, pero al ver que ella también tenía interés por leer y por el propio cuaderno, no llegó a imaginar que llegara a tener esa reacción, sino similar a la suya.
-¿Quieres que te acompañe a casa?
-No. Quédate el cuaderno - le dijo dándose la vuelta y recogiendo sus cosas.- No lo quiero.
-Oye, Lotte...
-Nos vemos mañana en clase, Will.
Cerró la puerta tras de sí y Charlotte desapareció. Se quedó por un momento pensativo, hasta que escuchó la puerta de su casa cerrarse y a su madre despidiéndose de su amiga. Se asomó a la ventana y la vio irse.
Volvió la mirada hacia el cuaderno, lo cogió y suspiró frustrado.
-Will, ¿Charlotte está bien?
Era su madre, que le traía la merienda hasta su cuarto.
-¿Ha pasado algo, hijo?
-No se encontraba demasiado bien.
Su madre le dejó la bandeja en el escritorio y miró de soslayo a su hijo que seguía mirando el cuaderno. Estaba como si le hubieran dado una paliza mental, pues ver a su amiga irse de esa forma, como si hubiera perdido la fuerza y con el rostro tan pálido por culpa de una libreta con cinco o más historias, le había afectado.
-¿Qué es eso que tienes ahí? - inquirió la mujer mientras se acercaba hacia su hijo.
-Es de Lotte... digo, Charlotte - él era el único que la conocía como Lotte.
Frunció el ceño.
-¿Eso es de ella?
-Bueno, se lo encontró en su taquilla - le explicó tendiéndoselo a su madre, que parecía que le había cambiado la expresión de cara-. Es un cuaderno de relatos - le explicó.
La mujer observó la portada en la que venía escrito el título de Bellas Artes.
-William, ¿me lo dejas?
Will abrió los ojos, impresionado por lo que le acababa de decir su madre. ¿Quería leer el cuaderno? Pero, ¿a qué venía ese interés tan repentino? A su madre no le llamaba la atención muchas cosas, era una mujer preocupada por lo que se tenía que preocupar, por supuesto, pero no era curiosa, ni lo más mínimo, por lo que aquello le dejó anonadado.
-Cla... cla...claro, pero se lo tengo que devolver a Charlotte...
Aunque Lotte renegara de él, era una libreta que había encontrado ella, así que le pertenecía. Al día siguiente se lo devolvería y haría que lo cogiera. Era suyo.
Su madre no acabó de escuchar lo último que le dijo su hijo. Se metió en un pequeño despacho y se puso a leer. En menos de media hora había leído la muerte de Annabel, de Milles y de Dante.
No daba crédito porque todo aquello le sonaba demasiado cercano, demasiado. Y sabía de qué.
La realidad era la siguiente, y era que ella, cuando era joven, había compartido clase con esas tres personas y vio cómo fue desapareciendo poco a poco.
Había presenciado indirectamente la muerte de sus compañeros de clase. Y ahora, se encontraba leyendo cada una de sus muertes, veinte años después.


                                  MUERTE DE MINERVA



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domingo, 29 de mayo de 2016

Stucky - Final (yaoi hard)

Cuando me despierto siento una extraña y lejana sensación que hacía tiempo que no experimentaba. Todo es cálido, reconfortante y me siento limpio, por dentro y por fuera. El capitán, Steve ha cuidado de mí. No me lo merezco, soy un monstruo. Ni siquiera sé qué es lo que he dicho mientras cargaba conmigo. 
Solo le doy problemas. ¿Por qué no pude simplemente olvidarme de él? ¿Por qué tuvo que volver a por mí? No lo entiendo, no logro entender nada desde que volví a ver sus ojos claros. Esos ojos claros. 
Cuando me quiero dar cuenta, miro por debajo de la sábana y me encuentro desnudo. Completamente desnudo. Y Steve, que está junto a mí, duerme aún. Lo contemplo y analizo su tranquilo rostro. No, está claro que no es aquel chico que conocí hará ya tantos años. Pero eso no quita que siga siendo el mismo estúpido de siempre. Metiendo las narices dónde no debería... 
De repente me pongo rojo y la temperatura de mi cuerpo comienza a subir. Si yo estaba inconsciente, no hay otra opción: él me ha desnudado. Levanto sin que se de cuenta la sábana y compruebo si él también está desnudo. Es entonces cuando confirmo mi sospecha. Me acerco poco a poco hasta sus labios carnosos y bien perfilados. Llevaba tanto tiempo pensando en este momento, tantos años reprimiendo este sentimiento que me oprime por dentro, que de verdad, me hasta ahora, solo hacía consumirme por dentro. 
Además, él no tiene porqué enterarse de esto, está hermosamente durmiendo. Nuestros labios están demasiado cerca y nuestros alientos se entrelazan. Es el momento, pero cuando lo voy a besar, el estúpido abre los ojos y me agarra la cabeza hasta acercar mis labios contra los suyos completamente. El corazón se me va a salir del pecho, tiene unos labios tan suaves, tan pecaminosos que es casi imposible decirle que no… 
Nos separamos y nos volvemos a mirar.
-Bucky… Bucky…
-Steve, lo siento
-No te lamentes, llevaba demasiado tiempo esperando este momento. Pero nunca llegó.
Me giro para que no vea mis ojos vidriosos, estoy demasiado excitado como para mantener una conversación. No puedo, no puedo mirarle, porque sino… sino… no me haré responsable de mis actos.
-Bucky, joder, mírame a los ojos. No me quites ese privilegio. Ahora no.
-Steve, yo… yo… no puedo. Soy monstruo. Soy una maquina de Hydra. No puedo hacerte más daño del ocasionado.
-Y seguirás haciéndome daño si no me besas de una vez.
-¿Pero es que no te das cuenta?
-De lo único que me doy cuenta es de lo que siento por ti, Bucky. He intentado que este sentimiento no me lleve, pero aquí estoy. Contigo, Bucky. Te quiero.
Dejo que pasen unos segundos hasta que soy cien por cien consciente de lo que acabo de escuchar de la boca del Capitán. ¿Me ha dicho que me quiere? ¿Esto es real? ¿No es Hydra el que está manejando mi mente?
-Bucky, di algo.
No soy capaz de girarme aún, las lágrimas no dejan de caer pero no quiero que me vea así, no puedo permitirlo. Entonces, siento una mano suya en mi barbilla que me obliga a mirarle. Ahí están sus labios, otra vez sobre los míos. 
Yo inmediatamente le abrazo, no puedo más.
-Desde pequeños siempre te he amado, Steve. Incluso cuando era el Soldado de Invierno, nunca dejé de amarte, por eso no fui capaz de matarte. Y ahora, ahora que te tengo aquí y sé que eres real, no sé qué es lo que voy a hacer. Dime, Steve, dime qué debo hace. ¿Hay un futuro para mí, para ti, para nosotros?
Como respuesta me corresponde el abrazo, me acerca hacia sí y me vuelve a besar, pero esta vez con más pasión, más apremio, más intensidad. Lo noto desesperado, pero lo entiendo, yo estoy igual. Por primera vez en años no tengo miedo, me da igual S.H.I.E.L.D, me da igual Hydra. Solo me importa que estemos juntos. De nuevo.
Sin separar sus labios de los míos empieza a recorrer mi espalda con la punta de los dedos. Le aparto y le miro con los ojos muy abiertos, seguramente estoy completamente rojo. Agarro la sábana e intento tapar mi cintura, pero Steve es más rápido, arranca la sábana de mis manos, me coge de los hombros y me tira sobre el colchón.
-¿Para qué te tapas? ¿Quién crees que te ha desnudado? – dice mientras me guiña el ojo y me lanza una sonrisa burlona.- Además, hay cosas que no puedes disimular – prosigue cogiéndome la erección. Tiene razón, necesito dejarme llevar. Es Steve, no puedo luchar más. Pero tampoco puedo ponérselo tan fácil.
Le cojo con mi mano de metal del hombro y lo empujo hacia mi lado, nos miramos frente a frente ahora.
-Es verdad, hay cosas que no pueden pasar desapercibidas en un hombre como tú.
Ahora soy yo el que lo coge entre mis manos y me quedo sorprendido ante su tamaño, ante su suavidad, ante lo grueso que es. Me quedo impactado mirando descaradamente la punta de su erección. Mientras él sigue masturbándome, yo intento no gemir demasiado fuerte. Acerca su cara a mi oído y me susurra:
-Si tanto te gusta, ¿por qué no lo pruebas?
Sonrío, dándole otro empujón pongo mis caderas sobre las suyas, acerco mis labios a su cuello y empiezo a besarlo. Besos cortos, suaves, como pequeñas explosiones sobre su piel que enrojece cada vez más. Voy bajando poco a poco, recorriendo ese cuerpo perfecto con el que tantas veces he soñado y que ahora es todo mío. Paso mi lengua por sus abdominales, intercalando los lamidos con los besos. Steve gime cada vez más. Acelero el ritmo y finalmente alcanzo mi objetivo.
Mientras lo sostengo entre mis manos y lo masturbo, miro de reojo a Steve que me observa jadeante.
-Steve, tú eres mi misión.
Abro la boca y de repente me da demasiada vergüenza continuar, no es como si tuviera práctica… ¿Pero qué diablos me pasa? No hay manera de que pueda hacer algo como esto.
-Bucky, tienes que acabar las cosas que empiezas – me dice el maldito bastardo de Steve mientras me agarra del cuello y me hace tragar.
Intento que pare moviendo la cabeza, pero no hay manera, me tiene asido y no me piensa soltar. Miro a Steve que me sonríe, retándome, mientras yo… mientras yo tengo esto en la boca entrando y saliendo. Cada vez me hace tragar un poco más, y mi saliva le empapa, colgando por la comisura de mis labios. Ya no soy capaz de mirarle desafiante, he perdido toda fuerza de voluntad, mis ojos reflejan solo un cosa: deseo. Y él lo ve, sigue sonriendo, pero también gime, mordiéndose los labios para reprimirlo. No puedo respirar bien porque cada vez que me empuja hacia abajo para que trague, me tapa la garganta. 
De todas formas no quiero que pare, porque él cada vez respira con mayor dificultad y me aprieta la nuca con más fuerza. Sin ninguna vergüenza, pues no merece la pena seguir aparentando nada, empiezo a mover la lengua; alternando movimientos circulares con pasadas con el ápice de la lengua. Apoyo la palma de mis manos en su vientre para mantener el equilibrio y moverme con mayor libertad. Lentamente, Steve aparta sus manos de mi nuca y me deja hacer. Sigo chupando, pero tengo la sensación de que no lo hago bien. Le agarro con mi mano humana y empiezo a lamerlo pensando en cada helado que me he comido en mi vida. Supongo que mejoro, porque Steve respira cada vez más fuerte y rápido. La sostengo entre mis manos y paso la lengua a grandes lametones por toda la piel, después chupo la punta, succionándola, para así relajar la presión de mis labios, tragando más profundo y moviendo la lengua de nuevo en movimientos circulares. Steve gime aún más intensamente, pero en vez de acabar vuelve a cogerme de la nuca y me aparta.
-¿No lo hago bien?– pregunto realmente preocupado.
-¿Por qué te preocupas tanto? – responde Steve riéndose. Se levanta y se acerca a mí sonriendo, me acaricia la mejilla y me besa.– Si no te paro acabaríamos demasiado rápido, ¿no crees? Además– se acerca aún más y susurra– sigo siendo virgen.
No puedo evitar reírme, pero no es una risa suave como la de Steve, es una carcajada sonora que se convierte en un ataque. Él empieza a reírse también.
-¡Qué casualidad, yo también!– digo, casi gritando e intentando aplacar la risa.– ¡Hace más de cuarenta años que no me reía!
Steve me abraza y me atrae hacia él. Me besa. Después muerde mi cuello y mi hombro. Me empieza a masturbar de nuevo mientras sigue mordiéndo y lamiéndome. Suavemente me tumba sobre la cama. Levanta el torso mientras acaricia mi pierna izquierda con su mano, después me coge la rodilla y me la dobla, se coloca entre mis piernas. Ya sé lo que va a pasar, por lo que de nuevo me entra la vergüenza repentina y no puedo seguir mirándole. Me tapo la cara con mi brazo de metal que, a diferencia del resto de mi cuerpo, está fresco.
-Bucky…¿puedo?
-Sí.
-Si te duele, me lo tienes que decir.
-Sí.
-Prométeme que no intentarás matarme después.
- No prometo nada.
Steve, sin dejar de masturbarme ni un momento, me acerca su otra mano a la boca y me acaricia los labios con la puta de dos de sus dedos, obedezco, abro la boca y me los mete para que los vaya lamiendo. Cuando están bastante mojados los saca de mi boca.
-Ni se te ocurra, Steve.
-Si no lo hago te dolerá más.
Pero no me hace caso y los mete sin mediar más palabra. Duele. Joder, sí que duele. Es una sensación muy extraña, me muerdo los labios y vuelvo a taparme la cara con el brazo. Quiero matarle. 
Steve por su parte, sigue moviendo sus dedos, aunque lo hace con suavidad, con cuidado, pero es bastante molesto. Sin embargo no quiero que pare, porque poco a poco se siente agradable. Sigue con movimientos paulatinamente más intensos hasta que me relajo del todo.
-Bucky, no puedo más. Hazlo de una vez.
Saca los dedos y coloca sus manos en mis muslos para mantener mis piernas separadas. Despacio se va metiendo dentro de mí. Duele muchísimo, joder, esto duele aún más. Ni punto de comparación con su enorme y gruesa erección que me empala. Pero también es muy excitante, algo que no puedo negar. Siento como se me escapan unas lágrimas.
De repente, Steve lo mete hasta el fondo y yo no puedo reprimir un grito de dolor. Él no me hace mucho caso y sigue empujándome cada vez con más fuerza, pero lentamente. Vuelve a cogerme la erección con una de sus manos y me masturba al mismo ritmo que me embiste.
El dolor se ha transformado en una sensación muy placentera. Las gotas de sudor de Steve caen sobre mí y nuestros gemidos se entremezclan, cada vez con más intensidad. Steve se recuesta sobre mí y me besa apasionadamente. Yo le agarro la cara con mis manos y también le beso.
Vuelve a erguir el torso y me masturba y embiste más y más rápido mientras me mira a los ojos. Intento taparme la cara de nuevo, pero con la mano que tiene libre me lo impide, aprisionando mis muñecas por encima de mi cabeza.
-Quiero que me mires.
Ya no puedo más, las sensaciones se mezclan en mi cerebro y no soy capaz de controlarme. Una oleada de placer me recorre desde la punta de los dedos hasta la cabeza. Un líquido caliente me empapa el abdomen y el pecho. Ladeo la cabeza, derrotado, no puedo más. Steve sonríe orgulloso y empuja más rápido. De repente disminuye la velocidad y le tiemblan los brazos, tiene la boca abierta y jadea. Acto seguido se desploma sobre mí y me abraza muy fuerte.
-Te amo, Bucky.
-Y yo a ti…- susurro devolviéndole el abrazo.

Nos tiramos tanto tiempo así que al final nos quedamos dormidos.
Él y yo.
Siempre hemos sido inseparables, pero con esto, está claro que somos uno.
Steve y Bucky.
Stucky.


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sábado, 28 de mayo de 2016

Stucky - Parte 2 (yaoi)

Otra vez la misma pesadilla de siempre. Vuelvo a huir, pero en esta ocasión sin la tranquilidad de saber que es solo un sueño. Esto es real. Yo soy real y Steve, el estúpido de Steve, también es muy real. Está aquí, conmigo, ha venido a buscarme como tantas veces deseé y no quise aceptar. Mi cabeza es un torbellino de sensaciones, pero ahora no puedo pararme a pensar en ello, tengo que salir de aquí. Corro hacia la salida más cercana, que es la puerta de mi balcón. Me giro de nuevo para ver si Steve me sigue, y efectivamente ahí está. Me voy y corro para coger impulso. Sin detenerme, salto por encima de la barandilla y me tiro al vacío. No sé cómo lo hago para llegar al bloque de en frente, pero entonces recuerdo. He sido entrenado para la Segunda Guerra Mundial y luego he sido torturado por Hydra para que hiciera cosas que nunca pensé que llegaría a hacer. No sé si alegrarme o echarme a llorar aquí mismo, pero no, Steve no me puede ver llorar, ¿qué pensaría de mí después de tanto tiempo?
-¡Bucky! – de repente, justo cuando caigo en la azotea del bloque, me encuentro con Steve, de nuevo sobre mí-. Bucky, ya basta. Debes detener esto. Huyamos.
-Hoy no.
Lo aparto de mí, a regañadientes. Todo su peso desaparece y por un momento, me arrepiento, pero no, no podemos detener aún más el tiempo. No podemos volver atrás y simplemente desear que esto fuera de otra manera. Empiezo a correr de nuevo, en busca de una puerta que me libre de esta tortura. Encuentro una que me lleva hasta el rellano y bajo por las escaleras, pero de repente, me encuentro con un agente de S.H.I.E.L.D y lo derribo con una patada. Mi mente dice que abata aún más a esa persona, que la aniquile, tal como desearía Hydra, pero ahí está la voz de Steve, diciéndome que no lo haga. Y no lo haré, se lo he prometido. Otro agente intenta que no me escape, pero este me arrea un puñetazo sin poder impedirlo y me tambaleo. Miro la barandilla de la escalera y sin pensármelo dos veces, la arranco con mi brazo metálico, me aferro a ella y me dejó caer por el hueco de la escalera.
En ese momento, una mano grande y cálida impide que me caiga. Antes de mirar, sé que se trata de Steve. 
Me está sonriendo y me dice:
-Esta vez no, estúpido.
-Eso es mío, estúpido – le digo devolviéndole la sonrisa.
Me sube y vuelvo a poner los pies en suelo firme. Observo a mi alrededor y me doy cuenta de lo que ha hecho Steve por mí; ha abatido a todos los agentes por mí.
-Gracias por tanto, Steve.
-No tienes por qué darlas. Venga, vámonos – me dice mientras sigue sujetándome con su espléndida y fuerte mano. Ya no es ese chico de Brooklyn. Ahora es el Capitán América, un Vengador, un hombre leal a su patria. 
Aunque claro, a partir de ahora, no podrá decir lo mismo. Me salvó de primero de Hydra y ahora de S.H.I.E.L.D.
Bajamos juntos las escaleras. Quizás este sea un nuevo comienzo para ambos, para Steve, para mí. Pero cuando llegamos abajo, nos encontramos rodeados y sin salida.
S.H.I.E.L.D nos ha atrapado. Otra vez.

***

No he dejado de sonreír en ningún un momento desde que Bucky está aquí. A pesar de que no he podido verle apenas, saber que está a salvo me hace muy feliz. Espero que todo esto pase pronto y podamos hablar, pues tengo tanto que decirle...
Cojo la cafetera y cuando voy a servirme entran Sam y Sharon discutiendo.
-Sírveme uno a mí también – me pide Sam ignorando por un momento a Sharon.
Mientras sirvo un segundo café ellos continúan hablando. Como no se han parado a incluirme en la conversación, no me molesto en seguirla. Doy un sorbo al café, que está muy amargo. Miro hacia la ventana que da a las instalaciones de S.H.I.E.L.D e intento desesperadamente deducir dónde puede estar Bucky. Sé que Sharon lo sabe, pero no puedo preguntarle. Nadie, excepto Sam, sabe lo interesado que estoy en este asunto. Miro y miro, pero no hay manera. Bucky está encerrado en alguna parte. 
¿Pensará él en mí? ¿Tendrá frío? No soporto esta maldita incertidumbre, si solo pudiera verle, aunque solo fuera de lejos, para asegurarme de que no le han hecho nada…
Las alarmas empiezan a sonar lejanas, se me resbala de las manos la taza de café y justo después se apagan las luces.
-¿Qué diablos pasa ahora? – grita Sam en la oscuridad.
-¡Bucky! – respondo, apoderándose de mí una ansiedad increíble. Quiero buscarle, pero siquiera sé por dónde empezar – Sharon, dime dónde está, tengo un mal presentimiento.
-¡La celda 326!
Salimos corriendo de la sala lo más rápido que podemos, damos tantas vueltas que ya no sé hacia dónde girar. Los interminables pasillos a oscuras me dan cada vez más ansiedad. Mantengo la calma como puedo y sigo el sonido de los zapatos de Sharon. El mal presentimiento cada vez se hace más claro, nos han tendido una trampa y de alguna manera Bucky está metido otra vez en un lío. Rezo por equivocarme, pero el brillo de algo metálico al final del pasillo confirma mis miedos. Las luces vuelven a encenderse y lo veo. 
Allí está, pero no es Bucky.
Es el soldado de invierno.
Se lanza sobre mí sin decir palabra, intenta apuñalarme con una ira que tristemente ya conozco. No puedo pararme a razonar con él, tengo que actuar. Le paro el golpe y agarro su muñeca para lanzarle lo más lejos posible. Pero consigue mantenerme asido a él y salimos ambos disparados contra la pared, rompiéndola. Rodamos varios pisos hasta el lago. Se levanta y salta hacia atrás para ponerse en posición de combate. Acto seguido se lanza hacia mí lanzando un golpe tras otro mientras yo los paro como puedo. Saca el puñal y con una increíble habilidad me corta los brazos. Con un rápido movimiento, le cojo de la cintura y le hago una llave para inmovilizarlo. Consigue contrarrestar mi ataque y levantarse de un salto. Antes de que pueda reaccionar le doy una patada en las costillas y le tiro al lago. Las aguas se lo tragan sin mayor dificultad, pero Bucky no sale a la superficie… Van pasando los minutos y él sigue ahí. No lo pienso más y me tiro al lago de cabeza.
Bucky se ha quedado enredado en una especie de cuerda y cuando me acerco me mira suplicante. Tiene una brecha en la cabeza y su sangre se mezcla con el agua. 
Vuelve a ser él mismo.
Con Bucky entre mis brazos salgo del agua que está helada. Estamos en paz, por aquella que él decidió rescatarme a mí, a pesar de que en ese momento él siguiera siendo el soldado de invierno. Bucky no se acordaba ni de él mismo, pero sí de mí. 
No puedo dejarlo aquí, no más, tenemos mucho de qué hablar… Empiezo a correr ante la mirada atónita de Sam, directo hacia el cristal más cercano e intentando que Bucky no salga herido, lo rompo y sigo corriendo sin mirar atrás.
-Bucky. Bucky, háblame. Intenta mantenerte despierto.
Bucky alza la cabeza e intenta mirarme, pero no es capaz de sostenerme los ojos durante mucho tiempo. Aún así, esboza algo parecido a una sonrisa.
-¿Quieres que hable
-Sí
-Pues que sepas que no deberías esforzarte tanto por mí, ambos sabemos que soy un monstruo .
-¡No digas gilipolleces! Deja de pensar en eso y háblame, pero de otras cosas. – vuelvo a susurrarle, casi desesperado.
Bucky vuelve a sonreír, esta vez mirando al vacío.
-Tengo frío, no  soporto el frío. ¿Sabes que me entrenaron en Siberia? Cuando no estaba entrenando, me encerraban en una especie de cabaña. No sé dónde hacia más frío, si dentro o fuera – suelta una carcajada, pero a mí se me ha encogido el pecho de solo imaginarlo. En el fondo todo eso ha sido culpa mía. Nunca debí dejarle caer. Le aprieto más fuerte contra mí. Ya casi llegamos.– Sería bonito recuperar todos esos días perdidos, ¿no crees, Capitán? 
Tras esas palabras, finalmente, se desmaya.



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viernes, 27 de mayo de 2016

Stucky - Parte 1 (yaoi)

Bucky ha vuelto. Al fin tenemos noticias suyas. Natasha ha intentado impedir que vaya a por él, al igual que mi sentido común, pero no es el sentido común ni Natasha quienes mandan en mí.
He cogido el primer vuelo hacia Berlín. No he sido capaz de dormir nada en todo el viaje, mi cabeza daba demasiadas vueltas…¿habrá vuelto en sí? ¿Querrá verme? O mejor dicho, ¿seré capaz de mirarle a los ojos? Quiero creer que sí, pero cuando pienso en él, después de nuestra última pelea, no puedo concentrarme. 
¡No importa si  no soy capaz de mirarle! Solo quiero saber si está bien.
La voz de Sam me saca de mis pensamientos:
-Steve, Tengo dos noticias; una buena y otra mala.
-¿Cuál es la buena?- pregunto todavía un poco aturdido.
-He encontrado la localización exacta de James - La voz de Sam suena satisfecha, pero cansada.- Te la mando al correo.
Un tanto impaciente formulo la siguiente pregunta, posiblemente una de las más difícil de mi vida.-¿Cuál es la mala?
-S.H.I.E.L.D va detrás de vosotros. El jefe sabe que vas a rescatar a James. Ten cuidado, yo estaré vigilando.
-Gracias por tanto, Sam, sé que no ha sido fácil. No te preocupes por S.H.I.E.L.D, me las arreglaré...
-No me preocupa S.H.I.E.L.D, me preocupas tú. Steve, no sabes cómo va reaccionar cuando te vea, recuerda que es el soldado de invierno, ya no es el hombre que conocías.
-Sam, te equivocas, Bucky es mi amigo, confío en él… Él haría lo mismo por mí.- además, se lo debo, si es ahora el soldado de invierno es por mi culpa.
-Vale tio, estamos en contacto.
Sam corta la comunicación y yo miro inmediatamente el teléfono en busca de esa dirección. 
Al fin voy a verte Bucky. 
Cada vez estamos más cerca.

***

¿Quién soy? ¿Quién habla dentro de mí? ¿Hydra o yo mismo? Quiero creer que se trata de mí y no del soldado de invierno.
Es decir, James Buchanan Burnes.
Bucky, como diría aquel estúpido. 
No, no quiero acordarme de él, otra vez no. ¿Para qué me voy a acordar de él, si no voy a volver a verle nunca? Si nunca se lo voy a poder decir… Aunque sea eso lo único que quiero. 
Sí, yo soy Bucky, pero solo porque lo soy para él.
Miro las calles de Berlín e inmediatamente sé que algo no está bien, el ambiente está demasiado tenso para ser un día pleno y soleado. 
Tengo la sensación de estar buscando algo, pero ¿el qué? o peor aún, ¿a quién? 
Varias personas se me han quedado mirando hoy con gesto desconfiado, como si supieran algo de mí que yo no sé. De repente, me doy cuenta que un quiosquero lleva observándome fijamente durante un buen rato. Cuando le devuelvo la mirada, él baja la suya hacia el periódico más cercano y otra vez, vuelve a mirarme. 
¿Qué está pasando? 
Inmediatamente me percato de que algo no va bien. ¿Es Hydra otra vez? No, no puede ser, solo es un simple quiosquero. La curiosidad me mata, así que me acerco al quiosco y el hombre, al verme venir, se retira poco a poco entre las sombras. Alargo la mano y cojo el primer periódico más cercano. No, no puede ser. Leo mi nombre, mi nombre sale en el titular. 
¿Un atentado? ¿Pero qué demonios? ¿Wakanda? ¿Pero eso existe? Creo que Hydra me lavó demasiado el cerebro. Entonces, me fijo en la foto. Aquí dicen que soy yo, pero no es cierto. Yo estaba aquí, en Berlín. 
El pánico se apodera de mí y empiezo a desaparecer, quiero desaparecer, aunque solo tengo un lugar al que ir.


***

En este piso huele a Bucky, indudablemente, aquí vive Bucky. Empiezo a recorrer la casa; no hay mucho que ver. La cocina está integrada en el pequeño salón, apenas hay un sofá pequeño y un televisor demasiado antiguo. La siguiente puerta da al cuarto de baño, sorprendentemente espacioso. No puedo evitar sonreír al ver sobre el lavabo un pequeño kit de afeitado nuevo ¿por qué? Quién sabe, es como si esa cuchilla le diera un poco de normalidad a todo esta historia de locos. 
No me atrevo a entrar en la siguiente habitación, que solo puede ser el cuarto principal. No he venido hasta aquí para rendirme ante una puerta, abro de una vez. La cama desecha de Bucky me desarma por un momento. Bajo el escudo, todo está en orden. No está aquí, por desgracia. ¿Qué hacer ahora?
No necesito preocuparme por ello mucho más, el tintineo de unas llaves se escucha tras de mí. Repentinamente dudo, no sé si esconderme y sorprenderle o encararle ahora mismo.
Sus pasos suenan rápidos y tambaleantes por el pequeño salón, está nervioso. Sabe lo del atentado, estoy seguro. Su nerviosismo me tranquiliza, pues ahora estoy completamente seguro de que él no es el culpable. 
De un momento a otro entrará, así que me doy la vuelta y espero. 
Y ahí está Bucky, abriendo de un portazo. Nuestros ojos se encuentran. Su mirada es la de un hombre que acaba de derrumbarse. Yo, sin embargo, sonrío.
-¿Qué haces aquí? - consigue articular Bucky. Ahora lo repite gritando.- ¡¿Qué haces aquí?!
-¿Sabes quién soy? - esta vez no pienso dejarle ir hasta que me responda.
-No - responde rápidamente apartando la mirada. 
Miente, la felicidad me desborda, Bucky me recuerda.
-Bucky, te están buscando, tenemos que salir de aquí - digo mientras intento cogerle el brazo. Él me rehuye, sus ojos reflejan una mezcla de ira y miedo. Me sostiene la mirada con el ceño fruncido.
-Yo tengo que salir de aquí - me suelta desafiante.
No, no puedo permitirlo, le agarro del brazo con toda la fuerza que tengo.
- Bucky, por favor, escúchame. No dejaré que te hagan daño…
Antes de que consiga acabar la frase Bucky me asesta un puñetazo en la cara, haciéndome rodar por la habitación. Me levanto y preparo el escudo, deteniendo su siguiente golpe. Esta vez soy yo quien le arrea el puñetazo. Si no quiere venir por las buenas, lo haremos por las malas. Bucky se sujeta al marco de la puerta, eleva las piernas y me da una patada en el pecho justo cuando me acerco a agarrarlo. Antes de caer me aferro a una de sus piernas y cogiendo impulso pongo mi cara frente a la suya, dándole un cabezazo. Acabamos tirados en el suelo de la entrada, yo sobre él.
-Bucky, escúchame, he venido a ayudarte.
-¡No necesito tu estúpida ayuda!, ¡estúpido! - me agarra de los hombros y ahora es él el que está sobre mí. Me aprieta el cuello con su mano de Hydra. Sin apartarla, se yergue apoyando su rodilla izquierda en el suelo y su pie derecho a la altura de mi cintura. Con el otro brazo entre mis piernas, me levanta, poniendo mis caderas a la altura de su pecho. - ¡Vete, Steve! ¡Vete ahora!
Me quedo asombrado, ha dicho mi nombre… después de todos estos años vuelvo a escuchar la voz de Bucky diciendo mi nombre. Me relajo, puedo respirar de nuevo, ya ni siquiera me importa que me mate ahora mismo. Él también se ha dado cuenta y mira hacia otro lado sin soltarme aún. 
Ojalá este momento no acabara nunca. Cierro los ojos y sonrío.
-¿Por qué sonríes, estúpido?
Un zumbido estrepitoso rompe nuestro intento de conversación, balas, las balas de S.H.I.E.L.D. La madera de la puerta nos golpea. Bucky se levanta y salta sobre el primer agente que ve.
Bucky, no vayas a matar a nadie! - le grito desesperado levantándome de un salto. Cojo el escudo y voy tras él.
Pero Bucky, que acaba de derribar a otros dos agentes me mira con pasmosa tranquilidad.
-No voy a matar a nadie, estúpido


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