Hades llegó media hora antes, algo que ocurría rara vez. Normalmente llegaba con la clase ya empezada, incorporándose a los quince minutos. Sabía que la clase anterior a la suya ya habría terminado, así que estaba segura de que no habría nadie para cuando ella entrara.
Consiguió encontrar aparcamiento en una calle paralela a su gimnasio, cogió su mochila del asiento del copiloto y salió del coche, mientras se la colgaba a la espalda. Hades se quejó un poco cuando cerró la puerta, mirándose las manos que ella misma se había vendado. Le seguían doliendo, cosa que era normal después de haber golpeado la noche anterior la pared de su habitación.
Se acordó de su hermana y cómo se había preocupado por ella, de cómo Hades le había dado la patada y la echaba. Se sentía mal por Artemisa, pero no iba a dejar que se metiera en sus asuntos. Aquella mañana ni siquiera la había visto marcharse a la universidad, pues se había ido sola cuando lo normal era que fueran las dos juntas. Pero no se había molestado en decirle nada a su hermana. Había escuchado cómo se movía de un lado para otro, sin llegar a abrir su puerta hasta que no se hubo marchado.
Al final, se había ido también por su cuenta a la universidad.
Caminó en dirección al gimnasio a paso lento, como si no quisiera llegar del todo. El problema no eran las heridas que tenía en los puños, ni las pronunciadas ojeras que no podía disimular. No era nada de eso, sino Héctor.
Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, de pies a cabeza. No sabía cómo reaccionaría cuando se lo fuera a encontrar, pero lo que sí sabía era que cada vez que pensaba en él, no podía evitar sentir odio. Estaba destrozada, rota. Aún le dolía la vagina de lo que había hecho con ella, con esa brutalidad. Héctor había provocado que se sintiera impotente consigo misma, porque lo que había ocurrido, tal y como le había dicho, no tenía perdón de Dios y aún así, se había dejado hacer por mucho que hubiera intentado librarse de su ataque. Se mancillaba así misma, por todo y por más.
Una vez que entró al gimnasio, pasó por la recepción y saludó a Vicent, el hombre que se encargaba de la parte administrativa y de atender a la gente. Era mayor, pero ni su pelo levemente canoso y sus arrugas podían negar lo muy en forma que se mantenía aún para su edad.
-Hola, Vicent, ¿cómo lleva el día?
Vicent le sonrió, enseñándole una dentadura un poco gastada.
-Como siempre. Hoy has venido más pronto que de costumbre.
-Sí - le respondió mientras recibía la llave de su taquilla-. Le quería preguntar si podría entrar antes de que empezara la clase a la sala.
-Hades, por favor, no me tutees, ya tengo suficiente con saber los años que tengo y llevo a las espaldas.
-Es la costumbre, perdona - dijo con una medio sonrisa, sincera y un poco desganada.
-En cuanto a la sala, está ya abierta. Puedes entrar. ¿Estás bien?
Asintió y dejó que Vicent continuara atendiendo a un par de personas que se colocaban justo detrás de ella.
Se fue directa a los vestuarios y otro escalofrío la azoró. Depositó su bolsa en una banca y empezó a quitarse la ropa dejándola a un lado. Un par de chicas entraron e hicieron lo mismo que ella. Normalmente era muy pudorosa, ya que no le gustaba que la vieran en ropa interior, pero no estaba pendiente ni siquiera de eso. Estaba de frente a las duchas mientras, una vez en bragas y sujetador, abría su bolsa y sacaba su indumentaria de karate. Solo podía verse desnuda y con Héctor pegada a ella, tomándola de forma inesperada. Notó sus mejillas encendidas y una punzada en los puños hizo que se quejara.
Con la llave que Vicent le había dado, abrió su taquilla personal y metió su mochila con la ropa dentro. El día anterior había cometido el error de fiarse, pero esta vez no le iba a pasar, no lo iba a permitir. Se echó agua en la cara, refrescándose. Tenía los ojos caídos y las ojeras que había intentado tapar con maquillaje, seguían viéndose. Se miró el cuello, una vez que las dos chicas desaparecieron, y vio que esas marcas sí que se mantenían ocultas bajo el pegote de base que se había echado.
Aunque claro, Artemisa sabía de ellas, cosa que le preocupaba.
Salió del vestuario y se fue hacia la sala. Aún quedaban veinte minutos, así que los aprovecharía para pegarle al saco. Su profesor prefería evitar que pasaran por él, ya que no correspondía con su disciplina, pero cuando todo el mundo se iba, había días en los que se quedaba diez minutos más y se desfogaba con él.
Atravesó un pequeño pasillo con varias puertas que daban a distintas salas y cuando llegó hasta la suya, se encontró con la puerta entreabierta, dejando un pequeño espacio para poder ver su interior. Hades iba a entrar sin mirar, pero se paró en seco cuando escuchó cómo alguien daba golpes constantes y rítmicos sin cesar. La joven se asomó como una espía por aquel hueco, quedándose de piedra al ver quién era.
Héctor.
Estaba de espaldas a la puerta, así que no podía verla. Hades se quedó quieta, ensimismada por la imagen que tenía ante sus ojos.
Héctor estaba golpeando con fuerza el saco con movimientos aparentemente controlados, pero ella vio la fuerza que estaba empleando y sus técnicas, por lo que sabía que, realmente, estaba haciendo lo que ella iba a hacer, desfogarse. Conocía demasiado bien cómo peleaba.
Él llevaba más tiempo en karate, así que ya estaba ahí cuando ella entró. A primera vista parecía un buen chico, pero entonces empezó a hablar. De su boca no se oía nada que fuera agradable, por lo menos en cuanto a ella se refería, ya que cuando tenían que enfrentarse, él lo hacía de manera confiada y dejada, riéndose de Hades, porque claro, pensaba que era menos ágil que él. Pero lo había ganado el día anterior después de muchas victorias por parte de Héctor. Eso a él no le gustó nada. Por otra parta, Hades no esperaba que fuera capaz de vencerle, ya que él era uno de los mejores de la clase, de cinturón marrón, mientras que ella era azul.
Y tampoco iba a mentirse, Hades se había fijado en él por muy desagradable que fuera. Tenía algo que le llamaba la atención y no podía negarlo, pero ella sabía que la odiaba solo viendo la forma en que la mirada, con esa frialdad que Hades quería mantener lejos de ella.
Lo odiaba, realmente lo hacía con toda su alma, pero Héctor la había tocado y ella se había dejado cuando sabía que podría haberse librado de él con facilidad. También sentía algo por él y eso la enfadaba.
Se volvió fría, muy fría.
Héctor escuchó un pequeño ruido y se dio la vuelta.
Hades.
Repentinamente, dejó de golpear el saco y lo agarró para que se quedara estático. El joven se limpió el sudor de la frente y se echó hacia un lado el corto flequillo que tenía.
Hades, al ver que la había pillado, se retiró de la puerta. Tenía los ojos enrojecidos, llenos de una frialdad que se merecía. Hades no lo quería cerca.
Héctor se acercó hasta la puerta y la abrió del todo. A su derecha, estaba Hades sentada en un banco, la cual permanecía con la vista puesta al frente. Dejó que la viera, porque ocultarse ya era tontería. Sí, se dijo, lo que más sentía por ese chico era odio y lo comprobó cuando cruzaron las miradas. En su rostro se reflejaba demasiado bien un dolor que él mismo había provocado. Le miró las manos, las cuales tenía vendadas, preguntándose qué había pasado para eso. La estuvo observando durante un rato hasta que decidió hablar.
-¿Qué hacías espiándome?
-¿Te sientes importante por ello?- le soltó hostil.
Héctor no quería ser desagradable con ella, pero aquello le molestó, como si pensara que Hades no le importaba nada. Era verdad que no se tragaban el uno al otro, y que se había comportado con ella siempre como un capullo egoísta y egocéntrico. Pero teniendo en cuenta lo que había pasado ayer, se sentía responsable y había estado cavilando al respecto, culpándose como para que ahora le viniera con esas.
Se enfadó con ella por no ser capaz de ver que él también estaba afectado, y que por eso mismo había decidido desfogarse con el saco. La había tomado con frialdad, a Hades, es cierto, que era lo que menos se merecía, pero ahora bien, no podía negar que el hecho de que le venciera lo enfureciese, porque la verdad era que, a pesar de ello, lo había puesto muy cachondo. Y en cuanto a lo del vestuario, sabía que se había equivocado, pero había reconocido su cuerpo, sus movimientos. Hades podría haberse librado de él, sin problema alguno y sin embargo, no lo hizo.
-Lo cierto es que - dijo dubitativo y un poco molesto al mismo tiempo al ver su reacción-, crees que te estoy avergonzando.
Ella sonrió, pero no era una sonrisa sincera, ni amable como las que Héctor había visto dedicarle a otros compañeros.
-¿Qué hacías mirando, Hades?
Su tono había cambiado.
-No esperaba que llegaras antes. Simplemente. No te creas el centro del universo, ya tuve suficiente ayer.
-¿Te estás riendo de mí, Hades? ¿Quieres que me sienta aún más culpable por lo que te hice?
Ella se levantó y lo encaró dedicándole una mirada de reproche.
Tenía razón, con esa actitud lo que de verdad buscaba era que se sintiera peor. Quería que se rompiera por dentro, que acabara de rodillas, que se arrepintiera. Quería hundirlo como había hecho con ella.
-Quieres verme en la mierda, ¿a qué sí? No me mires así.
Con las piernas temblorosas, pasó por su lado y entró en la sala cerrando la puerta, quedándose a solas con él.
-¿Cómo te miro, Héctor?
Héctor observó cómo se movía, qué movimientos hacía y hacia dónde miraba.
Hades notaba cómo la seguía con los ojos.
-¿No te suena? Es la misma mirada que tú me echas.
En todo momento, Hades le daba la espalda.
-No juegues conmigo, Hades,
El silencio llenaba toda la sala, creando entre ellos una gran barrera. Hades sabía que aquel muchacho estaba enfadado, muy enfadado por esa situación que se había creado entre ambos. Pero era culpa de Héctor, él era el responsable de que le escupiera con la misma actitud que había recibido ella durante todo este tiempo. Y sentía pena por ella misma, que era lo peor, porque no sabía cómo había llegado a interesarse en alguien como él, en una persona tan estoica y fría, egoísta y prepotente, sin pararse a pensar en sus propios sentimientos.
Después de unos largos segundos, Héctor dijo:
-Sé en qué estás pensando,
Héctor decidió provocarla, dando varios pasos para acercarse a la joven, despacio, precavido. Estaba jugando en un terreno pantanoso, Quería pedirle disculpas, de verdad, pero esa chica lo aturdía y eso lo enfurecía tanto, que cada vez que la miraba solo podía sentir una tremenda impotencia.
-¿Quieres que te lo diga?
El ambiente estaba tan tenso, que cualquiera que entrara podría saltar por los aires.
Hades escuchó aquello y se volvió hacia su voz. Lo tenía más cerca de lo que esperaba. Volvió a sonreír con falsedad, pero sus labios empezaron a temblar.
-Te voy a decir en qué estás pensando - dio un paso más, estaba a un palmo de su cara-. Piensas en lo mucho que te gustaría hundirme el pecho, pero no puedes. En lo mucho que te gustaría partirme la cara y no puedes. Quieres hundirme, y aún así... no puedes.
-Claro que puedo.
La estaba cuestionando, poniéndola al límite. ¿Es que no sabía cuándo debía parar? ¿Es que no tenía suficiente con avergonzarla el día anterior, follándola contra una pared, en una puta ducha de vestuario? ¿Tanto la odiaba?
-No, Hades, no puedes porque, aunque tu pequeña cabeza de listilla quiera hacerse la fuerte conmigo, sé que después de todo, no puedes evitar que eso de ahí - dijo señalando su corazón -, y todo tu cuerpo, reaccione cuando estoy así de cerca - y tal y como lo dijo, se acercó aún más a Hades. Estaban casi rozándose.
Se quedó de piedra.
-¿Por qué me humillas de esta forma?
Hades no se dio cuenta, pero empezó a llorar. Acababa de decir algo que ella ya sabía, algo que Hades no quería terminar por reconocer. Y con esa frialdad, se lo había estampado en la cara. La mirada que Hades había querido mantener todo el rato, se había esfumando, como una torre que acababa de derrumbarse.
-Porque no tengo perdón de Dios, Hades. Porque ya me siento lo bastante culpable como para que vengas y me sienta peor. Eres una niñata a la que después de todo, le gustó cómo me la follé, así que déjate de tonterías conmigo.
Y de repente, Hades estalló y se abalanzó sobre él.
Le iba a partir la cara.
Literalmente.
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"En un lugar de la UMA (Universidad de Málaga, Spain) de cuya Facultad no quiero acordarme, estudiaba una loca escritora, de reputación dudosa según los antiguos y épica según las nuevas habladurías. Yo, Mireya, os presento la peor de las desgracias a manos de protagonistas desdichados, marionetas del destino, los cuales se suben a escenarios con telones rotos. Y más allá de ellos, existo yo. Ahora, que comience el espectáculo"
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