miércoles, 10 de agosto de 2016

Divina Comedia - cuatro

               -Soy idiota - se dijo, pegando un pequeño puñetazo a la pared.
                Se apartó de la pared y tomó el mismo camino por el que Beatriz había ido, no podía irse. Estaba loco, podría traerle consecuencias lo que estaba a punto de hacer, pero lo haría si su corazón seguía latiendo de esa manera. El sino le había llevado hasta sus brazos y él lo había disfrutado, pero de nuevo ella se volvía a alejar.
                El Puente Santa Trinidad se elevaba por encima del río Arno. Lo atravesaba completamente y las farolas que se distribuían por todo el puente se encendieron al avistar el anochecer. Beatriz sujetaba el cuaderno de su padre, temblorosa. No podía apartar de su mente todo lo que Dante le había dicho y transmitido. Además, le había besado cuando era incluso impensable eso para ella. Sus padres no lo tolerarían.
                -Beatriz, estás muy callada.
                Monna era su amiga desde que tenía uso de razón. Vivía en la casa de al lado y siempre estaban juntas. Beatriz no tenía otra amiga, ni tampoco necesitaba a más, pues le era suficiente tenerla a ella y a sus libros. Quería a sus padres, por supuesto, pero era ese sentimiento de cárcel lo que le echaba para atrás. Por eso lograba escaparse cada día y buscarse un lugar alejado de casa con el fin de evadirse. Pero como solía ocurrir, Ella y Monna iban a por ella.
                -Me duele la cabeza - le respondió sin mucho interés.
                Monna se fijó en su aspecto. Beatriz solía ser una chica cuidadosa y delicada, risueña y alegre, pero su amiga vio como los ojos castaños de Beatriz habían perdido brillo. Tenía el pelo descuidado, con varios mechones sueltos y el vestido estaba completamente arrugado. Los labios estaban hinchados y además, las mejillas encendidas.
                -Pues tienes mal aspecto como para que solo sea un dolor de cabeza.
                Beatriz se miró su vestido. Se encontró con la copa arrugada, dejada de cualquier manera. Debió haberlo arreglado antes de separarse de Dante, pero había salido a toda prisa sin prestar atención a cosas como un simple vestido. Se imaginó su cabello, todo revuelto, con mechones sueltos y desaliñada.
                -Una pena.
                Monna suspiró. Conocía a Beatriz cuando se ponía de esa manera, con esa intransigencia innata. Sabía que debía dejarla en paz o cambiar de tema, por lo que optó por la segunda opción ya que no quería que el camino de vuelta a casa se les hiciera incómodo.
                -Por cierto, he oído algún que otro rumor por ahí.
                -¿Por ahí?
                Monna la miró de soslayo y le sonrió con malicia.
                -Tienes un nuevo pretendiente.
                Beatriz se paró en seco, haciendo que Ella y Monna se pararan también. Beatriz sujetó con fuerza su cuaderno, con pesar. No, ella no quería otro pretendiente, ella solo quería... quería... a Dante. Estaba loca, sí, pero no podía dejar que otra persona llenara su corazón. Ella no quería falsos protocolos, ni hipocresía barata.
                El río Arno era hermoso, brillaba con fuerza bajo los focos de las farolas del puente. Como todo en Florencia. Menos ella, en ese momento, Beatriz había dejado de ser Beatriz, para dejar paso a una persona confusa.
                -No.
                -Beatriz - Monna se acercó hasta ella y la agarró del brazo para poder retomar el camino. Ella se alegró de que la señorita Beatriz tuviera una amiga como Monna. A pesar de ser su criada, la joven no tenía confianza con su persona, no tanta como con Monna-, esta vez no es cosa de tus padres.
                Beatriz frunció el ceño.
                -¿Entonces?
                -Raffaella me ha dicho que por tus alrededores lleva  rondando un joven durante unas semanas. No sé si sabes algo o has notado cualquier cosa.
                -No - dijo inmediatamente. Quería creer que era Dante al que se refería, pero no podía decirle a Monna y menos con su criada delante, que lo había conocido. Acabaría enclaustrada, así que dejaría que creyera en rumores, no podía permitirse ese lujo-. Quiero decir, quién podría ser tan acosar como para estar observando a una persona como yo. Soy aburrida y nada hermosa.
                Monna rió con fuerza.
                -No eres aburrida y sí que eres hermosa. Si no fuera así, no tendrías tantos pretendientes.
                -El dinero hace mucho mal, Monna.
                -Puede ser, pero no es el caso. De todas formas, es ridículo, ¿no crees? ¿Quién está tan chalado?
                Beatriz se obligó a reír, siguiéndole la corriente a su amiga, pero fue una risa débil y sin entusiasmo. Confiaba en Monna, pero no tanto como para decirle lo que había pasado ese día. Si se enteraban sus padres de lo ocurrido, Beatriz no volvería ver la luz del sol.
                Dante llegó hasta el Puente Santa Trinidad. Beatriz se veía al fondo, como un pequeño lunar que embellecía aún más el paisaje. Corrió tanto como pudo, guardando las distancias, por supuesto. No quería incomodarla, pero debía reclamarla, era su Beatriz. Recitaría su nombre las veces que hiciera falta para saciar su deseo de ella. Cuando logró alcanzarla, se quedó varios pasos atrás sin que se diera cuenta, le gustaba observarla, natural en su día a día, algo que no tenía el placer de conocer. Por ahora.
                -Es patético que alguien vaya detrás de otra persona de esa forma - dijo Beatriz, indiferente-. Si le intereso a alguien, no debería ridiculizarse espiándome. Es humillante y me hace sentir gastada.
                ¿Qué era eso que acababa de escuchar?¿Así tan pronto? Dante se llevó una mano al pecho. Acababa de escuchar su corazón romperse en mil trozos, preguntándose cómo era posible que aún siguiera de pie.
                -Humillante y degradante - sentenció la joven.
                Dante no quería oír nada más, había oído lo suficiente como para sentirse tocado y hundido. No podía ser, su Beatriz acababa de cortarle la cabeza cuando hacía escasos minutos la había tenido en brazos, notando cuán gélida era su piel y cuán acelerado sentía su corazón. Él había creído en las pocas palabras que habían intercambiado en aquella calle, en el beso que se habían dado, en las caricias. Él seguiría escribiéndole versos a pesar de lo que acababa de escuchar, estaba seguro. Confiaba ciegamente.
                -Señorita Beatriz.
                Beatriz escuchó la voz de Dante. Sabía que era él e inmediatamente se temió lo próximo en venir. Ella continuó andando, como si no hubiera escuchado nada. Ella le quería, lo sabía desde que había visto sus ojos, pero no podía hacerle eso, ahora no. Debía confiar en que no la creería.
                -Sé que me está ignorando.


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