domingo, 17 de mayo de 2015

Bellas Artes - Parte 4/ Dante y Milles - 1

SEGUNDA MUERTE - DANTE Y MILLES

Hacía mucha calor y yo empezaba a agobiarme en clase. Era última hora y todos, incluida yo, estaba cansada. Las ventanas estaban abiertas para que ventilara un poco, pues éramos muchos en una misma clase. Por desgracia, en Geografía o Matemáticas, los del aula de al lado se venían a la mía. 
Pero no todo eran desgracias, al menos, ya no tenía a Annabel a mi lado desde hacía un mes, lo que me hizo que me quitara un gran peso de encima. Ya no tenía su voz de pito retumbando en mi oído, ni tenía que volver a escuchar sus "Joder, esas son mis cosas". Era todo un alivio. La hija de puta, perra y estirada de Annabel no volvería a incordiarme nunca más. Por otro lado, mi madre se había sentido muy orgullosa de mí, ya que había matado por primera vez.
¿Que qué pasó con el cadáver? Nos lo comimos.
Mi madre es una experta en la cocina y...

-Espera, espera.
Will levantó la vista, al verse interrumpido por su amiga. Este estaba entusiasmado por la historia que acababan de leer y por la que ahora estaba leyendo. ¿Caníbal? Fuera quien fuese esa persona, tenía una imaginación brillante y lo bastante sádica para escribir eso.
-¿Qué?
-¿Cómo puedes leer eso con tanta naturalidad?- le preguntó Lotte con curiosidad. ¿Cómo era que a Will le fascinara ese mundo tanto? A ella no era que le desagradara del todo, porque sabía perfectamente que era solo una historia, y tampoco era que concibiera la idea de que fuera del todo asqueroso. Pero claro, eso era porque no lo podía ver visualmente. Si se tratase de una película, Charlotte hubiera desaparecido hacía ya rato-. ¿No te da asco?
Will rió, encantado con su amiga.
-Es curioso.
-Y dantesco.
-Y muy... sádico.
El chico estaba ido de la cabeza, pero eso Charlotte ya lo sabía, por lo que empezó a reírse por la cara de vicioso que tenía en aquel momento. Will se echó hacia atrás, tumbándose en la cama e invitó a su amiga a que hiciera lo mismo. Ambos se acomodaron y Will siguió leyendo.

... y hacía maravillas con la carne. Además, hasta entonces mi madre no me había dejado comer a nadie que ella habuese matado, ya que siempre me decía que prefería verme degustar mi primera matanza. Y así fue, no había nada como la carne del animal que había matado uno para probar y degustar. Era lo mejor que había comido en mi vida desde que tenía uso de razón.
En cuanto a la familia de Annabel,obvio que no se le dijo nada. Annabel había sido una chica muy independiente y que mantenía una relación bastante mínima con su familia, por lo que bastó con dejar una carta en el buzón para que sus padres dieran por hecho el abandono de Annabel.
Y un mes después, me encontraba de nuevo en mi habitación, es decir, ahora, describiendo cómo había sucedido la segunda de las muertes.
Por lo tanto, con Annabel muerta, fingiendo lo mal que aún estaba por su "desaparición", suponía que sería suficiente, ya que no había otras fuerzas que me dijeran "Eh, mátame", pero por desgracia, ahí estaban delante mía; Dante y Milles.
Gilipollas, pensé mientras los observaba desde atrás con repulsión. El odio que sentía hacia ellos era del mismo nivel que el que sentía por Annabel, aunque ha decir verdad, a estos dos los llevaba teniendo en clase, dándome por culo, desde primero de la E.S.O, por lo que ya no podía más.
A Dante por retrasado, subnormal y tocapelotas, el cual nunca había dejado de hacerme bulling. Y a Milles, por más de lo mismo. Según ellos eran los "populares" del instituto. Pero claro, eso era según ellos, bajo mi punto de vista eran unos retrasados en potencia. Y ahora que había probado el matar a alguien, quizás contemplara la opción de volver a hacerlo.
Y así fue.
Resultaba que ese día hacia demasiada calor y Milles no paraba de cerrar las ventanas cada vez que yo las abría. Nunca nos pelábamos por esa gilipollez, porque directamente pasaba de mantener cualquier tipo de conversación con su persona, pero aquel día me tocó lo que venía siendo los países bajos.
-Tío, deja de una vez la ventana.
-Tengo frío- me contestó, cerrando la ventana en todas mis narices.
-No haberte traído el puto bañador.
El profesor de Geografía nos calló y yo crucé los brazos, abriendo como el que no quería la cosa la ventana de nuevo de vez en cuando. De reojo, Dante me miró, ya que había estado atento a nuestra pequeña discusión. 
Esperando a que no le escuchara dijo:
-Gilipollas.
Mi cara se volvió blanca. Definitivamente, odiaba a esos dos. Había explotado en mi interior, ya que la cabeza no dejaba de darme vueltas, mientras que exteriormente, me mantenía impasible. 
Aún así, le sonreí, dejando claro que le había escuchado.
Que se olvidaran ambos de volver a casa.




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viernes, 15 de mayo de 2015

Un rechazo no le sienta bien a nadie II

Cuando Hades se vio desnuda, pareció que se había olvidado de todo lo aprendido en karate. Ella podía defenderse, pero sin su ropa o sin su quimono, no se sentía segura. Héctor la llevó hasta la misma ducha donde la joven se había estado duchando, cerrando la puerta tras él en cuanto Hades estuvo dentro.
Héctor le daba miedo y lo había intentado sobrellevar mientras luchaban, pero esa situación era diferente y lo peor de todo es que no había nadie que la escuchara.
-Déjame ir...
Él le cogió de la barbilla y se pegó contra su cuerpo, aprisionándola contra la pared de la ducha. Las manos de Hades intentaron apartarlo, pero consiguió capturar las dos y ponerlas por encima de su cabeza con tanta fuerza, que Hades se imaginó los moratones que le saldrían después.
-Wow, pero si eres una chica- comentó divertido mientras miraba con hambre los pechos descubiertos de Hades.
-Y tú un gilipollas.
Por un momento, Héctor la separó de la pared y justo después, usando su fuerza bruta, la estampó sin cuidado otra vez contra ella. La columna de Hades se quejó y ella notó sus piernas con menos fuerza por mantenerla de pie. La joven, como era normal gritó, asustada y él le tapó la boca con su mano libre, pegándola más a él.
-Antes me has ganado, ¿sabes cómo me ha hecho sentir? Tú, insignificante mujer, me has vencido y le has hecho daño a mi ego. Nunca me habían tumbado- Hades escuchaba con atención lo que le decía el muchacho. ¿Por eso estaba así? ¿Se lo había tomado demasiado a pecho? Oh, Dios mio, pensó Hades. Estaba loco, Héctor estaba loco-, y tuviste que llegar tú, Hades, para hacerlo. ¡Una mujer!- rió sin creerse lo que decía-. ¿Pero sabes otra cosa?- dos lágrimas cayeron de los ojos irritados de la chica y notó como su estómago se iba revolviendo cada vez más. Sabía que él no la soportaba, pero no hasta ese punto. Estaba asustada y de verdad-. Haces que me ponga cachondo, así que vivo en un dilema moral por tu culpa, ya que no sé si follarte en medio de todos o aquí en privado por respeto a ti.
Eso era lo último que Hades esperaba oír.
No podía ser. ¿Qué le acababa de decir? ¿Había oído bien o el miedo le estaba haciendo pasar una mala jugada? Pero Héctor era así, y ella lo sabía, le había llamado puta y ahora quería follársela. Hades lo notaba, ahí, bajo su vientre. No podía creérselo.
De forma inmediata le dio media vuelta y se cernió sobre el cuerpo estirado de Hades, aún con su mano en la boca. Ella no paraba de llorar y esperaba que tuviera un poco de compasión, pero después de la bomba que le acababa de soltar, estando además ella desnuda y con la erección de Héctor ahí en su culo, no sabía que pensar.
Escuchó la cremallera de los pantalones de Héctor y luego caer los mismos al suelo. Le soltó la boca y le puso el culo en pompa.
-Como se te ocurra gritar, te mato aquí mismo- y lo creía, lo peor era que le creía. Sus palabras eran siempre dolorosas pero a la vez sinceras, por lo que era imposible que existiera una doble interpretación.
Hades calló y sollozó mientras notaba como su miembro se hacía paso entre sus partes íntimas. Le dolió. Mucho. Lo suficiente para que se le escapara un grito de pánico.
-¡Para! ¡Para, por favor!
Pero él no escuchaba nada más allá de sus oídos. Empujó y empotró aún más a Hades contra la pared, haciéndole daño en los pechos. La estaba violando, Dios mío. Quería que parara o no, no lo sabía. ¿Pero por qué pensaba eso ahora?
De lo que sí estaba Héctor seguro de que estaba sofocado, excitado con la idea de estar follándosela. Tenía un cuerpo esbelto, delicado y a la vez insufrible que no dejaba de pasar desapercibido cada vez que pasaba por su lado y se cruzaba con sus ojos. Y eso era otra, los ojos negros de Hades eran un infierno, era la misma reencarnación del dios del Inframundo, como bien decía su propio nombre. Desde la primera vez que la vio, la había odiado por asumir que esa mujer le había dado directo en el corazón... y en la entrepierna. Y justo hoy, le había vencido. Hades le había tumbado delante de todo el mundo, excitándolo. Estaba enfermo. Era demasiado delicada para lo que le estaba haciendo. Ella no se merecía eso, pero estar dentro de su... de su... oh, cuántas veces se había imaginado esa situación y cuántas veces se la había follado en su mente.
Siguió follándosela como un conejo, sin ningún miramiento por ella. Le había hecho daño en la columna sin querer, pero no era eso lo que realmente quería ni tampoco asustarla con amenazas que no llevaban a nada bueno. Pero no soportaba lo que ella le hacía sentir cada vez que entraba a clase de karate con el quimono puesto, sabiendo que debajo solo llevaba ropa interior.
De repente, Héctor la soltó y ella se deslizó hasta caer en el suelo. Se subió los pantalones y se alejó de ella, dejándola sola y respirando fuerte. Hades notaba como su cuerpo no podía aguantar nada más que le echaran. Lloraba y temblaba, notando sus músculos y su parte más íntima resentida. La columna le dolía y hasta que no se recuperase no pensaba moverse de ahí. ¿Qué le había hecho ella? Él la había desechado como una muñeca de trapo y ni siquiera la había besado. ¿Qué acababa de pensar? Héctor le había atraído siempre, pero por razones que ella no lograba entender, él la odiaba y no la soportaba. Ella no quería eso, pero parecía algo natural entre ellos. Y ahora se daba cuenta de que había sido gilipollas e ingenua, porque Hades sabía perfectamente que podría haberse resistido más si hubiese querido y no lo había hecho. Le tenía miedo, pero porque se quedaba siempre bloqueada cuando lo tenía delante. Sí, se había imaginado esa situación muchas veces, pero de otra manera. Y ahora se había ido.
-Ten.
Héctor se agachó hasta Hades y rodeó su cuerpo con la toalla que le había arrebatado. Hades se quedó quieta, reacia a su contacto y él, por desgracia, se dio cuenta. Se sintió fatal consigo mismo y por todo lo que le había causado. A pesar de ello, no se esperaba ese gesto de él.
Ella no lo miró en ningún momento, dolida.
-Lo siento. No tengo perdón de Dios.
-No, no lo tienes- corroboró ella a regañadientes. La había tomado sin ningún tipo de consentimiento.


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Un rechazo no le sienta bien a nadie I

-Nos vemos mañana.
Hades se despidió de su compañero de karate y se fue a los vestuarios, donde se ducharía antes de irse a su casa. Tenía todos los músculos en tensión, con la cara roja por los sofocos y el calor. Aunque el quimono era ligero, pero el sudor lo notaba por todos lados. Ella era una de las pocas chicas apuntadas a karate y la única que prefería ducharse allí antes de marcharse. A las demás les daba asco ducharse allí, y en parte tenían razón, pero a Hades no le apetecía nada ponerse su ropa limpia oliendo así.
Como era la última clase que se daba en aquel gimnasio, dentro de los vestuarios de mujeres no había nadie. Todo el mundo se había ido.
Había sido un día agotador y para colmo, se había tenido que enfrentar a un chaval un poco más bajo que ella y seguidamente, sin descansar, con otro con el que no se llevara demasiado bien. Durante todo el combate, la había mirado con odio, el mismo que se intensificó cuando Hades le ganó. Aquello le había sentado como una patada en la boca al chaval y la había tachado de puta sin ningún motivo. La joven sabía que ninguno de los dos no se caían en gracia, pero ella tampoco le había dado razones para ello. Era un simple combate.
Hades se acercó hasta su taquilla y sacó de ella la bolsa con sus cosas de aseo. Se preparó la ropa en uno de los bancos y se metió a continuación en una duchas. Agradeció el contacto con el agua y notó como el sudor se iba desprendiendo poco a poco de su cuerpo. El jabón la limpió y dos minutos después, estaba fuera con la toalla alrededor de su cuerpo. Desde ahí, se oían las pocas personas que iban saliendo del vestuario de los chicos y se dijo así misma que se diera prisa se no quería quedarse ahí encerrada. El pelo era lo de menos, se le secaría por el camino, así que eso no le preocupaba en absoluto,
Lo que verdaderamente le preocupaba a Hades era que su ropa y sus cosas no estaban en el sitio donde las había dejado. Miró inmediatamente a su alrededor y notó como el corazón se le subía hasta la garganta, entrándole ganas de vomitar. Se apretó la toalla, insegura. Alguien había cogido sus cosas, estaba segura. Ella había dejado la bolsa junto a la ropa ahí mismo, justo en el banco que tenía delante suya.
De repente, Hades escuchó un pequeño ruido que le puso alerta y dos segundos después, un chico apareció con todas sus cosas con una sonrisa dibujada en los labios. Los ojos le brillaban y Hades comenzó a temblar.
-Héctor...- era el mismo chico al que le había ganado y el mismo que la había mirado como si no hubiera otra persona en el mundo a la que odiara más que a ella. Era un joven alto, solo un poco más que ella, de espalda ancha y músculos ligeramente definidos. Pero esta vez no la miraba con odio, al contrario, era una mirada de "me gusta lo que veo y lo quiero ya".
-¿Estás bien? Te veo nerviosa- el chico soltó las cosas al suelo, tirando su ropa cerca de un charco de agua, mojándola y pisándola. No le apartó en ningún momento la mirada de encima, analizando todo su cuerpo.
Hades se retiró de forma automática, pero él se acercó hasta ella y le cogió de la muñeca derecha. Con la que aún tenía libre, se aseguró de que la toalla se quedara en su sitio.
-¿¡Héctor, qué mierda haces?! ¡Déjame!- gritó esperanzada.
-Con el quimono no puedo apreciar tan bien tu cuerpo- le dijo con la voz ronca. Héctor se había duchado también, tenía el pelo aún mojado y olía a limpio-. Aunque ahora tampoco es que pueda ver mucho más.
Sin previo aviso y sin ella poder impedírselo, le quitó la toalla de encima dejándola desnuda ante sus ojos hambrientos.



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domingo, 10 de mayo de 2015

ATUL

*Se abre el telón*

Agradecer a mi grupo de teatro cada uno de los momentos que hemos vividos juntos; buenos y malos. Hace siete meses me uní a ATUL, sin saber qué era lo que me esperaba. Durante este tiempo, a pesar de ser la más pequeña, he crecido muchísimo con ellos. Al principio me sentía un poco fuera de lugar, ya que no conocía a nadie, pero poco a poco me incluyeron en su grupo.

Ellos me han hecho creer en la magia del teatro, que había olvidado. Ellos han hecho que una clase pueda convertirse en una casa como la de los Windermere. Les agradezco el apoyo, el cariño y el esfuerzo que han hecho al aguantarme. 
ATUL me ha brindado la oportunidad de participar en esta gran familia. Porque lo somos, más que nunca.
Y es cierto que al principio me arrepentía de haberme unido, por una serie de motivos que no quiero mencionar. Todos ellos sabían que me quería renunciar, ya que sentía que todo lo que hacía era para nada, pero ATUL estuvo ahí, para decir que no, que aguantara. Y así lo hice, por ellos. Y ahora me arrepiento de haber pensado siquiera en irme del grupo, porque hubiera sido la peor decisión de mi vida.
Y este año, he recibido el mejor regalo de cumpleaños que alguien ha podido recibir; subirme a un escenario con ATUL. Gracias, de verdad.

Ahora que he compartido escenario con ellos, no quiero irme. Ellos forman parte de lo que soy ahora y yo soy parte de ellos. No, señores, no me voy a ir. Funcionamos como grupo, COMO UN GRAN GRUPO. Esos viajes en autobús cantando, esos nervios antes de salir al escenario, esa sonrisa del público y esos aplausos que nos dedican, son estas cosas las que me llevo conmigo. 
Ya echo de menos subirme al escenario y disfrutar de la experiencia.
Por eso y mucho más, os quiero ATUL.

*Se cierra el telón*

Death Note - Reglas de uso III



  • Si la hora de la muerte es escrita antes de 40 segundos después de escribir que la causa de la muerte sea un ataque al corazón, la hora de la muerte puede ser manipulada, y el tiempo empezará a contar a partir de 40 segundos después de escribir el nombre.
  • La persona que toque el cuaderno podrá ver y escuchar al propietario original, un Shinigami, aunque este humano no sea el propietario del cuaderno.



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Bellas Artes - Parte 3/ Annabel - 2

Will miró a su amiga, levantando la vista del cuaderno. Giró la hoja para comprobar cuánto de relato quedaba, pues no querían que se acabara. Pintaba bastante bien. A Will le encantaba esa agresividad, pero tuvo que echarse a reír. 
-Annabel era una perra- volvió a leer, con más dramatismo.
Amaba esa faceta de Will tan teatral.
-¿Enserio viene eso ahí puesto? Debía de odiarla mucho.
Will, que estaba sentado en la silla de su escritorio, se levantó y se puso al lado de Lotte, mostrándole el cuaderno. Charlotte se fijó bien por primera vez en todo lo que había escrito y se percató de la mierda de caligrafía que se había empleado. Era horrible, parecía la letra de un niño de cinco años. Era eso o quién fuese esa persona lo había escrito con mucho odio y prisa.
-Madre mía.
-Y tanto. 



[...] Annabel era una perra, joder. Y no podía quitarme esa idea de la cabeza hasta que la viera muerta.
Abrí la nevera con ímpetu y saqué la botella de agua para la señora que tenía esperando en el sofá de mi casa. Luego, me encargaría de limpiarlo todo. Una cosa era que mi madre me permitiera aquello y otra muy distinta que lo dejara todo hecho mierda.
-Ten- le dije dándole el vaso y sentándome en el sillón de mi padre. Bueno, en realidad ahora era mío, pero ese entre muchos otros son detalles sin importancia-. Cuéntame- le pedí sin mucho interés. Aunque mostrara un semblante sereno, por dentro deseaba que se ahogara. Pero no, eso sería demasiado aburrido y yo no quería eso.
Annabel empezó a contarme mil y una escusas de por qué estábamos separadas. Obviamente, no presté atención a ninguna. La verdad era que había perdido el interés por su amistad y por eso, entre muchas otras cosas QUE NO QUIERO MENCIONAR PORQUE TENDRÍA QUE ESCRIBIR ENTONCES LA BIBLIA, no quería saber nada de ella. Lo típico "Hola" y "Adiós" por educación, pero ni eso quería de ella.
En medio de una de esas grandes escusas, decidí levantarme del sillón para no vomitar encima suya. Acababa de decirme que quería volver a ser mi amiga... ¿yo quería eso? Habrase visto insolencia de la mierda de niñata.
Fui a la cocina y cerré la puerta sin ninguna sutileza. Se acabó, no quería escuchar nada más y así sería, le callaría la boca. ¿Dónde estaba? Ah, sí, el cajón que nunca abría mi madre. Nunca lo había hecho delante mía y hasta ese día no sabía por qué. Ahora sí, era porque mi madre jamás mataría delante mía y por eso tenía todo bajo llave, la misma llave que me había regalado al cumplir dieciocho años. De debajo de mi camiseta, saqué la cadena donde tenía la llave colgada y me la quité del cuello para abrir el armario de mi madre.
Dentro, había todo tipo de cosas. 
Seguramente habría más armarios cerrados repartidos por toda la casa. Cogí un cuchillo de sierra, distinto al que se suele poner sobre la mesa a la hora de comer. Lo dejé en la encimera y del mismo cajón, me hice con unos alambres bastante largos con púas.Antes de cogerlo, justo al lado había unos guantes gruesos que supuse que era para coger el alambra, así que me los puse y salí de la cocina con el cuchillo.
Annabel miraba su móvil, escribiendo algo a alguien a toda velocidad. Ella estaba de espaldas a mí, ya que el sofá miraba hacia la cristalera que daba a la terraza. Dejé el cuchillo en la mesa del comedor sin hacer ningún ruido y deslié el alambre. Me acerqué sigilosamente hacia Annabel por detrás y estiré lo suficiente el cable para que las púas se pusieran rígidas. 
Con un movimiento rápido con el fin de que no le diera tiempo de reaccionar, lié el alambre alrededor de la garganta de Annabel y lo apreté para que las púas se le hincaran en la carne. Ella empezó a sangrar y con las manos, intentó desliarse el alambre del cuello, pero era inútil, ya que consiguió clavarse las púas también en las manos. Las apartó a toda prisa, pero otra vez se las llevó al cuello.
Annabel no dejaba de gritar y se movía por propia inercia. Intentaba levantarse, pero yo le apretaba tanto el cuello con el alambre que la pude mantener sentada. Su cuello se fue desgarrando poco a poco gracias a las púas que iba moviendo de una lado a otro para conseguir sujeción. Las lágrimas caían de los ojos marrones de Annabel, al igual que la sangre por su cuello. Era como tantas veces había imaginado en mi mente. 
-¿Estás bien, Annabel? Te veo nerviosa- le dije sonriendo. 
Amarré con fuerza el alambre al sofá y me volví hacia mi amiga para mirarla directamente a los ojos.
-¿Qué pasa?
Annabel tenía los ojos rojos de llorar. Le costaba respirar y lo noté en cómo se le agitaba el pecho. El alambre estaba bien sujeto a su cuello y con cualquier pequeño movimiento las púas se hincaban en la piel. Sus manos cayeron y se las llevó a la altura del corazón.
-¿No me respondes? Está bien.
Recuperé el cuchillo de la mesa del comedor y regresé en frente de Annabel. Le volví a sonreír y le cogí una de las manos para poderla colocar sobre una de sus piernas. Fue un gesto casi delicado y cariñoso, por lo que me asqueé un poco. Giré varias veces el cuchillo delante de ella y gritó aún más alto, con la esperanza de que alguien la escuchara. Pero se calló enseguida, comprobando el dolor que le causaba eso. 
-Vamos a hacer una cosa, ¿vale? Mientras yo te esté cortando los dedos- justo en ese momento, mientras yo sujetaba su mano apoyada en su pierna, ella hizo el amago de retirarse de mí, pero eso provocó varias punzadas en su cuello ensangrentado y tuvo que detenerse-. Annabel, por favor, tranquila. Escucha lo que te voy a decir y...
-Es.. estás... lo...lo...ca..
-¿Loca? Puede ser, no te lo voy a negar. Pero ese no es el tema, el tema es que quiero que me cuentes por qué decidiste llamarme, ¿vale?
Ella no dijo nada y yo me reí mientras empuñaba el cuchillo y lo dejaba en el aire a escasos centímetros de sus dedos.
-Tomaré tu silencio como un no, pero de todas formas, iba a hacer esto igualmente.
El filo del cuchillo se deslizó a la altura de donde creía las uñas de sus dedos. Estaban pintadas de verde, verde esperanza, aunque no hubiera ninguna para ella. Annabel, al notar el cuchillo, empezó a gritar, sin importarle el dolor del cuello. Eso era lo que yo quería, que gritase, para que el dolor se repartiera tanto en esa zona, como en su mano. 
La otra que tenía libre la llevó hasta mi cara. dándome un guantazo con la poca fuerza que le quedaba. Dejé de cortar y me llevé el cuchillo hasta su otra mano. La cogí con fuerza y se lo hinqué justo en la palma, atravesándole toda la mano y girando la hoja para que se quedara quieta. De esa mano manaba sangre, mucha sangre. El olor a metálico llegó hasta mi nariz y sonreí contenta de mí misma. Esa mano dejó de resistirse y cayó de inmediato. Annabel continuaba gritando, pero llegó un momento en el que ni me percataba de ello, por lo que decidí continuar.
-Hay que ser gilipollas.
El cuchillo volvió a su misión original y cortó por donde el bajo de las uñas. El sofá se estaba llenando de sangre y me pregunté si a mi madre le importaba el desastre que estaba haciendo con el salón. Si se enfadaría. Pero miré a Annabel, con los párpados casi cerrados, intentando mantenerlos abiertos sin ningún éxito, y se me pasó esa preocupación. Claro que no, ella estaría orgullosa de mi. 
Cuando la carne estuvo cortada, mostrando un poco de los huesos de los dedos, solté el cuchillo en el suelo y luego, le cogí cada uno de los dedos.
-Este dedo, por manipuladora- le expliqué partiéndole el pulgar. El hueso se fragmentó en dos, haciéndose escuchar el crujido del hueso haciéndose añicos-. Este por suavona-. otro dedo roto, del que no dejaba de salir sangre. A pesar de que se me estaban pringado las manos de esa sangre, sujeté fuerte los dedos para que no se me resbalaran. Con cada dedo que rompía, Annabel abría los ojos y se le escapaban largos suspiros de desesperación. El alambre tampoco era que le permitiera mucho más-. Este por cínica-. crack-. Este por guarra-. otro más.- Y este-. le dije levantándolo y enseñándoselo bien de cerca, mientras que los demás colgaban rotos y lacios-, por falsa.
Una vez los dedos rotos, los solté de cualquier manera sobre ella y me fui a la cocina por mi batidora. El cable era largo, así que llegaba desde el enchufe que tenía en el salón donde estaba la lámpara de pie hasta donde Annabel se convulsionaba de manera imperceptible. De la boca salia sangre, seguramente a causa de lo que le había hecho en el cuello.
Me puse justo detrás de ella y le cogí con fuerza de el pelo con la mano que tenía libre. Se lo alcé y lo enrollé a las dos aspas de la batidora. Seguidamente, la encendí y las aspas empezaron a girar enrollándose con el pelo de Annabel. Fue cogiendo pelo, acercándose poco a poco a la raíz. Cuando no hubo más pelo que enredar, pegué la batidora al cráneo, haciendo que la sangre me salpicara en la cara. El cuello de Annabel cayó hacia delante. Muerta. Aunque sabía que aquel cuerpo no tenía vida, yo seguí y seguí presionando la batidora contra su cabeza, abriéndole el cuero cabelludo. 
No quería parar, pero tuve que hacerlo.
Retiré de ella la batidora y luego me quité los guantes. Observé la escena y sonreí para mí misma.
Annabel estaba muerta, sentada en mi sofá con la cabeza echada hacia delante. Su espalda seguía recta y pegada al respaldo, ya que el alambre de púas la sujetaba desde el cuello desgarrado. Las manos estaban en cada lado de su cuerpo; una con un agujero en toda la palma y la otra sin llemas y con los dedos partidos. Y por supuesto, sin pelo y con el cráneo abierto.
Era una imagen preciosa.

                                  FIN DE LA PRIMERA MUERTE



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lunes, 4 de mayo de 2015

Bellas Artes - Parte 3/Annabel - 1

-¿A dónde vas?
Charlotte se paró en seco cuando escuchó a su madre desde la cocina.
-A la biblioteca- le respondió con prisa.
Su madre la observaba desde la cocina. Dejó de fregar los platos y se secó las manos, apoyándose en la encimera, desde dónde podía ver a su hija poniéndose los zapatos un tanto deprisa. ¿Desde cuándo tenía Charlotte tantas ganas por irse a estudiar?
-¿De verdad?- se cruzó de brazos.
-Sí.


-Por un momento pensé que no me iba a dejar salir.
Lotte se sentó, con el permiso de Will, en su cama y abrió la mochila para sacar el cuaderno.
-Pasa- le dijo Will, alargando el brazo para que su amiga le diera la libreta. Se hizo con el cuaderno y revisó la tapa. Curioso, muy curioso, pensó abriéndolo y mirando a Charlotte por encima de sus gafas. Sí, Will llevaba gafas, pero solo en casa-. ¿Quieres que lo lea yo?
Ella asintió.
Will se enderezó y puso la espalda recta en la silla.
-Bien.

PRIMERA MUERTE - ANNABEL

Solo quedaban dos minutos. Los más largos de toda mi vida, y eso que los segundos no se podían alargar. Me había dicho que iba a venir, no podía fallar, era puntual y dejar de serlo sería como un atentado para su persona. Así que esperé con ansias. Como un vampiro con sed de sangre.
¿Cuántas veces me lo había imaginado? Muchas, esa era mi respuesta para esa pregunta. Cada vez que me imaginaba la situación que estaba a punto de vivir, modificaba algo nuevo para que fuera aún más maravillosa que la anterior.
Me mordí las uñas, impaciente. Mi cabeza no dejaba de decirme que me calmara, que todo llegaría a su momento, pero yo ya no tenía más paciencia para "esos momentos". Yo lo quería YA. Y eso haría, eso haría.
La maldita zorra arrogante aún no llegaba. Me había dicho sobre las ocho y eran las y dos. ¿Dónde estaba? ¿Dónde mierda se había metido? Cuanto más tiempo vivía esa gilipollas, más ansias me tenía a mí misma por no poner solución a su existencia. Mi madre, mi madre me había enseñado a ser como era porque ella también era así. Y aunque era mi primera vez, desde el mismo instante en el que escuché el sonido del timbre de mi casa, supe que habría muchas más veces como aquella. 
-¿He tardado mucho?- era Annabel, a la cual le sacaba una cabeza y media de estatura. Era pequeña y delgada, con la tez pálida y el pelo oscuro por el tinte que se echaba para ocultar las pocas canas que le empezaban a salir a pesar de lo joven que era.
-No- Sí, sí que había tardado para mí.
Annabel sonrió y le señalé que entrara en casa. Zorra.
Ella no sonreía ni yo tampoco. 
Hacía dos días me había llamado inesperadamente para pedir que habláramos de nuestro distanciamiento, pero yo solo tenía ganas de colgar y vomitar. Tenía una voz irritante, cosa que descubrí cuando comencé a escucharla de verdad. Era una hipócrita. Las dos lo éramos. ¿Por qué me había llamado? Se había quedado sin amigas a las que manipular.
-Siéntate en el sillón- para que te pueda ahorcar con la cuerda de púas que me ha dejado mi madre en el armario para que lo usara.
Annabel me obedeció, sumisa. Ella sabía que venía aquí en vano, pero yo la ilusioné para que pensara que yo volvería a ser su amiga. ¿Amiga? Qué estúpida. Qué gilipollas.
-¿Quieres beber algo?
-Por favor.
Fui a la cocina, a por su vaso de agua. Sí, iría a por él y a por mi cuerda de púas y la ahogaría en medio del salón. ¿A mi madre no le importaba, no? ¿NO? No, ella siempre me decía que el mejor de los trabajos se hacía en casa de uno propio y esa era mi casa. MI PUTA CASA Y LA IBA A MATAR PORQUE NO HABÍA VALORADO LO POCO QUE TENÍA QUE OFRECERLE MIENTRAS SEGUÍA EXIGIÉNDOME ALGO QUE NO PODÍA DARLE COMO AMIGA. ELLA QUERÍA UN PUTO EXPEDIENTE DE TODO, COMO UNA CÍNICA. No, calma, ella lloraría, me dije. Oh, por favor, era una puta niñata de frente ancha y fina como un palo. Podía darle una patada y volaría gratis a Japón. Ella se convertiría entonces en una cínica muerta. Porque muerto el perro, se acabó la rabia y ella era una perra. ANNABEL ERA UNA PERRA.



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sábado, 2 de mayo de 2015

Bellas Artes - Parte 2

Charlotte cerró corriendo el cuaderno y se lo llevó al pecho, abrazándolo.
¿Primera muerte? ¿Annabel?
Miró a su alrededor, comprobando que nadie había leído lo mismo que ella, ya que venía en grande PRIMERA MUERTE - ANABELLE. ¿Quién había escrito eso? Le dio la vuelta al cuaderno, en busca de algún nombre, pero no había nada, ni siquiera una inicial. Tenía curiosidad por saber qué tipo de relato era ese y qué tipo de persona lo había escrito. Charlotte no había leído nunca una historia que empezara con un título tan directo, por lo que toda su atención estaba puesta en ese cuaderno.
En cuanto llegara a casa, pensó, leería todo lo que había en esa libreta.
Seguidamente, la guardó dentro de su mochila y se la colgó a los hombros. Ya habían terminado las clases por ese día, por lo que todo el mundo estaba en el pasillo despidiéndose de sus amigos o compañeros de clase.
-¿Lotte?
Charlotte se giró de un sobresalto y vio a su amigo Will en frente de ella con una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja. Tenía una pose relajada, cosa que hizo que Lotte se preguntara desde cuándo llevaba ahí.
Ella le sonrió, más relajada.
-¿Aún no te has ido a casa?- le preguntó Will, cerrando por Charlotte la taquilla.
-Estaba... ordenando la taquilla- le respondió, mirando a las personas que pasaban por su lado. Se colocó bien las asas de la mochila, asegurándose de que no se le cayeran de los hombros.
Will hizo una mueca, estudiando a su amiga.
-¿Por qué tengo la sensación de que estás impaciente por algo?
Porque quería averiguar qué clase de historias tenía metida en su mochila, pensó para sus adentros. Charlotte era una curiosa por naturaleza y no había cosa que le diera más morbo que un título directo. ¿Por qué no se lo decía a Will? Era su amigo y su confidente, además, sabía también de su curiosidad por ese tipo de cosas, y más cuando había alguna matanza de por medio. Era un amante del gore y Lotte olía a gore desde que había leído el título de lo que parecía ser, el primer relato de muchos.
-Ven.
Charlotte le cogió de la chaqueta para poder enseñarle el cuaderno a Will en un lugar que no hubiese tanta gente. Cuando se aseguró de que nadie los estuviese mirando, Lotte se quitó la mochila y de él, sacó el cuaderno que había caído del techo de su taquilla, ofreciéndoselo a Will para que le echara un primer vistazo.
-¿Bellas Artes?
Ella sonrió, animándolo a que abriera la libreta. Will alzó una ceja, preguntándose por qué su amiga le estaba dando ese cuaderno. No era fanático del arte, ni mucho menos. Era más, no tenía ni puta idea de arte y jamás se había interesado por él. Aún así, lo abrió y recordó que jamás debía de juzgar un libro por su portada. Chartlotte se lo había dicho demasiadas veces, porque incluso a ella le pasaba.
-¿Tienes algún plan para después de comer?
-No.
-Bien. Ven a mi casa con el cuaderno.
Esa misma tarde, Lotte y Will leerían todo lo que estuviese puesto en esa libreta.



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