viernes, 23 de septiembre de 2016

Un rechazo no le sienta bien a nadie V

Héctor la vio abalanzarse sobre él, con unos ojos negros tan profundamente llenos de ira que incluso, podría prometer el joven, que sintió miedo hacia ella. Él era más alto, más grande que Hades, y aún así ella lo cogió de la muñeca sin previo aviso y se la retorció hacia atrás, colocándole el brazo de forma forzada en la espalda.
-¿Pero qué coño haces. mujer estúpida?
Eso enervó aún más a Hades. Quería decirle tantas cosas que ninguna salió de su boca, por lo que Héctor se defendió y pasó por debajo del brazo de la chica para que esta cayera al suelo y le cogiera de ambos brazos para aprisionarla por la espalda.
-Eres una estúpida si crees que me puedes partir la cara.
-Y tú un ingenuo si piensas que no lo haré.
Hades, que se encontraba boca abajo, notó cada vez más sobre ella todo el cuerpo aplastante de Héctor, que la había atrapado con una facilidad de la que no se sentía orgullosa. Héctor pegó su boca contra el oído derecho de Hades, haciéndola estremecer al notar su aliento.
-¿Y así? ¿Hubieras preferido así, cariño?
Ella negó con la cabeza, tan enfadada que la giró con fuerza contra la de él, dándole un fuerte golpe que lo dejó un poco aturdido. Y así fue, Héctor dio un pequeño alarido y se apartó de ella, para poder sentarse y estabilizar su cabeza. Hades se levantó rápidamente y le cogió la cabeza con las manos, para luego con su rodilla izquierda golpear la barbilla de Héctor. Los dientes inferiores chocaron con los superiores, ocasionando que un pequeño hilo de sangre saliera de los labios del chico.
-Hubiera preferido que no hubiera pasado, hijo de la gran puta.
Héctor, que luchaba contra el dolor de su boca y el de la cabeza, la miró desde arriba. Hades estaba a la defensiva y la minó con recelo. No podía negarlo, pero con la cara totalmente encendida y respirando fuerte, con esa actitud, Héctor pensó en lo hermosa que era Hades.
No era karate lo que estaban haciendo, sino que estaban luchando sin más, a ver quién arreaba el golpe más fuerte.
Sin previo aviso, Héctor pegó un pequeño grito y se lanzó contra Hades, para así cogerla de las piernas y hacer que cayera al suelo con él. 
No, pensó Hades alterada por lo que estaba pasando, no iba a dejar que él se quedara encima y la encarcelara con su cuerpo, por lo que luchó por liberar una pierna de sus brazos y así alejarlo con ella. Pero Héctor era fuerte, tenía un cuerpo bien definido y musculoso, fuerte sobre todo, y la agarraba como si nunca la fuera a soltar. Escaló por su cuerpo y ella, mientras, para no dejarse hacer esta vez, intentó rodar. Sí, a lo mejor era patético porque rodaba como una auténtica croqueta, pero tenía que liberarse como fuera. 
-Vamos, Hades, ¿qué te pasa? ¿Tan rápido te quieres librar de mí?
Héctor reída neurótico con la boca ensangrentada. 
El muchacho resentido, avergonzado y culpable había desaparecido. Otra vez. El Héctor que había dejado el día anterior en el vestuario de las chicas, con cara de auténtica culpa, con la mirada puesta en el suelo, subordinado y fatídico por la expresión fría que le había dejado Hades, realmente había desaparecido para convertirse de nuevo en aquel monstruo. 
¿Había pensado en perdonarle? No, porque lo de la ducha le había dolido tanto, tantísimo, que no pensaba perdonarlo. Pero al ver la expresión de cordero culpable, había ocasionado que ella dudara. Lo de la ducha había sido para echarse a llorar, porque la había aplastado contra la pared y le había hecho daño. Eso no era sexo duro, ni mucho menos. Era resentimiento, frustración por haber obtenido una victoria que le correspondía a él. Nunca antes le habían vencido, y menos una mujer a la que había infravalorado tanto. No porque fuera mujer, sino porque había sido ella. Precisamente Hades, a la que no le había quitado nunca el ojo de encima.
Después de lo que le había hecho, lo único que pudo sentir Hades fue impotencia, porque consideraba aquello una violación, que así era, pero no podía recriminarle el escozor que luego se le había quedado entre las piernas. Pero claro, pensó Hades, luego estaban los moratones y la idea de haberse siquiera excitado cosa que, rápidamente, desechó. Al igual que aquel corto pensamiento que se le había cruzado sobre que no la había besado mientras se la follaba. Hades estaba loca si no podía reconocer la importancia del asunto. Pero ella lo sabía, sabía quién era Héctor y el odio que desprendía hacia ella.
La mirada de Hades era envolvente, fría y casi aterradora, llena de reproche. Pero no solo hacia él, sino hacia ella misma, y eso Héctor lo sabía más que de sobra. Por eso la había apuñalado con sus palabras al decirle que después de todo, había disfrutado con él en la ducha, por mi violento que hubiera sido. Ella podría haberse librado fácilmente de él si hubiera querido. ¿Gritar? Claro que había gritado pidiendo ayuda, pero parecía mentira si no sabía que nadie le ayudaría. La había hecho sentir como un trapo, anulándola y se sentía nada orgulloso de ello. Había querido ser amable con Hades, dando incluso por hecho que lo último que ella quería era respirar su mismo aire, pero entonces se la encontró ahí, parada en seco, espiando a través de la puerta.
¿A qué jugaba? A volverle loco, pensó. No tenía suficiente, Hades nunca tenía  suficiente para él.
-Vamos, Hades, ¿qué te pasa?
-¡Te voy a partir la boca, cuerpo escombro de mierda!
Héctor, que consiguió colocarse otra vez encima de Hades, se rió, soltando pequeñas gotas de sangre que venían de su boca. La miró con sorna, disfrutando de su incomodidad.
-¿Cuerpo escombro? ¿Qué clase de insulto es ese, preciosa?
Hades colocó sus manos en su pecho, con el fin de que este se apartara de ella y guardara las distancias. Todo su cuerpo tembló. Estaba perdiendo la fuerza de voluntad decidida con la que había comenzado. Miró la boca ensangrentada de Héctor y por un momento, se sintió culpable. Él no había hecho que derramara ni una gota de sangre. Le dio otro golpe fuerte en la cabeza, esta vez mareándose hasta ella. Él se resintió y perdiendo el equilibrio, Hades lo cogió de los hombros y se puso encima de él.
Le había hecho una pequeña brecha en la ceja derecha. Sin ningún miramiento, con la sonrisa de Héctor aún en los labios, comenzó a arrearle un puñetazo, dos, tres y más que fueron después mientras soltaba gritos e insultos.
Fue entonces cuando cayó en la cuenta de que, de esa forma, estaba haciendo lo mismo que él había hecho el día anterior con ella, solo que de otra forma. Él la había cogido y la había tomado en la ducha, pero ella le estaba pegando sin compasión alguna.
Paró en ese mismo instante y se llevó las manos a la boca. Héctor se merecía todo el mal del mundo, pero así no. Se odió y sin esperarlo, alargó sus manos hasta la cara del chico, que aún tenía la comisura de los labios alzadas. Él, que tenía la cara hinchada, al verla, hizo el amago por intentar esquivar su agresión, pero se encontró con una Hades rota, pero rota de verdad. Le acarició donde le había arreado los puñetazos. Tenía la barbilla áspera, ya que le estaba saliendo la típica barba de tres días. Él se quejó y se la quedó mirando, dejando de sonreír. Comprendió cómo debía sentirse Hades. Todo su cuerpo se relajó al comprobar que la chica se levantaba.
-Lo siento - dijo mientras se apartaba y dejaba caer dos lágrimas. Estaba realmente desbordada.
Le había partido la cara, literalmente, pero para nada esperaba encontrarse así de mal.
-Te aseguro que nunca más vas a tener que verme - prosiguió dirigiéndose hacia la puerta.
Héctor fue más rápido, aún dolorido, y la alcanzó cogiéndola de un brazo.
La volvió hacia él y, sujetando su cara, la besó en los labios, compartiendo la sangre que Hades le había provocado y bebiendo, a su vez, las lágrimas desbordadas de ambos.
Héctor se sentía responsable y culpable por lo que le había dicho y hecho a Hades, y ella, por otro lado, igual, por haber agredido de esa manera a Héctor.





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Divina Comedia - Final

                El hecho de que Dante recuperara las formalidades con Beatriz hizo que se le partiera el alma a la joven. Monna y Ella la miraron y la muchacha supo que no podía hacer otra cosa que girarse y enfrentarse a Dante.
                Solo por cómo la miraba, pudo sentir su dolor. La había escuchado y seguramente la habría creído, de ahí que tuviera aquella mirada tan triste y llena de odio. Se lamentaba demasiado, pero se obligó a mantenerse firme. Monna no debía enterarse, ni mucho menos su criada para luego decírselo a sus padres.
                -Beatriz, ¿quién es? - quiso saber Monna.
                -Beatriz, no me importa - le dijo Dante, utilizando las mismas palabras que ella había empleado.
                Ella le miró, intentando que viera que aquello no era lo que Beatriz esperaba. Quería hacerle ver que aunque dijera todas esas cosas, no era así, que ella había conseguido sentir algo por él, que le correspondía. Pero debía ser fría si quería volver a verle.
                -No lo sé, Monna. Si me disculpa, le pido que me deje en paz. Siento vergüenza.
                Dante asintió y se dio la vuelta sin más.
                Beatriz le había robado todo lo que un hombre podía tener a mano. Ella se lo había robado todo, sin intención de devolvérselo. Se alejó, cruzando de nuevo el Puente Santa Trinidad. El cielo se había vuelto oscuro para Dante y Beatriz. Se había acabado lo poco que había empezado entre ellos.
                Beatriz lo observó marcharse y Monna sonrió, impresionada con la capacidad de desdeñar de su amiga. En cambio, ella no se sentía orgullosa de lo que acababa de hacer. Para nada.
               Comenzó a dolerle la cabeza y seguidamente, esta empezó a darle vueltas. Quería que Dante estuviera a su lado. Tenía frío, quería su calidez. Lo necesitaba. La imagen de Dante se volvió borrosa y lejana. Beatriz alargó inconscientemente el brazo, con la esperanza de alcanzarlo, pero soltó repentinamente el cuaderno de su padre. 
              Cayó al suelo quedándose inconsciente, rompiendo el hilo de su vida, el hilo eterno que la mantenía viva gracias a Dante.
              Se merecía ir al infierno, pensó Beatriz.
              

              -¿Es ella?
             La joven mantenía los ojos aún cerrados cuando escuchó la voz de un hombre. Quería abrirlos y saber quién era, tenía mucha curiosidad. El cuerpo lo tenía helado, gélido y deseó que aquella sensación desapareciera.
             -Beatriz.
             Y ella despertó, encontrándose con los ojos de Dante a un palmo de ella. 
             -¡Qué hace aquí, Dante?
             -Su alma debió caer. ¿Pero por qué?
             -Dan...te.... Dante.... - empezó a balbucear, como las niñas pequeñas, sin poder controlarse, ya que tenía a Dante, delante de ella. La miraba como si no hubiera visto nada más hermoso.- Dante... perdóname...
             Dante, con cuidado pasó un brazo por su espalda e incorporó a la joven del frío suelo. Comprendió por qué le pedía perdón, el por qué de haber caído al Infierno. Se sentía culpable por haberle apartado.
             Fue entonces cuando Beatriz vio más allá de la bella cara de Dante. No estaba en Florencia. No estaba en casa. Aquel lugar era hostil y escalofriantemente gélido. Entonces cayó en la cuenta, sabía donde estaba porque era lo que había deseado antes... antes de...
             -Dante, tenemos que llevárnosla ya.
             Pero él no escuchó a su amigo y poeta Virgilio.
             -¿Cómo has llegado hasta aquí, mi Beatriz?
             -No quería vivir si no era contigo. Lo siento, Dante - no podía moverse, porque su cuerpo no quería responder a sus ruegos por extender los brazos para poder abrazarle. Quería tocarle, pero se veía frustrada-. Ti amo...
             Había deseado ir al mismo Infierno si no podía estar con Dante, había dejado que su cuerpo la dejara, muriendo. Había roto un pequeño hilo que la unía a Dante, el cual él desconocía hasta el momento pero que ella había visto nada más fallecer.
             El infierno era un lugar adecuado para ella, porque no se merecía otro por el dolor que le había ocasionado a aquel joven que la miraba con adoración. Dante le había robado el alma, el corazón. No sentía ni siquiera cómo iba a latir el suyo si él no la perdonaba.
             Los ojos de Dante se llenaron de lágrimas. Su musa, su señora, la responsable de sus pesadillas, de sus sueños... La mujer que se había llevado su corazón, estaba con él.
             -No pasa nada, mi bella Beatriz. No hay nada que perdonar porque ya estás conmigo. He venido por ti, por nuestro amor. Ti amo....
             -Oye, Dante... - comenzó a decir Virgilio.
              Virgilio prefería irse de allí, demasiado era que había entrado a aquel gélido lugar. Miró a su alrededor, sintiendo cómo los pelos se le ponían cada vez más de punta y luego, regresó la mirada sobre su amigo y la joven causa de su dolor. Dante abrazaba con fuerza a la mujer que, sin vida, se aferraba a la de su amigo con la mirada. Beatriz lloraba y él también, uniendo sus lágrimas para pedirse perdón el uno al otro. Dante por haber tardado tanto en encontrarla y Beatriz, por haberlo tratado de aquella espantosa manera cuando, realmente, su corazón había reconocido la única razón por la que vivir. Y por eso ella estaba ahí, porque su más amada y pura razón, había desaparecido cuando ella lo había rechazado.
             Ella había abandonado su vida misma para acabar en el Infirno.
             Dante la cogió en brazos. Beatriz era ligera, delicada y suave. No pesaba apenas, por lo que no le costó nada llevarla a cuestas y traerla a la vida.
         

             Salieron del Inframundo, del infierno al que había caído Beatriz por culpa de su insensatez. Pagando y purgando por ello. Pero cuando salieron de aquel lugar hostil y lleno de maldad, de almas en penas, se encontraron en el mismo puente en el que la había conocido.
            -Ya estamos aquí, mi Beat... - Dante bajó la mirada hasta su musa, descubriendo la imagen de una joven pálida y aún fría con los ojos cerrados -. ¿Beatriz? Estamos aquí, Beatriz.
           Virgilio estaba al lado de Dante, sin decir una palabra. Tenía el corazón encogido, ya que por alguna razón, sentía lo mismo que estaba golpeando fuertemente contra el pecho de Dante. Beatriz no estaba despierta y su cuerpo no mostraba ningún atisbo de vida. El joven la dejó en el suelo y él, con lágrimas en los ojos, la tomó de la cara y la pegó a la suya. Estaba tan fría, que hasta le dolían los dedos al tocarla.
           -Beatriz, no nos hagas esto. No, por favor.
           -Dante, Beatriz est...
           Él sí sabía qué le había pasado a Beatriz.
           -¡Ni se te ocurra decirlo, Virgilio! - gritó en medio del puente, apartando la mano que su amigo le había puesto en el hombro para consolarlo.
           No se ofendió por el desplante de Dante porque entendía en qué clase de tesitura se encontraba. No se lo iba a recriminar, él no era nadie para decirle a Dante nada. Se limitó a mirar como su amigo lloraba desconsolado sobre el pecho de su amada. Había conocido el amor a través de la joven mientras la veía leer, mientras lo miraba y luchaba contra su impulso, mientras la había besado, reconociéndose. Y ahora, cuando ella se había dejado morir por la ausencia de su amado Dante, había caído al Infierno.
          -Beatriz, abre tus preciosos ojos, por favor. No me dejes... no... Perdóname... Perdóname. Yo te quiero, Beatriz. Tú eres mi rayo de calidez que hace que quiera vivir. No me abandones...
          Esperó a que su cuerpo se moviera, que sus párpados se levantaran, que su pecho comenzara otra vez a respirar, pero no obtuvo ningún tipo de respuesta por su parte. Beatriz continuaba tendida en el suelo, sin vida.
          El llanto de Dante estaba desgarrando su corazón y el de Virgilio, el cual tuvo que darse la vuelta y apoyarse contra el semimuro del puente, contemplando detenidamente cómo caía la noche sobre ellos. No había nada que pudiera calmar sus almas porque Virgilio, ya la había perdido hacía algún tiempo y Dante la acababa de perder cuando se dejó caer del todo encima de su amada.
           Virgilio sabía lo que Beatriz había hecho con ella y Dante.
            Había cortado el hilo que los unía, lo único que la había mantenido convida incluso mucho antes de conocer a Dante. El problema era que, una vez cortado ese hilo, nada podría devolverle su alma, el cual se había quedado en el Infierno, castigándose así misma.
           Dante cerró los ojos hinchados por las lágrimas, abrazado al cuerpo sin vida de Beatriz, y Virgilio, que era un mero espectador que sufría por la gran empatía que tenía con Dante, tuvo que separarlo de ella.
          Hizo que no mantuviera ningún contacto físico con Beatriz, sorprendido al ver que esta vez no lo hubiese apartado de mala manera. Se agachó hasta su misma altura y agarró a su amigo por los hombros, zarandeándolo para que abriera los ojos y lo mirara. Cuando lo hizo, vio cómo los ojos de Dante carecían de ánima alguna.
          -Los versos y suspiros que le dediqué... se lo ha llevado todo... Me ha matado, Virgilio.
          Él asintió. Su amigo estaba muerto en vida.
          -Virgilio, Beatriz... me ha abandonado. De verdad.
          -Se ha castigado, Dante. No te ha abandonado. Ella está allí, en el Infierno.
          -Pero si la hemos traído hasta aquí, estaba en mis brazos. Tan ligera... tan delicada...
          Virgilio suspiró.
          -No, Dante. No nos la hemos podido traer. Mira.
          Y Dante miró hacia donde Virgilio lo hacía.
           La noche cayó del todo, con la luna bien alta en el cielo, reflejándose elegantemente en el río. Beatriz se desvanecía, su cuerpo se volvía cada vez más traslúcido hasta que no quedó ni rastro de la joven.
         

           -Perdón, Dante. Pero yo no me puedo perdonar - dijo Beatriz.


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Debo de mencionar lo siguiente.
Esto es un pequeño relato hecho por mí, basándome en la real Divina Comedia de Dante Alighieri pero que nada tiene que ver con ella. Yo lo único que he hecho ha sido tomar pequeñas pinceladas y crear esta historia.
Espero que os haya gustado.
          

domingo, 18 de septiembre de 2016

Un rechazo no le sienta bien a nadie IV

Hades llegó media hora antes, algo que ocurría rara vez. Normalmente llegaba con la clase ya empezada, incorporándose a los quince minutos. Sabía que la clase anterior a la suya ya habría terminado, así que estaba segura de que no habría nadie para cuando ella entrara.
Consiguió encontrar aparcamiento en una calle paralela a su gimnasio, cogió su mochila del asiento del copiloto y salió del coche, mientras se la colgaba a la espalda. Hades se quejó un poco cuando cerró la puerta, mirándose las manos que ella misma se había vendado. Le seguían doliendo, cosa que era normal después de haber golpeado la noche anterior la pared de su habitación.
Se acordó de su hermana y cómo se había preocupado por ella, de cómo Hades le había dado la patada y la echaba. Se sentía mal por Artemisa, pero no iba a dejar que se metiera en sus asuntos. Aquella mañana ni siquiera la había visto marcharse a la universidad, pues se había ido sola cuando lo normal era que fueran las dos juntas. Pero no se había molestado en decirle nada a su hermana. Había escuchado cómo se movía de un lado para otro, sin llegar a abrir su puerta hasta que no se hubo marchado.
Al final, se había ido también por su cuenta a la universidad.
Caminó en dirección al gimnasio a paso lento, como si no quisiera llegar del todo. El problema no eran las heridas que tenía en los puños, ni las pronunciadas ojeras que no podía disimular. No era nada de eso, sino Héctor.
Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo, de pies a cabeza. No sabía cómo reaccionaría cuando se lo fuera a encontrar, pero lo que sí sabía era que cada vez que pensaba en él, no podía evitar sentir odio. Estaba destrozada, rota. Aún le dolía la vagina de lo que había hecho con ella, con esa brutalidad. Héctor había provocado que se sintiera impotente consigo misma, porque lo que había ocurrido, tal y como le había dicho, no tenía perdón de Dios y aún así, se había dejado hacer por mucho que hubiera intentado librarse de su ataque. Se mancillaba así misma, por todo y por más.
Una vez que entró al gimnasio, pasó por la recepción y saludó a Vicent, el hombre que se encargaba de la parte administrativa y de atender a la gente. Era mayor, pero ni su pelo levemente canoso y sus arrugas podían negar lo muy en forma que se mantenía aún para su edad.
-Hola, Vicent, ¿cómo lleva el día?
Vicent le sonrió, enseñándole una dentadura un poco gastada.
-Como siempre. Hoy has venido más pronto que de costumbre.
-Sí - le respondió mientras recibía la llave de su taquilla-. Le quería preguntar si podría entrar antes de que empezara la clase a la sala.
-Hades, por favor, no me tutees, ya tengo suficiente con saber los años que tengo y llevo a las espaldas.
-Es la costumbre, perdona - dijo con una medio sonrisa, sincera y un poco desganada.
-En cuanto a la sala, está ya abierta. Puedes entrar. ¿Estás bien?
Asintió y dejó que Vicent continuara atendiendo a un par de personas que se colocaban justo detrás de ella.
Se fue directa a los vestuarios y otro escalofrío la azoró. Depositó su bolsa en una banca y empezó a quitarse la ropa dejándola a un lado. Un par de chicas entraron e hicieron lo mismo que ella. Normalmente era muy pudorosa, ya que no le gustaba que la vieran en ropa interior, pero no estaba pendiente ni siquiera de eso. Estaba de frente a las duchas mientras, una vez en bragas y sujetador, abría su bolsa y sacaba su indumentaria de karate. Solo podía verse desnuda y con Héctor pegada a ella, tomándola de forma inesperada. Notó sus mejillas encendidas y una punzada en los puños hizo que se quejara.
Con la llave que Vicent le había dado, abrió su taquilla personal y metió su mochila con la ropa dentro. El día anterior había cometido el error de fiarse, pero esta vez no le iba a pasar, no lo iba a permitir. Se echó agua en la cara, refrescándose. Tenía los ojos caídos y las ojeras que había intentado tapar con maquillaje, seguían viéndose. Se miró el cuello, una vez que las dos chicas desaparecieron, y vio que esas marcas sí que se mantenían ocultas bajo el pegote de base que se había echado.
Aunque claro, Artemisa sabía de ellas, cosa que le preocupaba.
Salió del vestuario y se fue hacia la sala. Aún quedaban veinte minutos, así que los aprovecharía para pegarle al saco. Su profesor prefería evitar que pasaran por él, ya que no correspondía con su disciplina, pero cuando todo el mundo se iba, había días en los que se quedaba diez minutos más y se desfogaba con él.
Atravesó un pequeño pasillo con varias puertas que daban a distintas salas y cuando llegó hasta la suya, se encontró con la puerta entreabierta, dejando un pequeño espacio para poder ver su interior. Hades iba a entrar sin mirar, pero se paró en seco cuando escuchó cómo alguien daba golpes constantes y rítmicos sin cesar. La joven se asomó como una espía por aquel hueco, quedándose de piedra al ver quién era.
Héctor.
Estaba de espaldas a la puerta, así que no podía verla. Hades se quedó quieta, ensimismada por la imagen que tenía ante sus ojos.
Héctor estaba golpeando con fuerza el saco con movimientos aparentemente controlados, pero ella vio la fuerza que estaba empleando y sus técnicas, por lo que sabía que, realmente, estaba haciendo lo que ella iba a hacer, desfogarse. Conocía demasiado bien cómo peleaba.
Él llevaba más tiempo en karate, así que ya estaba ahí cuando ella entró. A primera vista parecía un buen chico, pero entonces empezó a hablar. De su boca no se oía nada que fuera agradable, por lo menos en cuanto a ella se refería, ya que cuando tenían que enfrentarse, él lo hacía de manera confiada y dejada, riéndose de Hades, porque claro, pensaba que era menos ágil que él. Pero lo había ganado el día anterior después de muchas victorias por parte de Héctor. Eso a él no le gustó nada. Por otra parta, Hades no esperaba que fuera capaz de vencerle, ya que él era uno de los mejores de la clase, de cinturón marrón, mientras que ella era azul.
Y tampoco iba a mentirse, Hades se había fijado en él por muy desagradable que fuera. Tenía algo que le llamaba la atención y no podía negarlo, pero ella sabía que la odiaba solo viendo la forma en que la mirada, con esa frialdad que Hades quería mantener lejos de ella.
Lo odiaba, realmente lo hacía con toda su alma, pero Héctor la había tocado y ella se había dejado cuando sabía que podría haberse librado de él con facilidad. También sentía algo por él y eso la enfadaba.
Se volvió fría, muy fría.
Héctor escuchó un pequeño ruido y se dio la vuelta.
Hades.
Repentinamente, dejó de golpear el saco y lo agarró para que se quedara estático. El joven se limpió el sudor de la frente y se echó hacia un lado el corto flequillo que tenía.
Hades, al ver que la había pillado, se retiró de la puerta. Tenía los ojos enrojecidos, llenos de una frialdad que se merecía. Hades no lo quería cerca.
Héctor se acercó hasta la puerta y la abrió del todo. A su derecha, estaba Hades sentada en un banco, la cual permanecía con la vista puesta al frente. Dejó que la viera, porque ocultarse ya era tontería. Sí, se dijo, lo que más sentía por ese chico era odio y lo comprobó cuando cruzaron las miradas. En su rostro se reflejaba demasiado bien un dolor que él mismo había provocado. Le miró las manos, las cuales tenía vendadas, preguntándose qué había pasado para eso. La estuvo observando durante un rato hasta que decidió hablar.
-¿Qué hacías espiándome?
-¿Te sientes importante por ello?- le soltó hostil.
Héctor no quería ser desagradable con ella, pero aquello le molestó, como si pensara que Hades no le importaba nada. Era verdad que no se tragaban el uno al otro, y que se había comportado con ella siempre como un capullo egoísta y egocéntrico. Pero teniendo en cuenta lo que había pasado ayer, se sentía responsable y había estado cavilando al respecto, culpándose como para que ahora le viniera con esas.
Se enfadó con ella por no ser capaz de ver que él también estaba afectado, y que por eso mismo había decidido desfogarse con el saco. La había tomado con frialdad, a Hades, es cierto, que era lo que menos se merecía, pero ahora bien, no podía negar que el hecho de que le venciera lo enfureciese, porque la verdad era que, a pesar de ello, lo había puesto muy cachondo. Y en cuanto a lo del vestuario, sabía que se había equivocado, pero había reconocido su cuerpo, sus movimientos. Hades podría haberse librado de él, sin problema alguno y sin embargo, no lo hizo.
-Lo cierto es que - dijo dubitativo y un poco molesto al mismo tiempo al ver su reacción-, crees que te estoy avergonzando.
Ella sonrió, pero no era una sonrisa sincera, ni amable como las que Héctor había visto dedicarle a otros compañeros.
-¿Qué hacías mirando, Hades?
Su tono había cambiado.
-No esperaba que llegaras antes. Simplemente. No te creas el centro del universo, ya tuve suficiente ayer.
-¿Te estás riendo de mí, Hades? ¿Quieres que me sienta aún más culpable por lo que te hice?
Ella se levantó y lo encaró dedicándole una mirada de reproche.
Tenía razón, con esa actitud lo que de verdad buscaba era que se sintiera peor. Quería que se rompiera por dentro, que acabara de rodillas, que se arrepintiera. Quería hundirlo como había hecho con ella.
-Quieres verme en la mierda, ¿a qué sí? No me mires así.
Con las piernas temblorosas, pasó por su lado y entró en la sala cerrando la puerta, quedándose a solas con él.
-¿Cómo te miro, Héctor?
Héctor observó cómo se movía, qué movimientos hacía y hacia dónde miraba.
Hades notaba cómo la seguía con los ojos.
-¿No te suena? Es la misma mirada que tú me echas.
En todo momento, Hades le daba la espalda.
-No juegues conmigo, Hades,
El silencio llenaba toda la sala, creando entre ellos una gran barrera. Hades sabía que aquel muchacho estaba enfadado, muy enfadado por esa situación que se había creado entre ambos. Pero era culpa de Héctor, él era el responsable de que le escupiera con la misma actitud que había recibido ella durante todo este tiempo. Y sentía pena por ella misma, que era lo peor, porque no sabía cómo había llegado a interesarse en alguien como él, en una persona tan estoica y fría, egoísta y prepotente, sin pararse a pensar en sus propios sentimientos.
Después de unos largos segundos, Héctor dijo:
-Sé en qué estás pensando,
Héctor decidió provocarla, dando varios pasos para acercarse a la joven, despacio, precavido. Estaba jugando en un terreno pantanoso, Quería pedirle disculpas, de verdad, pero esa chica lo aturdía y eso lo enfurecía tanto, que cada vez que la miraba solo podía sentir una tremenda impotencia.
-¿Quieres que te lo diga?
El ambiente estaba tan tenso, que cualquiera que entrara podría saltar por los aires.
Hades escuchó aquello y se volvió hacia su voz. Lo tenía más cerca de lo que esperaba. Volvió a sonreír con falsedad, pero sus labios empezaron a temblar.
-Te voy a decir en qué estás pensando - dio un paso más, estaba a un palmo de su cara-. Piensas en lo mucho que te gustaría hundirme el pecho, pero no puedes. En lo mucho que te gustaría partirme la cara y no puedes. Quieres hundirme, y aún así... no puedes.
-Claro que puedo.
La estaba cuestionando, poniéndola al límite. ¿Es que no sabía cuándo debía parar? ¿Es que no tenía suficiente con avergonzarla el día anterior, follándola contra una pared, en una puta ducha de vestuario? ¿Tanto la odiaba?
-No, Hades, no puedes porque, aunque tu pequeña cabeza de listilla quiera hacerse la fuerte conmigo, sé que después de todo, no puedes evitar que eso de ahí - dijo señalando su corazón -, y todo tu cuerpo, reaccione cuando estoy así de cerca - y tal y como lo dijo, se acercó aún más a Hades. Estaban casi rozándose.
Se quedó de piedra.
-¿Por qué me humillas de esta forma?
Hades no se dio cuenta, pero empezó a llorar. Acababa de decir algo que ella ya sabía, algo que Hades no quería terminar por reconocer. Y con esa frialdad, se lo había estampado en la cara. La mirada que Hades había querido mantener todo el rato, se había esfumando, como una torre que acababa de derrumbarse.
-Porque no tengo perdón de Dios, Hades. Porque ya me siento lo bastante culpable como para que vengas y me sienta peor. Eres una niñata a la que después de todo, le gustó cómo me la follé, así que déjate de tonterías conmigo.
Y de repente, Hades estalló y se abalanzó sobre él.
Le iba a partir la cara.
Literalmente.


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